Tiempo de Anatemas 50: La última larga noche

El niño sideral, Chejop Kejak, a menudo conocido como Dos Caras, está desesperado. El destino trazado no era este, lleno de interferencias por parte de los solares y sus aliados. Desde la proclamación solar de Starfall y el coste de recursos que eso supuso, a la práctica subversión o destrucción de la Orden Inmaculada, al final del olvido destinado que les protege de las consecuencias, o la muerte de destacados siderales como el Ingeniero y el Relojero, todo está cayendo a su alrededor. Los golpes recibidos han sido demasiados, desde demasiadas direcciones, y el tiempo se acaba Pero hay un plan, no el plan óptimo, no el plan cuidadoso y perfecto, no... un plan desesperado.

Desde los cielos los dioses castigan a la Creación trayendo infortunio y malestar, dolor y muerte. Calamidad apocalíptica tras calamidad apocalíptica, llevando al mundo entero al borde del desastre. Todo para poder crear un Destino Resplandeciente de mayor envergadura que ningún otro, superior al de la Emperatriz Escarlata, que pueda enderezar todo esto: el Avatar, imbuido con el poder del destino pero también de los cinco elementos. Él devolverá la realidad a como debe ser, o sino la realidad dejará de ser, no hay puntos intermedios para Dos Caras y su continuo tejer y manipular en la Urdimbre del Destino. 

Pero hay cosas que ni el poderoso artefacto puede cambiar, y los solares se interponen por deber y honor, por deseo o placer, en los designios de los siderales de bronce. Todos han oído la convocatoria divina a juicio, pero también la oportunidad que esta abre para frustrar los planes de los siderales, aún sin de momento ser conscientes de los mismos. Así, un grupo de ellos viajan en busca del Dios de los Monstruos y tienen una batalla contra la terrible criatura divina que se divide y rompe, siempre dispuesta a continuar luchando con enorme ferocidad. Otros viajan en busca de una cura para una terrible enfermedad que se esparce por el mundo como ninguna otra vista desde el Contagio, y con magia y ardides consiguen detenerla y a los causantes. Otros de los solares deben lidiar con el dios del Castigo, enviado aquí a cumplir órdenes, y las cuestiones morales que plantea una entidad así pues ¿acaso puede existir un mundo sin castigo alguno? Otros deben enfrentarse al causante de que el Mar Interior bulla y desaparezca, que resulta ser un dios del fuego submarino que es engañado para desaparecer y dejar tranquilas las aguas. Y finalmente, otros deben recuperar la piedra de jade sobre la que se sostiene la Creación, robada por el Dios del Latrocinio, enfrentándose a sus juegos y pruebas. 

Nada puede detenerlos y, solventando las cinco calamidades, la oportunidad para que el Avatar las solucionase él mismo, desaparece. Y con él, la herramienta para darle el tremendo poder del Destino Ascendido y Radiante que buscaban imbuirle los siderales.

Sin embargo, Yu-shan reclama a los solares allá donde están para presentarse ante los tribunales divinos una vez más. Se les acusa de delitos graves, sin duda, cometidos en las cinco direcciones, pero también de cosas que resultan ridículas o sacadas de contexto. Pues para los siderales tras los dioses, lo único importante es sacarlos del escenario. Mientras los Hijos del Norte son juzgados con el Señor Fu como abogado, en las cámaras de espera entran el Destructor de Ciudades, el Dios de la Usura y el de la Esclavitud, nefastos todos ellos por derecho propio. Pero si creían que las cosas serían como siempre se equivocaban, tanto arriba en los tribunales, donde uno de los dioses acaba pidiendo auxilio antes de que al juez le corten la cabeza, como en el exterior donde el dios de la Esclavitud acaba esclavizado a manos solares y los otros dos también son destruidos. Y en el medio de la confusión y el caos, un pequeño dios le hace llegar una carta de Ayesaura la Dorada al Señor Fu en el tribunal, indicando que deberían restaurar los cielos para abrir el camino a donde sus aliados siderales estaban aprisionados. Y si bien algunos, especialmente los venidos del polo del agua, temían que todo aquello fuese una trampa, orgullosamente caminarían al interior de la misma para demostrar a los que la prepararon que se habían equivocado tomándoles como objetivo.

