Las Hebras del Destino 1.2: La Visita


A principios de la tarde, el sonido de dos motores se puede oir en aquella parte al sur de Los Ángeles. La ciudad de los sueños, donde las ilusiones de muchos van a morir entre chutes de droga, proposiciones indecentes y enfermedades mal atendidas. El hogar de los ángeles que en realidad se encuentra habitado por pecadores y decadentes. 

Porque hasta los sueños más dulces tienen un precio. Triunfar en el mundo del cine, trabajar en industrias punteras de la tecnología, inventar cosas, volverse famoso… tras cada sueño se oculta alguien dispuesto a aprovecharse de ti, dispuesto a abusar de ti, a obtener hasta el último fragmento de ilusión y drenarlo de tu alma como vampiros sedientos de esperanzas. 

Y es que, al final, en este mundo, hasta los sueños se compran y venden en las esquinas por unos pocos dólares. Igual que se vende la dignidad, el respeto o la autoestima, el futuro y el pasado. Prostituidos por un chute de drogas que nos haga olvidar la oscuridad de las calles, que nos permitan evadirnos de los tratos inmorales que no querríamos haber aceptado, y las cosas horribles que estamos dispuestos a sacrificar por acercarnos un poquito, solo un poquito, a esos sueños.

Pero, mientras la moto y el coche se detenían, los enlaces del Destino abrían puertas que nadie imaginaría. Porque toda su maquinaria se había puesto en marcha y ya nada podía detenerla. Ni todo el poder del cielo y el infierno podía paralizar lo que tenía que comenzar, y con ello, su drama cósmico.

Sin embargo, una vez más, los giros del Destino ocurren en sitios normales. Y la dirección escrita en los cupones hechos con Photoshop llevaba a un local de alquiler de trasteros. Un espacio amplio y soleado rodeado de pequeños compartimentos cerrados con candados y con etiquetas numéricas. En el cupón de Wolfgang se veía claramente el número 9, en el de Arthur el 4. Y una breve indicación en el anverso del cupón señalaba que mostrando el mismo al guardia que dormitaba en la garita debería hacer que el mismo os diese las correspondientes llaves.

Apoyado en el lateral exterior del local, un mendigo muestra un platillo medio vacío bajo una señal de cartón que reza “Repent of your sins, the end is nigh!”. Las botellas de cerveza vacías a su lado encajan con su mirada desenfocada y sus ojos enrojecidos. Los pocos transeúntes que recorren las aceras del lugar no le prestan la menor atención, demasiado ocupados por perseguir sus sueños como para preocuparse de aquellos cuyos sueños rotos ya han sido devorados y desechados por el mundo.

Todo, al final, sencillo y cotidiano. Porque oculta bajo la normalidad es donde se pueden encontrar las mayores maravillas y los mayores terrores. Como dice la canción, al fin y al cabo, “I’ve travelled the world and the seven seas… everybody is looking for something”. Y si la vida es sueño, entonces no siempre los sueños solo son sueños.

---Arthur---
Recién aparcado, casi de un salto me puse de pie y me enfundé los guantes negros de cuero desgastado (el polvo y las potenciales telarañas podían ser inusualmente molestas). No recordaba la última vez que me había levantado sin que los pensamientos y análisis minuciosos me carcomieran; supongo que será cierto eso que dicen que a veces exteriorizamos el dolor emocional, pues saber que aquella tarde de verano abriría las compuertas de lo desconocido, parecía haber anestesiado mis centros neurálgicos de procesamiento.

Wolfgang parecía emocionado, dominado por el flow del chacal ansioso por su cena. Como acertadamente señalaba Marvin Harris, los medios de transporte que elegimos pueden revelar mucho de nuestras aspiraciones y conductas sociales. La moto era por excelencia la elección de los rebeldes e individualistas, aquellos que devoran la vida en solitario haciendo paradas para repostar -u orinar- solamente cuando ellos desean (todo lo contrario a los monovolúmenes, que eran más propios de aquellos que tienen pesadas cargas a sus espaldas). Así, en la moto, acentuando el calor y el frío, los ambiciosos seducían a la noche urbana cromada en neón rojo.

En otro orden de cosas, un mendigo nos advertía de que nos arrepintiéramos por nuestros pecados, pero el único pecado posible, en estos tiempos nihilistas, consistía en no ansiar la libertad como Lilith o morder el fruto del árbol de la ciencia (como bien recordaba Montessori, no hay libertad sin conocimiento y educación).

Allí, un cupón con el número 4 me iba a revelar, en los próximos minutos, si todo lo orquestado se trataba de una farsa, o si bien, haber acudido a aquellos departamentos de almacenaje podría darme las respuestas esperadas (y que suponían una suerte de pieza en el puzle incompleto de mis anhelos primigenios). 

Sin embargo, la cautela era un rasgo innegociable cuando jugamos un partido como visitantes, y en este tercer tiempo, parecía mucho más sensato acompañar a Wolfgang a su puerta asignada y disponer de margen de maniobra por si el destino decidía gastarnos una broma pesada.

-¿Strauss, quieres hacer los honores?

---Wolfgang---
Arrepentirnos por nuestros pecados, sí. Y probablemente algo más. Una vez se comienza a pedir perdón a los dioses, es sólo el comienzo. Siempre se acaba traduciendo a pedir permiso.

¿Y por qué iba a mentir? No me gustaba pedir permiso para nada. De algún modo, en estas calles que pisabamos, esperar permiso era sinónimo de obediencia. Había estado en ese lugar. Y no me había gustado.

Por otra parte, seguir los impulsos sin demasiado motivo me había llevado a terminar aquí, en compañía de esta extraña... criatura (Aún estaba por ver si hombre era una palabra que le venía a medida) que estaba al lado de mí. ¿Era locura? ¿Al final el lento derrumbe de psíquico de la vida en la calle había acabado por hacerme mella? ¿Era por la joven? ¿Por una posible promesa de dinero?

La promesa sería más bien de un timo, pero ya qué más daría. Estaba allí.

Miré al educado joven y asentí lentamente. Mi máscara estaba... colocada a medias. No parecía una criatura de los bajos fondos, pero tampoco un ricachón como la última vez que nos vimos. No... esta vez era algo más... yo. Al final, esperaba ser el equilibrio entre ambas cosas.

- Claro - Respondí, mientras una sonrisa afilada decoraba mis rasgos - Aún está por ver en qué consiste el destino... de los cupones descuento.

¿Era esto ridículo? Probablemente. Pero abrazaría el nihilismo momentáneo con garbo y salero. Sin demasiado tiempo de reflexión, me dirigí con calma al hombre en la garita y le tendí el papel.

- Caballero - Sonreí - El número nueve, por favor. 

---Destino---

Al pasar al lado del mendigo, este os mira con los ojos desenfocados y sacude suavemente el platito haciendo que las monedas choquen entre si. Pero no hace mayores esfuerzos por atraer una donación, y coge una botella de cerveza medio terminada y le da un trago.

Al acercaros frente a la garita, el guardia levanta la mirada de la pantalla donde está viendo el análisis de un desfile de moda de la youtuber Kiyomi Karada. Escucha tus palabras con los ojos medio cerrados, fruto de la modorra que le invade en aquella tarde, y coge el cupón que le tiendes.

Por un momento, lo mira con curiosidad, sin reconocer aparentemente el mismo como un producto que tenga que ver nada con él. Luego asiente, para si mismo principalmente, y levanta la mirada con algo de curiosidad mientras echa la mano hacia el cajón que tiene a la izquierda y empieza a rebuscar.

