Sueño de una noche de verano

Una mirada, unas palabras susurradas, una danza bajo la luz de las estrellas, un pulso acelerado... el encajar del universo en un momento de paz y de conflicto. La perfección capturada en el girar de los astros, el murmullo del río, el suave arco de la espalda o el sabor de los labios. El cambio capturado en pies que caminan, en palabras prohibidas, en pensamientos novedosos.


Pero, como siempre ocurre, todo tiene que llegar a su final.

En ocasiones, es necesario sacrificar lo que se quiere por lo que se debe. Subir al altar del bien mayor, aunque no sea el propio. Supongo que es una lección que llevo muy adentro. Y por seductora que sea la música de la orquesta, no es justo disfrutarla y dejar entrar con ella al miedo. Su sombra, que todo amenaza, que todo corrompe y destruye. Que nos vuelve débiles e inseguros, fragmentos de lo que debemos ser.

No. Es hora de reencontrar el baúl y guardar al bailarín. Que descanse, como siempre debió hacer. Porque hay bailes demasiado peligrosos y dolorosos que no deben ser danzados. Así que dejemos que duerma de nuevo en su celda, en su prisión, donde a nadie hace daño. Dejemos que entre de nuevo la Razón a poner en su lugar el mundo, el orden vuelva a encajar las piezas, el equilibrio restore lo que se vio amenazado. 

Que se retomen los viejos planes, el camino doloroso que se había trazado. Controlado, cuadriculado... correcto. Porque lo único que queda es hacer las cosas bien, por alto que sea el coste. 

Al final, todo fue el sueño de una noche de verano.

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