Decidir cómo restaurar los cielos y organizarse fue algo que llevó tiempo, un espacio de discusiones y debates en los cielos sobre la ruta a tomar. Unos decidieron ir a los archivos divinos a cambiar las leyes que regían el cosmos, mientras otros buscarían a las Cinco Damas para exponer lo que sus hijos estaban haciendo y llevarles la verdad.

Los primeros llegaron a los registros de lo divino, con sus ingentes e infinitas cantidades de documentos, y pronto entendieron que allí no podían obtener lo que buscaban. Solo eran, al fin y al cabo, los archivos que documentaban lo que ocurría en otros sitios. Era en la Oficina del Destino, donde los juegos de poder divino se juegan, donde debían reconstruir el orden de los cielos. Ocho ministerios centrales debían ser entregados a nuevas manos, que gobernasen con liderazgo, honestidad y virtud los asuntos que afectaban a la Creación y a los mortales. Entre las listas de dioses Yu-shan encontraron a los más virtuosos, algunos de los cuales habían perdido su poder por oponerse a la Burocracia Celestial y otros por haber sido partidarios de los solares. Alguna incluso había sido creada o fortalecida por ellos en su anterior visita al reino celestial. Y los reunieron a los ocho como si de un concurso se tratase para escuchar sus opiniones y virtudes antes de asignar cada uno de ellos a una de las poderosas oficinas que regían el avanzar de todos.

Pero, ausentes de esas oficinas se encontraban las del Destino, aquellas con las que serían los demás los que debían contender. El primero en encontrar a los solares fue Wayang, Dios del Silencio, que les impuso esa cualidad pues en su presencia la única forma de comunicarse era por medio de las sombras chinescas que eran su naturaleza. Nara-o, Dios de los Secretos No Revelados, fue el siguiente en enfrentarse a los solares, revelando sus pecados y vergüenzas para conseguir que abandonasen su empresa. Ruvia, el Dios de los Caminos Trazados, se enfrentó a ellos con acertijos complejos y retorcidos que solo las mentes más agudas podrían resolver. Hu Dai Liang, el Dios de las Grandes Batallas, les enfrentó con un combate de poder infinito, ingenio y creatividad, buscando demostrar su mayor comprensión de las fuerzas que entraña la lucha. Y finalmente Yao-Gin, Dios de los Sueños Hermosos, les trataría de atrapar en su tetera, ofreciéndoles la vida que siempre habían soñado si permanecían en el interior de la misma. Pero ninguno de ellos fue suficientemente fuerte, hábil o capaz para detener a los solares, y sus oficinas en el Ministerio del Destino quedaron vacantes, sus ocupantes derrotados.

Fueron los Cien Velos de Jade de Nara-o los que mostraron a los solares donde se encontraban encerrados los siderales. Y fue el Dorado Navío de Ruvia el que les llevaría hasta allí.

El barco abandonó la Creación en toda su extensión, regresando a un lugar poderoso y antiguo, roto por la colosal batalla en el celebrada, como ninguna otra que hubiese ocurrido jamás. Zen Mu, el Continente Roto, donde solares, lunares y siderales juntos habían combatido, en el pico de su poder, a los Primordiales, y cuyos enfrentamientos habían fracturado la realidad misma. Y más allá de las islas fraccionadas y las coordilleras levantadas por los golpes, se encontraba el innegable laberinto inmutable, que guardaba el acceso a la más poderosa de las manses, donde la Urdimbre del Destino y sus amigos aguardaban, la Manse de los Hados.

Recorrer el laberinto sería imposible para nadie que lo intentase, independientemente de su nivel de poder se perdería en los senderos invulnerables a charms y poderes. Pero los tres artefactos del destino que llevaban con ellos escogieron a sus más afines, y los guiaron por las estrelladas sendas retorcidas que debían seguir.

Algunos fueron seleccionados por la Tetera Lapislazuli de Yao-Gin, guiados por los recovecos y bifurcaciones a través de extraños juegos. Debieron mostrar el conocimiento de su entorno, pues con 20 preguntas debían hallar que el personaje oculto era Elarris, y con su enorme habilidad incluso les sobró una para que Synn pudiese cumplir su promesa y hacer su pregunta bromista. Más adelante en los senderos tortuosos debieron relatar sus eventos más épicos y gloriosos, pero sin recurrir a aquellas palabras que eran necesarias para hacerlo, mostrando su ingenio al buscar alternativas. Y para recorrer el último trecho debieron resolver tres complicados acertijos.