-El 9... lleva mucho tiempo cerrado. Años, de antes de que yo trabajase aquí, ya pensábamos que el dueño habría muerto y se quedaría cerrado para siempre...-

Finalmente encuentra la llave y la saca del cajón. Con parsimonia te la entrega, mientras coloca el cupón en un archivador. Luego mira a Arthur para tratar de evaluar si vais juntos o no, pero tampoco le da más importancia que a no perder del todo la somnolencia.

---Arthur---
Nueve eran las musas existentes en la mitología griega, nueve las horas desde las que había conocido a Wolfganfg y nueve es el número de los lazos del férreo destino (todo número que sea multiplicado por 9 termina dando lugar a otro 9).

La llave que nos entregó el guardia de la garita activó los resortes de mis miedos primigenios, al tiempo que aguijoneaba mi conciencia frenéticamente, inoculando todo un torrente de visiones inquietantes. De hecho, estaba tan excitado, que casi olvido canjear mi propio cupón, el número 4 (como los tréboles de la suerte o los jinetes del apocalipsis).

Pese a todo, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a saborear el placer derivado del caos, de Dios lanzando los dados esperando su golpe crítico.

Wolfganfg introdujo la llave en el puesto de almacenaje correspondiente (mientras un sonido chirriante y corrosivo se resistía a permitir el giro de la llave presa de años sin lubricante). Al disponerse a abrir la puerta de hierro forjado, dije:

-¡Espera! Será mejor que utilices esto.

Le entregué un pañuelo negro para que se tapara las mucosas y vías respiratorias (como metáfora de la última defensa ante lo desconocido).

---Destino---
El guarda de la garita mira sorprendido el segundo cupón que le entregan y, de nuevo, rebusca en el cajón que tiene al lado.

-¿El 4 también? Joder, parece que os vais a llevar todos los viejos bártulos de la abuela de golpe. Si me decís que tenéis el 3 también, pues ya solucionamos del todo.-

Se ríe para si mismo, mientras saca la segunda llave del cajón y coloca el cupón en el archivador, como hiciese la primera vez. Luego se vuelve de nuevo hacia la pantalla donde una modelo está luciendo un vestido de Jean Paul Gaultier. Con el suave movimiento de la modelo en la pantalla y la queda voz de la youtuber griega, el guarda de nuevo se va amodorrando, regresando poco a poco al reino de Morfeo del que la visita lo había arrancado.

El recorrido hasta los cubículos 4 y 9 no es demasiado largo, dado que ambos se encuentran en la primera de las galerías de asfalto, destinadas para el tránsito de coches. Pero mientras avanzan hacia el de Wolfgang, camino a lo desconocido que se esconde tras la pequeña llave, una voz suena potente desde el otro lado de la verja: la voz rota y cascada del mendigo. A gritos, con las cuerdas vocales desgarradas por el alcohol y la vejez, sus palabras se escuchan con claridad en el aire de la tarde.

-¡Arrepentíos joder, que se acaba el mundo! ¡Se termina la Kali Yuga, ya se alzan los muertos para el Día del Juicio Final! ¡Se termina la era de bronce, y el sexto será el último mundo! ¡Es el puto Ragnarok! ¡El tiempo de la verdadera guerra santa, la Yihad, ha llegado!-

Cuando, sorprendidos, los dos se volvieron hacia donde se acababa de escuchar la voz, no había ni señal visible del mendigo. Solo las vacías botellas de cerveza demostraban que una vez había estado sentado en la acera frente al local de almacenaje. Por el cielo, volando con fuerza, un cuervo se dirige hacia los dos hombres, acabando por posarse sobre una farola cercana al cubículo marcado con el 9, desde donde inclina la cabeza y les observa avanzar fijamente.

A la llave le cuesta girar en el candado de metal, claramente oxidado por el tiempo. El polvo se acumula en las junturas de las verjas que crujen cuando, finalmente, son forzadas a recogerse para poder dar paso al interior del espacio de almacenaje. El aire del interior es lo primero que les alcanza, un aire cargado y denso, fruto del largo tiempo que el espacio había estado cerrado. Las motas de polvo danzan en el aire ante la creciente luz que entra por la puerta, creando extraños patrones en el aire según las mueve el capricho del azar.

El cubículo no es enorme, quizás una decena de metros cuadrados como mucho, pero aún así da la sensación de estar casi vacío. Porque, en buena medida, lo está. Contra la pared de la izquierda hay dos viejos colchones apoyados, apolillados y dañados más allá de toda utilidad. Claramente un pequeño grupo de ratas han hecho de ellos un confortable hogar y se esconden de nuevo tras sus paredes seguras al ver a alguien irrumpir en su pequeño reino. En la pared opuesta se puede ver una inscripción en la pared, pintada con lo que parece un graffitti en colores azules, cubierto del polvo fruto del largo tiempo transcurrido desde que se escribió.

"Tres veces tres generaciones han pasado.
Se ha roto la paz de los cielos.
Bajo el Destino aciago

Cabalgamos de nuevo a la batalla.
Porque no permitiremos que el padre yazca con la hija

ni que el corrupto reine en el trono.
Aquí encontrarás tu montura para unirte a la batalla,

pues tu tiempo ha llegado, y tu valor será puesto a prueba.
Bienvenido al campo de batalla, Wolfgang, hijo mío.
Que tu ingenio gane tantos enfrentamientos

como tu inteligencia holle nuevos caminos."

El centro de la estancia está ocupada por un arcón de madera. O quizá un sucedaneo de madera, comprado en un Ikea. Es difícil saber. Sobre la tapa de la madera se ve la imagen de un caballo, alzándose sobre las patas traseras, como si del logotipo de Ferrari se tratase. Tu legado, tu derecho de nacimiento, tu Destino... todo ello, te aguarda en ese arcón, a la distancia infinitamente corta de un paso, a la distancia casi eterna de otra vida y otro mundo.

---Arthur---
La efigie del caballo rampante se quedó improntada a fuego en mi retina (infundiéndome las prisas de un potro desbocado que ansía saber). Los sentimientos de decepción e incomprensión se entremezclaron con las ansias de conocer qué tipo de artefactos me depararían tras la puerta número 4.

Quizás, para Wolfgang, aquellos símbolos y citas tuvieran mayor sentido y, también quizás, su bagaje vital operara como la llave que abriría el arcón de su legado.

Mientras, la frustración entumecía mis músculos cervicales. La tensión ocular iba en aumento. A cada paso que daba obtenía una respuesta pero dos nuevas preguntas (y cada una de ellas me oprimía más los pulmones).

Sin darme cuenta, me había realizado un corte en el brazo al girarme bruscamente para salir de aquella estancia (y el marco metálico de la puerta decidió desgarrarmre con su gélido beso).

Pequeñas gotitas de sangre dejaron un reguero carmesí vinculando las puertas 9 y 4 (imbricado nuestra fortuna y destino con rubíes líquidos e iridiscentes). Al abrir la puerta, se me volcó el corazón como nunca antes había ocurrido.

---Destino---
El cuervo, posado en su farola, mira atentamente a Arthur mientras este abandona el almacén número 9 y se dirige al 4. Sus ojos, fijos, parecen observar cada detalle mientras el académico levanta la polvorienta puerta de metal y la recoge, mostrando el interior. Las partículas de polvo danzan en el aire, dándole al lugar un ambiente similar al de muchas de las ruinas por las que Arthur ha pasado en su vida, pero algo es distinto en esta ocasión. Por absurdo que pueda ser, se siente como un sitio vivo.

