El martirio de los santos pecadores
El rugido de los motores de la astronave era claramente perceptible desde la capilla a bordo. San Mantius y San Paulus compartían la misma desde sus altares austeros, observando silenciosos e impasibles a un único caballero arrodillado en oración en la pequeña sala. Las vibraciones de los generadores de energía que alimentaban los escudos, situados justo tras de la pared de la derecha, hacían que todo temblase levemente mientras las protecciones aseguraban que ningún mal le cayese al vehículo mientras recorría el espacio, en los últimos momentos de tránsito hacia la puerta de salto. -A San Mantius, rogamos por la fuerza necesaria para acabar con nuestros enemigos. Para que nuestra espada no ceda a la tentación del cansancio, o a la pérdida de filo. Para que nuestras armaduras no fallen hasta que nuestros rivales hayan caído ante nosotros.- Era lo más parecido a una salida honorable que podían encontrar. El precio por cumplir la labor divina, era la condenación de sus almas. Al men...