Otro grupo fue seleccionado por el Estandarte Escarlata de Hu Dai Liang, y sus pasos les llevaron por otros caminos dentro del laberinto infinito. Allí debieron escoger sus líderes y guías motrando para ello sus dones y habilidades a la hora de convencer a los demás de sus dotes al frente. Pero es liderazgo iba a ser puesto a prueba más adelante con complicados dilemas morales a los que el portador debía enfrentarse, en oposición a aquellos que lideraba. Y finalmente, el giro en el sendero tortuoso les llevó a la sublevación, a la revisión, al análisis del mayor fracaso que ese liderazgo había mostrado y a la valoración del mismo.

Finalmente, la Máscara Negra de Wayang llevó a los solares entre giros y caminos sin salida hasta un salón de baile, donde ocultos bajo máscaras personas importantes para ellos debían ser identificadas y encontradas. Una vez reunidas, nuevas espirales y senderos les llevaron hasta un tablero de ajedrez donde mostrar su ingenio a la hora de perseguir sus propias ambiciones, pero también elegir qué sacrificios estaban dispuestos a realizar para alcanzar aquellas playas prístinas o campos donde plantar patatas, conocimientos para salvar la Creación y navíos que compartir con familia y amigos. Pero aún había más giros en el laberinto por recorrer en sus pasillos retorcidos, y la máscara les llevó al lugar donde identificarse, donde señalar quienes realmente eran y colocarse sus rostros verdaderos.

Cada grupo, siguiendo una de las reliquias, llegaron a la Manse de los Hados, en cuyo salón inicial encontraron a los siderales de oro atrapados en sueños de felicidad y amor. No había habido trampa alguna, pero sí había una dura decisión que tomar, si permitirles quedarse en sus espacios de felicidad imposible, o acaso devolverles a la dura y reducida realidad del mundo. Con pesar y dolor, todos esos sueños fueron rotos y Puño del Norte y tantos otros siderales fueron liberados de los encierros mágicos en sus propias mentes, y devueltos a la tristeza del mundo cruel que era la Creación.

Juntos recorrieron la manse en dirección a la Urdimbre del Destino. Pasaron por salones donde se mostraban las pruebas y experimentos, los planes de los siderales para mantener una Creación, pero también en la Sala de las Máscaras, vieron señales del letal enfrentamiento interno que los siderales de bronce estaban teniendo a raíz de las revelaciones. Pues por seguir sus propios planes, habían dado la espalda a la voluntad de las Cinco Damas de las Estrellas, como les había sido mostrado por Amala y tantos otros en la Creación, destruyendo en el camino la validez y legitimidad de las mentiras que sustentaban la Orden Inmaculada y sus dogmas.Y finalmente encontraron a Dos Caras y sus más allegados seguidores ante el poderoso artefacto, tejiendo el Destino Ascendido y Brillante del Avatar.  Fue allí donde se libró la titánica batalla a contrareloj por el destino mismo de la Creación.

Unos debieron enfrentarse a los siderales de la senda en que ellos eran victoriosos, que guardaban la Urdimbre de todos los intentos de manipulación por parte de cualquiera que buscase subvertirla contra ellos. Así, los intentos del Señor Fu por tomar control de las arañas que tejen fueron fracasos, pues los solares no podían manejar aquel poderoso telar. Otros debieron combatir al propio Avatar con el dominio de las cinco formas elementales, sus poderes mermados menos de lo esperado por Nombre Olvidado y la magia de Synn, pero también sería la sabiduría del libro de Kitsu la que permitiría que los golpes derribasen al poderoso constructo sideral. Y finalmente, los últimos debieron enfrentarse en la titánica batalla contra Dos Caras mismo, quien desde tiempos de la Primera Edad había guiado el destino hasta su actual forma, el culpable de tantos infortunios y crueldades en su intento de preservar la Creación.


La Urdimbre del Destino estaba en sus manos tras las victorias, y a su lado estaban aquellos que podían tejer en ella. Pero el artefacto tenía sus propias reglas, pues como dijo Nombre Olvidado: "los hilos de la potencialidad realizada y por realizar se entretejen con la voluntad del herrero, como el aleteo de la mariposa teme la llegada del huracán". Fue Sombra quien tradujo aquello, pues no se podía tejer lo que se quisiese en el artefacto, sino que llegadas a ciertas conjunciones y posiciones, se abrían opciones. Y aquel momento era una de esas ocasiones, en que convergían ciertas posibilidades de enorme importancia que los solares deberían decidir.