De proporciones, es similar al espacio de Wolfgang, pero su distribución es bien distinta. En el fondo, una bombilla se ha descolgado del soporte en el techo y danza de un lado a otro de su cuerda, iluminando el lugar de modo irregular con sus movimientos. En el lateral izquierdo, contra la pared, una serpiente enroscada sobre si misma te observa, siseando cuando su lengua entra y sale de su piel escamosa. Parece tranquila y no amenazante… de momento.

En el centro hay un soporte de madera. Sobre él, se encuentra un arcón medio abierto, del cual salen dos arañas pequeñas y negras que parecen haber hecho del lugar su refugio. No tiene símbolos ni señales de ningún tipo, más allá del hierro que forma sus junturas y bisagras, oxidado por un tiempo… un tiempo imposible. Harían falta siglos para que el arcón estuviese así de oxidado, no el tiempo que lleva aquí dentro, así que claramente debía ser antiguo antes de llegar aquí, y siempre haberse encontrado descuidado, como si hubiese sido guardado en un lugar descubierto y le hubiera llovido muchas veces encima.

No hay nada más en el lugar. Ni un mensaje, ni un texto, ni un símbolo. Quien fuera el dueño de este espacio no creyó necesario dejar nada más que el arcón, esperando quizás que quien lo abriese supiese qué hacer con él. O, tal vez, confiando en que el Destino haría que todo fuese como debía…

---Wolfgang---
Mis ojos siguieron el interior de la habitación polvorienta, siguiendo la trayectoria de las partículas posarse en el mensaje tatuado en la pared, como una cicatriz antigua en apariencia completamente ajena a mi persona. Si no fuese...

Bueno, porque tan antigua como pareciese, la verdad era que mi nombre era aquello escrito en esa pared.

Me quedé completamente inmóvil, mis ojos pálidos observando el fondo de la estancia como si la curiosa llamada a las armas que acababa de encontrarme marcase de algún modo una inflexión en el fino tejido de la realidad. Dudaba de mis ojos, de mi comprensión lectora y finalmente de mi cordura, pero en realidad...

Bueno, en realidad había leído perfectamente. Y en sus palabras se transmitía más que mi nombre. Y sin embargo era el azar de esa (necesariamente una) casualidad lo que llamaba mi atención.

Entiendanme, no es que no me importe la identidad de mi padre. Pero cuando tu madre es una fallecida prostituta de las calles de los ángeles, esa pregunta es demasiado banal para cubrir un gran esfuerzo de pensamiento. Sencillamente porque la respuesta es alguien desdeñable.

¿Y.. al parecer... alguien que... me buscaba? ¿Alguien que sabía de mi existencia? ¿De mi nombre? No me sorprendería, no es que mi madre me contase algo de mi procedencia. Tampoco había querido saberlo.

¿Qué maldito juego era este? ¿Qué pintaba en él el academicucho que se había cruzado en mi camino? y... ¿Porque no poseía esta vez la baraja ganadora?

Caminé lentamente, como hundido en un trance, mientras mis ojos recorrían aún la inscripción. Mis manos se inclinaron hacia delante, abriéndolo. Y entonces lo que vi, y lo que sentí posteriormente, acabó con cualquier apatía que se hubiese aposentado en mi mente.

Unos brazaletes parecían observarme desde el interior del baúl, unos anchos brazales de cuero oscuro con grabados de runas que apenas pude identificar como vikingas, con tiras entrelazadas del mismo material que dibujaban los bordes. En cada uno de ellos, un dibujo absolutamente minimalista de una vaca se entrecruzaba con la intrincada simbología.

Y cuando mis dedos se cerraron sobre ellos... como dije, el estado de apatía pareció sencillamente volatilizarse de mi mente. Mis pestañas temblaron, mientras mis labios se fruncían en una mueca de fiera determinación y rabia ciega. Sí... las cosas iban a cambiar. Yo iba a cambiarlas. Algo encajó repentinamente en mí, y de la determinación que surge de la seguridad que su tacto rígido arrancó a mi mente, decidí que sería yo el maldito artífice de estos juegos.

No sabía de quién era ese mensaje, pero no iba a bailar al son de ningún maldito desconocido.

A su lado, casi pasando desapercibido si su brillo dorado no hubiese llamado mi atención, un aro de oro acompañaba los brazaletes. Lo tomé con cuidado, reconociendo en sus extrañas formas un pendiente. En mitad de su cíclica superficie, identifiqué el dibujo de una partitura musical, tan pequeña que mis ojos no pudieron discernir sus notas. Descuidadamente, me lo puse en uno de mis oídos, mientras mis brazos parecían encajar perfectamente con la rugosa superficie de los brazaletes.

Estaba demasiado enfadado para sentirme ridículo.

Me giré rápidamente, tratando de ignorar la maldita inscripción de la pared, y me dirigí el busca del único testigo potencial de toda esta bagatela de sinsentidos. El joven académico.

---Arthur---
Cuatro gotas de sangre se derramaron sobre los remaches metálicos del envejecido arcón. Sediento, por el paso del tiempo, sació su obscena gula sanguina como si se tratara de un paciente bulímico.

Dentro, relucientes como primigenios astros solares, se encontraban dos objetos imbuidos de un aura tan atrayente como oscura y misteriosa.

Después de haber excavado yacimientos alrededor de todo el globo, honestamente, era altamente difícil sorprenderse con cualquier suerte de dispositivos y artefactos por exóticos que resultaran. Sin embargo, aquel aro y anillo de oro batido absorbieron parte de mi cognosciencia y, recíprocamente, parte de su esencia se integró en mi ser (de alguna forma que no llegaba a comprender).

El primer objeto, se trataba un aro de oro macizo con un diámetro similar al de un balón de fútbol. Como filo, y créanme si les digo que podría sobrecoger al más taimado de los guerreros, cuchillas de obsidiana dispuestas en paralelogramos concéntricos. Cada cuchilla, tallada a modo de nervios rectilíneos, disponía de un canal que acababa convergiendo en lo que parecía el mango del arma (pensar que estaba diseñada para recoger la sangre de sus presas y llenar el puño del poseedor de fluido caliente me pareció tan horroroso como abyecto).

El segundo ítem existente era un anillo con forma de pirámide escalonada coronada por un rubí de intenso brillo rojo. En cada cara del zigurat, cuatro incrustaciones carmesíes bajaban desde la cúspide como si de ríos de lava se trataran. En ese instante, fotogramas mentales de mis experiencias en Egipto, el valle del Tigris, Mesopotamia o Yucatán nublaron mi pensamiento.

Nuevamente, cada respuesta me inquirió nuevas preguntas. Y cada pieza informacional que recopilaba me acusaba inquisitorialmente de estar cada vez más perdido.

Respiré con calma y me dije...

-Cuando estés perdido, vuelve al lugar donde todo empezó y piensa con la mente despejada.

Allí, en mi despacho, realizaría una búsqueda exhaustiva en repositorios y archivos digitales para tratar de encontrar alguna respuesta que me sacara de este juego del ratón y el gato (aunque me llevara toda la noche en vela).

Antes de salir de la estancia recordé el caballo rampante y la frase de Wolfgang, tal vez comenzar por esa pista arrojara algo más de luz sobre mi nublado juicio.

---Wolfgang---
La rabia era cálida, ardiente, como un río de ascuas y lava que corría por mis venas y alimentaba los músculos de un criminal oculto bajo mi traje. Había peleado en innumerables ocasiones, tanto por mantenerme vivo como para jamás volver a la parte baja de la jerarquía. Y a pesar de la furia ciega, mi mente seguía tan ágil como el filo de mis armas favoritas... nunca le había dicho mi nombre a ese joven, estaba seguro. Johan Strauss. Uno de tantos papeles. Pero en esa pared... en esa pared, muestra y actor de mi burla...

Mis manos buscaron de forma ciega el cuerpo de hombre, con la clase de destreza hábil de alguien habituado a la violencia. Mis movimientos eran felinos rápidos y sin duda alguna. Y en el azul de mis ojos, ahora con el brillo acerado de la amenaza, la fachada del jovencito de bien que había llegado hasta el momento se resquebrajó. Y tras todas las máscaras, el rostro de un superviviente, de un depredador de las calles de esta ciudad, capaz de hacer arder al mismo infierno por lograr mi objetivo. Su cuerpo golpeó violentamente la pared cuando mis puños aferraron el tela de su ropa para empujarle contra ella, mientras mi brazo pasó a apoyarse en su garganta.

Y ahora mismo...

- Está bien... - Gruñí - Ha sido suficiente. Esta maldita broma ha llegado demasiado lejos. ¿Quién te envía? ¿Quién coño eres? ¿De dónde has sacado mi nombre y a qué viene toda esta parafernalia?. Habla.

La última palabra fue apenas un susurro, un tono amenazador que se alzó sobre el resto de mis palabras, mientras mi furia se ocultaba tras el frío rostro de alguien acostumbrado de la violencia. Iba a sacarle respuestas. De cualquier manera. Me preguntaba si se trataría de alguna de las bandas rivales, o la víctima de algún antiguo robo. No importaba. Haría esas palabras huir de su boca.


---Destino---
Desde su posición aventajada sobre la farola, el cuervo observa con atención lo que ocurre bajo él. Sus ojos siguen con detalle cómo Wolfgang sale de su cubiculo cargado de energía e ira, y con dos brillantes objetos nuevos. Los ojos del cuervo solo se apartan de él cuando ve salir a Arthur con otro objeto brillante nuevo, pero ambos están de nuevo en su encuadre cuando el más joven de los dos hombres se avalanza encima del otro y lo arrincona contra una pared.

Su mirada solo se aparta, brevemente, poco después de que el cuerpo de Arthur de con su espalda en la pared. Durante unos instantes, mira algo más arriba por el sendero de almacenes, en dirección al número 14 o así, pero rápidamente vuelve a centrarse en los dos humanos que se enfrentan abajo. Al fin y al cabo, tienen muchas cosas brillantes y un cuervo, es un cuervo.

---Arthur---
Más de mil agujas atravesaron mis estimuladas fibras musculares. Una tensión creciente me agarrotó el cuello, me nubló la mente, pero necesitaba estar sumamente concentrado.

Analicé cada pieza informacional disponible y la conecté con todo aquello que no pareciera casual. Y desde luego la disposición de aquellas estancias no lo era.

Demasiadas evidencias martilleaban la coherencia de lo física y cronológicamente plausible.

Necesitaba hablar con el joven Strauss, inquirirle y recibir las pistas que se me escapaban. Tal vez el caballo rampante o las palabras escritas en la pared le remitieran a alguna vivencia personal.

Sin embargo, si algo parecía más que evidente, era la relación de los números, objetos y disposición de los items almacenados con asuntos religiosos. Culturas y cultos (no por algo comparten raíz etimológica) específicos algunos de ellos ya olvidados.

Ambos números 9 y 4 eran considerados mágicos por varias creencias (y eso solo era el principio). Analizaríamos juntos cada elemento, con una taza de café, porque en el fondo, sentía que algo había cambiado y que de alguna forma estábamos vinculados en una grotesca madeja mucho mayor que nuestra capacidad de comprensión.

Al salir del almacén, Strauss se dirigió iracundo hacia mí. Un repentino empujón contra la pared fue su forma de saludarme. Podía entender su confusión y hasta rabia derivada de esta broma macabra, pero entre lo imperceptible algó llamó mucho más sutilmente mi atención. El muro me acolchó como si la grava allí mezclada se negara a dañarme.

Mi único lazo con la cordura parecía que era Strauss. Así que le daría todas las respuestas que pedía.

- Tranquilízate, te responderé a todo lo que quieras saber. Pero yo también tengo varias preguntas (más de las que me gustaría). Tan solo quiero que tengas claro que, como sospecho que tú, no pretendo hacerte ningún daño y me parece mucho más sensato que tratemos de protegernos el uno al otro. Quien quiera que sea nos ha dejado estos "objetos" lo ha hecho siguiendo un plan y objetivos concretos. Si te tranquilizas tendrás mi disposición y ayuda (y creo que los dos agradeceremos un poco de seguridad y protección mutua dado que está gente puede resultar peligrosa).

Al fin y al cabo estábamos juntos en esto y en el fondo ambos sabíamos que éramos como un cervatillo indefenso rodeado de predadores insaciables.

---Wolfgang---
- "¿Quien quiera?" - Murmuré

Mi brazo se apretó sutilmente contra la fina garganta del académico, mientras mis ojos acerados se hundían como sendas dagas en los suyos. Mis puños, cerrados, trataban de contener mi ira (y mi necesidad de pegarle un puñetazo), pero evité moverme de cualquier modo más violento de lo que ya era la situación. De acuerdo, Wolfgang. Hora de tener una apacible conversación en los términos correctos.

Mi eterna navaja acompañante parecía arderme en la manga.

- Eres el único elemento común desde que esta puesta en escena ha comenzado - Murmuré - Reconozco que nunca había visto este modus operandi. Pero mi nombre o mi historial familiar... Eso es costal de otro calibre, "Amigo". Antes había honor entre ladrones, por ínfimo que fuese. Así que voy a preguntarlo de nuevo. ¿Quién eres, Quién te envía y... Qué pretendéis conseguir de mí?

Venga ya. ¿Profecías? ¿Magias extrañas? ¿Antiguas rencillas familiares? Nada de eso era posible.

... ¿Verdad?

Y sin embargo, cada pequeña parte de mí estaba advirtiéndome de que no estaba mintiendo. De una manera tan intensa, tan decidida, que casi sentía que mi misma alma estaba gritándome al oído, estaba seguro de que sus palabras de inocencia eran profundamente ciertas.

Y aunque no corregí mis palabras, en parte por orgullo, en parte porque mi mente pragmática no podía abandonar el esquema de pensamiento de las calles de manera tan sencilla, aparté el brazo hasta que sus pies volvieron a apoyarse por completo en el suelo.

---Arthur---
La caída de caretas era solo mera cuestión de tiempo. Desmoronado mi mundo y tembloroso el enrevesado andamiaje conceptual, sentí miedo (y también lo percibía en los ojos de mi acompañante). El pavor de lo desconocido, en el que no eres más que un títere del destino, es una condena que te presiona el pecho en cada exhalación.