Primero, como el propio Sombra indicó, estaba la cuestión del miedo atávico de los mortales a los Anatemas. Podía llegar el fin de esa consideración, dejando cada uno a ser juzgado por sus actos, o podía permanecer esa consideración que, como varios señalaban, protegía a los mortales de abisales e infernales que pudiesen amenazarles. Sin embargo, este debate fue relativamente rápido, pues no se estaba alterando la Urdimbre sino restaurando como había sido antes de las manipulaciones de Dos Caras, de modo que nunca más se hablaría de Anatemas en la Creación.

Elarris fue quien trajo a la luz la segunda oportunidad, pues había que decidir sobre la relevante restauración solar que tantos llevaban deseando desde antaño. Se podía restaurar a los solares al imperio como había sido durante la Primera Edad, pero también podía negarse la restauración o incluso la posibildad de los desconocido, de que la restauración se hiciese en nuevos términos, como fuera siendo creada en esta ocasión. Y fue esta tercera opción la vencedora en el debate, pues las otras dos fueron rápidamente desechadas, la primera por arriesgar a repetir demasiados de los errores del pasado y la segunda ni siquiera fue considerada con seriedad.

Sería Nombre Olvidado la que traería el mayor conflicto, con la tercera de las decisiones. Pues las arañas del destino podían tejer un mayor poder para todos los exaltados celestiales, podían mantenerlo como estaba, o incluso podían debilitarlo. Y las posiciones enfrentadas fueron claras y defendidas con pasión. De un lado Ventura argumentaba que ese poder era necesario si debían enfrentarse a los No Natos, a los verdaderos poderes de Malfeas y las entidades feéricas de más allá del Caos y triunfar donde en el pasado habían fracasado incluso con ese poder, algo con lo que Soma fuertemente concordaba. Nellens Siviri estaba en el punto opuesto, él no deseaba ese poder aumentado con el peligro que suponía para toda la creación esa mayor capacidad de destrucción en caso de que cayese en la Gran Maldición o tomase el camino equivocado en sus decisiones. No estaba solo en esta posición, Koin y Tao Shunda le acompañaban, si bien Tao finalmente sería convencido de que era la virtud la que podía detener a la Gran Maldición. Hubo incluso voces, como la de Sha-Illan, argumentando que cuando ella había entrado en Gran Maldición no solo había evitado causar terribles daños, sino que había logrado salvar vidas. El Sr. Fu propuso entonces un camino intermedio, sellar entonces el aumento del poder, pero aceptar todos un pacto que les llevase a la inconsciencia en caso de caer en la Gran Maldición, algo que sin duda podría ponerles a todos en peligro si bien resguardaría a la Creación de mayores males. Pero Siviri no solo seguía convencido de su posición, pese a los argumentos del creciente número de partidarios de aumentar el poder de los exaltados, sino que se negaba también a vivir bajo el yugo de un pacto como ese. De modo que, ante las conversaciones que también ocurrían sobre el peligro de modificar la Urdimbre y la necesidad de guardarla, él decidió sacrificarse y permanecer para siempre en la Manse de los Hados como el protector de aquel poderoso artefacto, lejos de donde podría causar tan terribles daños como había hecho en el pasado y como sin duda podría hacer en el futuro. Pero no solo el resto de solares pactaron sobre la Gran Maldición, sino que la mayoría de los allí presentes pactaron también no modificar la Urdimbre del Destino ni activa ni pasivamente, dejando que fluyese en base a las decisiones de cada una de las personas, espíritus y entidades que habitasen la Creación, libres de manipulaciones de cualquier tipo.

Y con la Urdimbre fue restaurada y sellada, protegida y guardada para el tiempo por venir, mientras la mayoría de los solares regresaban a la Creación para la última serie de pruebas que quedaban por luchar. La más oscura de las noches quedaba atrás, y ahora los enemigos de la Creación se quedarían sin escondrijos ni sombras donde ocultarse del Imparable Brillo del Cenit.

Eso si, en suave silencio, llegó también el fin de Ayesaura la Dorada, lejos de donde casi nadie pudo ver la venganza que se consumaba...

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