Un poder imbuido me dilataba las venas y aceleraba el pulso. Estaba tan perdido que mentir a Strauss tan solo hubiera adicionado mayor confusión. Así que le hablé, durante largo rato. Le comenté mis pensamientos y teorías, lo que vi e interpreté en ambos almacenes, así, le dí acceso a una de las estancias de mi analítico pensamiento. Sin embargo, cada una de las palabras que pronunciaba iba cargada de cruda verdad e innegable realidad.

-"Respecto a tu pregunta..., no me manda nadie. Es más, fuiste tú quien vino al museo Getty, del que yo soy conservador. En cierta medida, soy yo quien debería hacer dicha pregunta. Pero a mí no me interesa quién te manda, si no cómo y de qué modo estamos vinculados en esto" .

La ansiedad reflejada en su semblante, solo denotaba sinceridad. Y yo opté por confiar en él poniendo todas mis cartas sobre la mesa.

-"Espero que ahora tú me ayudes y compartas la información que creas que puede resultarnos útil. Los dos sabemos, aunque queramos negarlo,que algo se ha despertado. Ahora no entendemos ni el qué ni el cómo, pero mi especialidad es encontrar respuestas. Es tu decisión que colaboremos o, si lo deseas, que nuestros caminos se hayan cruzado hasta aquí y despedirnos amablemente. Por mi parte te ofrezco mi...¿Colaboración? ¿amistad?".

---Destino---

La ciudad de los sueños, donde todo el mundo se aprovecha de quien eres y quien quieres ser. La ciudad de los sueños, que esconde bajo la enorme señal de HOLLYWOOD la corrupción y la decadencia humana. La ciudad de los sueños, tejida con los ojos cerrados de quienes no quieren ver, no quieren oír, no quieren hablar. De quienes aceptan el mundo como es y no luchan por cambiarlo, de los grises y mezquinos, los que solo ambicionan dinero y fama. Donde los cadáveres reales y metafóricos llenan las alcantarillas hasta hacer que rezumen sangre en las noches equivocadas.

Esa ciudad.

Esa ciudad, esos sueños, estaba destruyéndose ante los ojos incrédulos de Arthur y Wolfgang, retorcido cuando la oscura realidad del mundo empezaba a revelarse en las conjeturas e ideas que encerraban las palabras del académico. En lo que había escrito en la pared y expuesto en el suelo. En lo que habían recogido y llevaban con ellos.

Pues esta ciudad de sueños se alimenta de sueños mucho más antiguos que sus actuales habitantes. De tiempos que ninguno de sus ciudadanos conocieron pero siguen tejiendo el presente aunque sean invisibles. De nombres olvidados y polvorientos, pero que no se han olvidado de nosotros. Y del más abandonado de todos, el Destino, tirado en la cuneta ante el sueño americano de los hombres y mujeres hechos a si mismos, capaces de controlar sus propias vidas.

Pero esos antiguos sueños habían entrado de lleno en las vidas de ambas hebras, y el camino de colisión llegaba con la llamada a despertar. Cuando el cuervo había mirado en aquella dirección la primera vez, nada había pasado. Pero se dice que los cuervos, como los gatos, pueden ver cosas que las personas no somos capaces de percibir. Y cuando la puerta del almacén número 12 fue arrancada desde dentro, eso quedó patente. Fragmentos de madera (acaso antes pertenecientes a muebles viejos), un cabezal de lámpara, unas ruedas, dos tinajas de plástico y varios juguetes… todo ello y más fue arrojado al pavimento en el medio de los espacios de almacenaje, cortando la argumentación y las dudas de Arthur.

Y, en el medio de ellos, un confuso adolescente mira a su alrededor sin entender bien lo que ocurre. Aunque, con sus más de dos metros de altura y la deformación de nacimiento en su cara, pocos lo llamarían adolescente. La mayoría lo tacharía de un imposible, los efectos especiales de Hollywood en plena ciudad de los sueños, porque desde luego los cíclopes no existen…

Sin embargo, con su camiseta de algún viejo grupo heavy y su look descentrado, sin duda lo que ocupa el centro del camino es una criatura mitológica. Y algo en el interior de ambas hebras les dice que no solo es una criatura real, sino que es un enemigo, y uno peligroso. Sus vidas, hasta ahora enfrentadas a la diversidad de problemas del entorno mundano, por primera vez se veían confrontadas a los terrores olvidados pero no desterrados.

Y él ha debido llegar a la misma conclusión pues, con un rugido indeterminado, se lanza a la carga contra ambos. Pues, al fin y al cabo, un cíclope confuso sabe que la mejor respuesta a la confusión es golpear cosas hasta que la confusión se acaba. Así que alza sus puños y golpea directamente a Arthur en la mandíbula, rompiéndole el pómulo con el impacto de sus poderosos nudillos.

La sangre mana profusamente de la herida mientras, en su mano, el extraño arma parece reclamar sangre. Propia o ajena, eso da igual. El cíclope ruge con fuerza de nuevo, excitado con la violencia y sus ojos, inyectados en sangre, se fijan en sus objetivos. La ira le envuelve claramente, y la suya es la voluntad de matar o morir. Quizás para demostrar algo cuando vuelva a casa, quizás simplemente por el placer de la batalla. O tal vez por ritos tan antiguos, olvidados e imposibles como su misma existencia.

 ---Wolfgang---

Escuché las palabras del académico con una suerte de profunda incredulidad en mis ojos, mientras mi mente trataba, fallando estrepitosamente en algunos casos, de entender qué estaba diciendo. Mitología. Eso lo tenía claro. Yo le había hablado de una amenaza real y este tío me estaba hablando... de mitología.

Era exquisitamente absurdo, profundamente irónico. Como cuando se cuenta a un niño un relato para dormir mientras él trata de advertirnos del monstruo bajo su cama. De cuantas y diversas maneras era capaz de romperse el velo de lo probable, lo seguro y lo conocido para provocar semejante divergencia no lo sabía.

Aun así escuché. Y escuché por la sencilla razón de que el absurdo repiqueteo de sus sílabas que hablaban de magia resonaban profundamente en mi interior en un tono que instintivamente reconocía como cierto. Como verdad. Cómo, maldita sea, ¿Cómo era posible que semejante retahíla de mitos, leyendas y conjuraciones brujiles fuesen verdad?

Desde luego el joven lo creía. Debía de estar sencillamente demente.

Y mientras reflexionaba sobre cómo decirle que ese caballo rampante no era que ninguna clase de extraña divinidad de preocupase por mí, y que de hecho esa "profecía" no era más que alguna extraña broma pesada (Quizá el académico debía dinero a las mismas personas equivocadas que yo, y esta era una suerte de amenaza conjunta contando con el elemento psicológico), un maldito trastero explotó. Y de su interior... Salió un maldito cíclope. Un jodido personaje de cuento lo suficientemente real para golpear a mi compañero (lo que no había hecho yo) y liberar el rojo de sus sangre manando entre sus dedos.

Y simplemente fui incapaz de reaccionar. Yo, habituado a las batallas casi a diario, a los ataques por sorpresa y al modo traicionero de las calles. Cuando la realidad al completo se distorsionó alrededor de una criatura cuya existencia no debería ser posible, sólo supe permanecer inmóvil. 

---Arthur---

Un zumbido sordo resonaba en lo que parecía un pabellón auditivo dañado por el impacto. El golpe, que me reventó el maxilofacial derecho, contusionó media cara dejándola semiparalizada. El aturdimiento trataba de apoderarse de mí, pero como cuando un doctor de emergencias habla a un paciente a punto de perder el conocimiento, mi sentido del deber y lealtad despertaron como una bestia sedienta de sangre.

No podía dejar que las secuelas del traumatismo nublaran mi mente. Traté de mantenerme lúcido pese a las severas magulladuras recibidas. El golpe sobrehumano no fue normal, me podía haber matado fácilmente. Esa criatura abyecta, viniera de donde viniera, no tenía ninguna intención dialogar. Debía pensar y, más aún, actuar rápido.

Me concentré en evaluar la situación y los daños recibidos, por fortuna, no críticos. También, por suerte, las nauseas derivadas de la fuerte contusión comenzaban a desaparecer.

Sin haber reparado en ello, mi colgante en forma de aro ya se encontraba en mi mano dispuesto como un artefacto de oscura venganza. El aro, denominado ciclo infinito, comenzó a girar alrededor de mis dedos, rotando entre ellos en una suerte de danza tan hipnotizante como macabra. Las afiladas cuchillas de obsidiana, dispuestas en paralelogramos, parecían cortantes lenguas o sanguijuelas que al girar rápidamente cobraban vida. Las cuchillas se curvaban serpenteantemente impulsadas por las fuerzas centrífugas del aro en movimiento. Un aro que ahora parecía de naturaleza orgánica ansioso por nutrir su inagotable apetito.

Cegado por el dolor y el deber, me lancé con un fuerte salto (el rígido suelo se volvió dúctil para impulsarme), y como si tratara de emular el movimiento del arma, giré sobre el cíclope posicionándome con una voltereta aérea sobre su cabeza. El aro besó su rostro. Las lenguas lamieron su faz y mi arma creció en tamaño como un parásito que deglute sangre a borbotones.

Durante unos segundos, en plena cabriola, el tiempo pareció detenerse, el arma áurea y reluciente acarició en un corte vertical (de frente a pecho) a aquel engendro de un ojo. Al principio, pareció que el impacto fue inútil e inofensivo, pero al aterrizar la sangre de la bestia manó como un aspersor de agua vaporizada regando el ambiente con una neblina hematocrítica. Y en ese, instante comprendí que el arma tenía alguna forma inenarrable de conciencia, sentí terror, pero el artefacto me agradecía fehacientemente la ofrenda.

 

---Wolfgang---

Las manos me temblaban levemente, en una reacción fisiológica que poco tenía que ver con mi habitual actitud. Era sencillamente como observar al vacío, ver el mundo convertirse en un lugar ajeno, y desde luego ... no un lugar apacible.

Por suerte, la violencia era una respuesta tan buena como cualquier otra.

Cerré los puños, mientras mis manos recuperaban las cuchillas que escondía permanentemente en mis mangas. Si ese académico peleaba contra este bicho, yo también.

Y, haciendo caso al instinto de mi cuerpo, entrenado en suficientes batallas para reaccionar por si mismo, me erguí y busqué con ojo clínico (y una calma que no sentía) el punto débil donde actuar. La herida que le había provocado mi compañero. Sí, ese era el lugar.

Salté sobre él, con la agilidad y destreza que siempre me había caracterizado. Y, casi con cuidado, giré sobre mí mismo hasta que sentí las hojas afiladas hundirse en la carne herida de la criatura.

Esta vez, su grito se sintió como una suerte de plegaria a mi nombre.

 

---Destino---

Las heridas hacen mella en el cíclope, que ruge con fiereza en respuesta a los cortes que tiene su cuerpo. Pero sus movimientos muestran el peso que los golpes recibidos tienen en él, volviéndose más erráticos y menos afinados a medida que se pone en marcha para volver a golpear a Arthur con sus enormes puños. Violencia como solución a todos los problemas.

Cuando de nuevo alza sus brazos se oye un fuerte estampido y el cíclope pone los ojos en blanco y cae de rodillas primero y finalmente de cara al suelo. La vida le ha abandonado.

Detrás de él es posible ver a la mujer más bella que se ha visto, con un revolver alzado contra el lugar donde una vez estuvo la nuca del cíclope. Con un gesto divertido se acerca el cañón a los labios y lo sopla en un gesto claramente dramático y divertido, mientras sus ojos pierden el color violeta que tenían segundos antes y retoman su color azul profundo natural.

-No lo había visto nunca hasta hace unos días, y ahora van dos veces. Lástima que no me haya podido llegar a tiempo al museo, tenía unas cuantas preguntas que hacer. ¿Quién os fue a Visitar?-

Pregunta con una preciosa sonrisa de medio lado, ligeramente irónica pero agradable. El revolver desaparece en alguno de sus bolsillos, con un ligero destello violeta de sus ojos, mientras lleva su mano izquierda a la cadera y os mira con interés.

-Por el cíclope no os preocupéis, podréis contarle a todo el mundo que lo habéis cazado vosotros y que nadie os lo ha robado. Al fin y al cabo es vuestra primera gesta y en casi todos los augurios salíais vencedores de un combate que claramente teníais controlado, así que yo solo lo he acelerado para poder seguir cada uno con nuestros asuntos.-

Sonríe de nuevo tranquila, ladeando la cabeza suavemente mientras os observa, mientras os guiña el ojo izquierdo.

 

---Arthur---

El pesado cuerpo del cíclope cayó a plomo. El golpe del impacto resonó fuerte, comparable al alivio que pude sentir.

Si 170 latidos por minuto era la máxima presión que podía soportar mi sistema cardiaco, hubiera jurado que me quedé muy cerca de rebasar dicho límite. Jadeante, relajé el torso que había estado adoptando una posición tan rígida como ofensiva durante el combate.

Curiosamente, hilvané los distintos elementos que habían acaecido en un análisis rápido de la situación. Para sorpresa, lo más natural, que era preguntar quién nos había visitado en el museo resultó lo más sospechoso entre lo ocurrido (quizás me estaba volviendo loco o tan solo acostumbrándome a consecuciones de eventos inexplicables e incognoscibles).

- "Mi nombre es Arthur White-Cortez, conservador del museo Getty. En primer lugar me gustaría agradecerle la inestimable ayuda mostrada".

Respondí a su pregunta con un saludo y con un agradecimiento por varios motivos:

Primero, necesitaba relajarme y reducir los niveles de estrés, más preguntas y misterio mantendrían mi estado de alerta en niveles insostenibles (debía ser cauteloso en lo que respondía a una desconocida y más con todo lo que había ocurrido). Evadir temporalmente su pregunta me permitiría recuperar un poco la agilidad mental.

Segundo, indicar mi nombre y presentarme cortesmente implicaba una presión simbólica para aquella mujer (ahora ella estaba obligada a hacer lo mismo). Entre tanta incomprensión y hebras inconexas mi compañero y yo necesitábamos recabar toda la información posible).

Tercero, y más importante, es fundamental ser agradecido . 


---Destino---

La desconocida mueve suavemente la mano en el aire, quitándole importancia a lo que dice Arthur pero manteniendo la sonrisa peculiar que tiene.

-No te preocupes por eso. Como dije, en todas las predicciones salíais vencedores, y en efecto así estaba siendo. Yo solo aceleré las cosas para ahorrarnos tiempo, un cíclope menor está muy por debajo del nivel en el que tengo que esforzarme. Además, se supone que todos estamos juntos en esto, ¿no?-

Su sonrisa se mantiene, suave, aunque cobra un tono levemente irónico no tanto con respecto a las personas que tiene delante, sino con el universo mismo. No ha entrado en el juego, y algo en el brillo de sus ojos muestra que sabe perfectamente que no lo ha hecho, y que su pregunta aun ha quedado sin respuesta.

 

---Arthur---

Aunque imaginaba que mi estrategia sería infructuosa, tenía una pequeña esperanza de ganar tiempo aguardando un afortunado desliz dialéctico.

-"Amanda Wade nos entregó los cupones de estos trasteros. Aunque intuyo que usted sabe más de la señorita que nosotros mismos".

Ahora era el momento idóneo para arrancar información útil. Antes de lanzar mi pregunta como una bala silente, se me secó la boca temiendo una respuesta que no me gustase.

-"Y...cómo que se supone que todos estamos juntos en esto. ¿Qué o quiénes somos?"

Respiré hondo.

-"Y además... ¿Cómo es posible que haya aparecido un cíclope?".

 

---Destino---

Durante un instante, la desconocida se queda pensando en las palabras de Arthur. Sus ojos se entrecierran levemente mientras da vueltas a algunas ideas en su cabeza, antes de sacudirla ligeramente con un deje de frustración.

-Ni idea de quien es esa Amelia Wade con tan poca información. Obviamente es la máscara de alguien, pero sin más detalles no puedo intentar adivinar quien. No es como si fuese una máscara conocida como Bono o algo así.-

Su frustración aumenta con las siguientes preguntas de Arthur, no dirigida contra el académico sino contra el universo mismo. Pues ella bien sabía que el universo es de las cosas más frustrantes que uno puede encontrar en su día a día.

-¡Qué típico! Hacen la Visita a medias, no explican una mierda, y luego esperan que hagáis algo y encontréis vuestro camino y destino y toda esa mierda. Yo no tengo mucha paciencia para explicar estas cosas, no es mi trabajo al fin y al cabo, pero si lo resumimos muchos sois los hijos de algunos dioses. Ellos tienen planes para vosotros como peones en sus guerras y conflictos, porque los Titanes han escapado del Tártaro donde estaban encerrados desde tiempos inmemoriales y quieren venganza. Y desde Midgard al Olimpo, pasando por la ciudad de Osiris o las pequeñas casas de las hougan vudu, todo eso y mucho más es su campo de batalla. Por eso se supone que todos estamos en el mismo lado, intentando servir a los dioses para evitar que los titanes destruyan el puto mundo. Aunque, como siempre, cada uno va a su bola y hay quienes usan sus poderes bien, quienes abusan de ellos, quienes luchan en la guerra, quienes buscan otros caminos, o quienes solo quieren enriquecerse. Eso ya es decisión vuestra.-

Hace una breve pausa, pensando en el cíclope, y sonríe ligeramente torva, sus ojos brillando con algo de diversión.

-El cíclope estaba aquí porque el Destino así lo quiso y decretó, para poneros a prueba. Muchos no sobreviven a sus pruebas, pero es que el Destino es un espectador caprichoso de nuestros devenires, y no le gusta nada aburrirse. De todas formas, como dije, no soy muy buena explicando estas cosas, si queréis respuestas más detalladas os recomendaría buscar a las personas adecuadas en Las Vegas, aunque las respuestas a menudo tienen sus precios. Yo solo me encargo de llevar información de un lado a otro...-

Sonríe de medio lado, inclinándose levemente hacia delante.

-Y ahora os toca compartir a vosotros algo de información sobre Amelia Wade o las escrituras en la pared de la cámara de tu compañero, que supongo que se llama Wolfgang por lo escrito allí.- 


---Arthur---

Mis peores presagios se confirmaron ante la mirada púrpura de la desconocida. Ahora, como el click de una llave que encaja perfecta en en los resortes de una cerradura, tan recóndita como ancestral, todo tuvo sentido, un sentido que cayó a plomo como una verdad irrefutable.

Así, la tierra en la que se adentraron Wolfgang y Arthur se extendía terrible, leprosa y cenicienta bajo un sol californiano enorme y abrasador. Sus vidas desmoronadas y mortales soledades habrían sobrecogido de terror los corazones de hombres corrientes; y puesto que habían sido convocados a aquel inhóspito lugar sin comida, respuestas ni sustento alguno, la situación de los dos bien podría calificarse de desesperada.

Pero toda deuda ha de pagarse y el ciclo debe continuar. Así pues, sobre Amalia Wade ofrecí una descripción profusa de su máscara, pero poco más podía aportar.

En cambio, necesitaba respuestas, y tal vez ella me ayudara a descifrar los crípticos mensajes encontrados en los trasteros.

Cómo había hecho con mi compañero de desventura, narré la sucesión de eventos y vicisitudes que nos condujeron hasta los trasteros y, una vez allí, los instrumentos y dispositivos que nuestros ¿padres? habían dejado para nosotros.

-"Seguro que por tu experiencia intuyes cómo podemos encontrar a quien nos ha dejado los mensajes o al menos por dónde empezar a buscar. Al fin y al cabo, estamos juntos en esto".

---Destino--- 

La desconocida se centró en los detalles que le daba Arthur acerca de Amelia Wade. Recopiló todos los detalles con atención y sin interrumpir, antes de empezar a ensamblarlos rápidamente en su cabeza.

-Sin duda no es una máscara que yo conozca, aunque tiene algunos detalles reveladores. De hecho lo dice ella literalmente, trabaja para la Roma Eterna, que es el nombre en nuestro idioma del panteón romano. Luego aparece como una maga de salón y habla de magia, pero también de caminos y encrucijadas. Eso no me suena a ninguno de los dioses principales del panteón, que ya de base es un panteón poco activo y que tiene muchos problemas ahora con el asedio. Quizás alguna diosa menor, tal vez relacionada con Jano o algo así, o quizás alguna criatura sirviente. Es difícil decir con seguridad. Pero debería ser algo por esas líneas. Y es obvio que no abandona a menudo Numa Aeternum porque se la ve... muy juguetona con los límites impuestos por el Destino, algo típico de quienes prueban los límites una de las pocas veces que pueden abandonarlos.-

Sonríe y se encoje de hombros mientras vuelve al mundo.

-Pero bueno, yo soy mensajera, no detective. Seguro que tú eres capaz de unir las piezas que faltan por ti mismo, o quizás encontrar ayuda en los lugares más inesperados.-

Suavemente hace un gesto de la mano para interrumpir la descripción de los trasteros y sus ideas. Sonríe al hacerlo, divertida y algo juguetona.

-Tranqui, tranqui, ya escuché todo eso cuando se lo explicaste antes a Wolfgang. Una chica tiene sus trucos. Y tengo mis sospechas, pero creo que sería trampa por mi parte adelantarlas. Al fin y al cabo, se supone que yo no estoy aquí, este debería ser vuestra Visita y vosotros deberíais haber hecho todo. Yo solo uso mis artes para dar cierta forma al Destino, pero tampoco se trata de enfadarle por algo así, que tengo cosas más importantes que hacer en San José. Por cierto, no os acerquéis por allí, sea lo que sea que está pasando algunos de los nuestros han desparecido y eran scions más veteranos y entrenados que vosotros. Solo diré que tus intuiciones no son malas, quizas incluso sean acertadas, aunque de eso no puedo estar segura. La única persona que conozco que puede decirlo a ciencia cierta está en Las Vegas, pero sino podéis tratar de descubrirlo por vuestro lado y con vuestros recursos.-

---Wolfgang---

Scions. Dioses. Panteones. Magia... kind of. O no tan kind of. Magia de la de verdad, la clase de magia que hace aparecer y desaparecer personas, que crea ilusiones. Que nos lanza encima un puto cíclope. La clase de magia, ajena y caótica, que era totalmente ajena al submundo de donde yo provenía.

Y por otra parte... por otro lugar, en otro sitio, este parecía ser el mío. Y sin embargo yo no soportaba esa idea. Y mientras mis prejuicios, ideas, mi misma concepción del mundo, acababa por desgranarse entre mis manos y desgarrarse como un velo de la misma realidad, yo finalmente suspiré.

Había aprendido a sobrevivir. Y lo haría, fuese entre entre pobres o entre dioses, en callejones oscuros o malditos panteones. Prevalecería.

- Los panteones - Murmuré - El terreno de los dioses, de los que tanto hablas. ¿Dónde está?

Si había unos malditos hijos de puta decididos a jodernos, al menos iban a hacerlo en mi cara . Y no, no era estúpido. Sólo estaba profundamente furioso.

- Sabes tanto de esas escrituras en la pared como yo, que algún imbécil de autoproclama mi Padre, y que al parecer se sabe mi nombre. El resto es un galimatías.

"Galimatías". Joder. Iba a empezar a parecerme al rarito. A veces, mi... capacidad mimética llegaba a molestarme. Lo cual me recordó... le miré de reojo. Tendría que disculparme por amenazarle... en algún momento. No hoy. Y mejor cuando no tuviese ese aro de acero sangriento en las manos. Suspiré. Ojalá el desconocido de los regalos me hubiese dejarlo algo parecido. Un arma con la que destrozar este maldito mundo.

- ¿A quién hemos de buscar en Las Vegas?

---Destino--- 

La desconocida sonríe a Wolfgang, una sonrisa que no solo se debe a él sino acaso a recuerdos que ella misma atesora. Quizás se sienta identificada con su confusión o haya visto a otras personas pasar por lo mismo; quizás se deba a algo completamente diferente. Con ella, parece complicado discernir cual es la razón, pero sin duda, alguna hay porque su sonrisa es muy personal.

-Por algún lado de ahí arriba- dice, señalando con el dedo al cielo, de un modo más juguetón que serio-, pero la entrada a los Overworld está cerrada para los nuestros. Solo los dioses pueden ascender, a nosotros nos queda el mundo, donde en cambio ellos tienen problemas para actuar. Algunos tipos de normas y reglas que también a ellos les ata. O no, porque más de uno y otra las han roto y transgredido en el pasado no tan distante. Pero me temo que sus juegos divinos, aquí abajo solo podemos intentar adivinarlos juntando piezas y viendo lo que podemos hacer. Yo se suficiente de estrategia como para saber que no podemos intentar adelantarnos a ellos, solo decidir y ser libres, dentro de lo que nos lo permita el Destino. Por eso vuestro camino es vuestra decisión, yo solo os puedo dar una mínima guía si no quiero que el mío se desvíe. Y, como digo, tengo demasiado trabajo por hacer y demasiada información por llevar a diversos lugares como para permitir que se desvíe.-

Sonríe de nuevo, una sonrisa de medio lado, con cierto toque de cinismo divertido ante la contradicción de trabajo y libertad.

-Que tu padre sea un imbécil no me sorprende. Los dioses tienden a serlo- le guiña un ojo, divertida-. En algún lugar de su cabeza todo eso tendrá sentido, pero otra cosa es que eso sea realidad en el mundo. Al fin y al cabo, tantos de ellos quieren cambiar y gestionar las cosas, que raro es que consigan nada más que complicarlo todo.-

Luego hace un gesto vago con los dedos de la mano izquierda ante la mención de la gente de Las Vegas.

-Como dije, en esto me toca ser ambigua, putadas del rol que a cada una nos toca jugar. Digamos que son gente que lleva en este mundo mucho más que cualquier otro que yo conozca, pero no son dioses sino de nuestra estirpe. Los más poderosos entre los nuestros para algunos, unos cobardes para otros... ambiguos, grises, difíciles de entender en sus caminos... el resto tendréis que hacerlo vosotros, pero sin duda los reconoceréis cuando los encontréis. El resto ya es cosa vuestra, pueden ser poderosos aliados, terribles enemigos o un montón de cosas en el medio, según sus intereses y los vuestros y cómo todo eso se mezcle.-

Se encoje de hombros, dejando en el aire la cuestión de cómo ella misma ve a esas personas. Y lentamente comienza a andar hacia atrás, claramente comenzando con ello su despedida.

---Wolfgang--- 

Fruncí el ceño, mi gesto una mezcla entre la rabia, que ya comenzaba a extinguirse en mi pecho, y el profundo agotamiento que solía acompañar al ocaso de ésta.

Dioses, olimpos, destinos, roles y profecías... esta mañana, como tantas otras, mi único rol era sobrevivir en las calles que habían dibujado la única faceta de mi vida. Y ahora...

Curiosamente, los misteriosos brazaletes ahora presionaban la piel de mis muñecas, como unos especialmente inexorables grilletes.

Así que junté los labios y no dije nada. Me había quedado claro: Tira para delante, busca tu puto destino de puto heroe mitológico y ya que estás dedica todo tu tiempo a esta puta mierda. ¿Por qué no? Al parecer, papá te necesita.

Que le jodan.

Giré la cabeza al académico que me había acompañado en este despropósito de aventura, y apreté los labios.

- Eh... nos vemos.

Y simplemente me di media vuelta y me fui, con la habitual prisa que acompaña la clase de emociones que no iba a dejar salir de ningún modo. Hay pocas cosas que en las calles aprendes más intensamente que el hecho de que los sentimientos son una debilidad. Al menos, todos aquellos fuera de la ira. 

---Destino--- 

Y mientras la cámara se aleja del espacio de almacenaje se puede escuchar una guitarra soñadora comenzar su interpretación. Al fin y al cabo, en la ciudad de los sueños hasta las cuerdas musicales pueden soñar, si están dispuestas a pagar el precio de tal ambición. Un coste pagado en respeto, sangre, dolor y muchas otras monedas, pues esos son los más preciados de todos los capitales, pues es con ellos que se tejen las historias que el Destino anhela. Como un yonqui, ansioso del siguiente chute, junta personajes, escenas y lugares para narrarse su propio drama.

Así que, mientras Wolfgang se dirige a su moto seguido de Arthur que va a su coche, la desconocida termina de darse la vuelta y cadenciosamente se adentra en el camino de los almacenajes. Y, con un breve destello de sus ojos, desaparece en la nada, como si nunca se hubiese encontrado bajo aquel sol de finales de la tarde.

A solas, el cuervo mira en ambas direcciones, grazna con energía y, con un fuerte aleteo, se alza. La cámara le sigue, mientras toma distancia de las calles, las azoteas y las nubes. Mientras se alza más allá de donde pueden llegar los aviones y los satélites, hasta que brevemente se ve ante él alzarse una enorme rama de un árbol imposible. Pero esa, es otra historia, para otro capítulo.

Al fin y al cabo, “we could be heroes… just for one day…”. Y es que, cuando las hebras del Destino se entrelazan, todo es posible, especialmente en la ciudad de los sueños rotos.

 

Comentarios

  1. Esta parte de la historia de Hebras del Destino se jugó/narró entre el 23 de junio y el 29 de noviembre de 2020.

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