Edad del Fuego 32: La llegada del Ragnarok
Pero de momento dejemos a la Thane de lado y viajemos junto a Lázaro y Astra, que han pasado unos días disfrutando de la tranquila nueva naturaleza de su relación, escribiendo y trabajando cada uno en sus asuntos pero con la compañía del otro. Una tranquilidad rota por los cambios que, desde Urth, lanza la Gran Cartophylax Emma Wang, al hacer llegar a las bibliotecas eclesiásticas la orden de proceder a secuestrar y quemar ciertos libros demasiado peligrosos, inmorales o heréticos como para ser leídos. Algo que Lázaro no está dispuesto a permitir que ocurra permaneciendo de brazos cruzados y rápidamente acude a una llamada al Gran Inquisidor para ver qué puede hacerse al respecto. Al contrario de lo que temía la parte más reticente del joven, Gondo Ortiz resultó estar de acuerdo con él, pues aquellos textos en las manos adecuadas podían ser armas importantes contra el hereje, el antinomista, el republicano. De hecho se encontraba en Urth para resolver ese asunto pero el problema es que era una decisión legítima de la Gran Cartophylax, en la cual la Inquisición no tenía potestad para intervenir. Pero a Lázaro se le ocurrió una idea, fruto de ver espectáculos de linterna mágica en los viajes espaciales con Astra, de fotografiar esos textos y que así fueran conservados pues no había orden de quemar las fotografías. Y, pensando en aplicarlo en Byzantium Secundus, fue cuando el joven escuchó hablar por primera vez de la gran bibilioteca de San Horace, acaso la más antigua e importante, en la peligrosa selva del planeta capital.
Mientras tanto, Astra se encontraba en su taller cuando su trabajo fue interrumpido por Rauni, que entraba alterada. Se había enterado de lo que había hecho Arvid Arnesdottir y quería acudir a Hargard a luchar en defensa de la verdadera fe pues, como Wulfgar, la joven era una ortodoxa poco ortodoxa, pero una creyente fiel. Sabía, sin embargo, que su padre no le dejaría ir a arriesgarse de ese modo y quería enlistar la ayuda de su hermana para que le convenciese, y Astra accedió con preocupación por su hermana pero también confianza en que estaba obrando por las razones correctas. Convencer a Seth fue más complicado, sin embargo, reticente como era a que sus hijas estuviesen en peligro sin motivo para ello, en un conflicto que no era suyo. Su frustración a la hora de replicar su propia tecnología annunaki fue suplantada rápidamente por la preocupación por lo que Astra le proponía que dejase que ocurriese, argumentando que no querría ser padre de unas hijas hechas menores de lo que podrían haber sido si no les hubiese puesto trabas. Y, a duras penas, el fundador de los Talebringer accedió siempre que Rauni llevase con ella a su madre para que la protegiese y guiase en los campos de batalla y las alianzas políticas entre los divididos vuldrok.
Fue a la salida de esa reunión que Lázaro se reunió con las muchachas, mientras Astra confirmaba a Rauni lo ocurrido y las condiciones de lo mismo, y el intento del joven inquisidor por intervenir fue detenido por la guerrera que quería escuchar primero todas las cosas habladas. Después sí hubo rato para las palabras sabias de Lázaro y la despedida, pues mientras Rauni partía para preparar su equipaje para el viaje, Lázaro hablaba con Astra sobre las cámaras, de fotos y de vídeo, los ciberojos y los almacenajes de datos virtuales en los ojos del cielo y tantas otras cosas. Y surgió así el plan de crear una grabación con una libélula-dron en su visita a la biblioteca de San Horace. Pero esta no solo se encontraba en tierras de jungla peligrosas, sino que el control de ese sitio tan importante se lo disputaban la Ortodoxia y la Orden Eskatónica.
Su reciente alianza con los eskatónicos abría esa puerta, de modo que fue a visitar al abad Francisco Valdern para conseguir los permisos de acceder a esa biblioteca. Como cartophylax de Atenas, Lázaro tenía el derecho a acceder a ese archivo, pero la idea de preservar esos textos en manos de la Inquisición preocupaba a Valdern, que solo se mostró convencido y partidario cuando Lázaro le dijo que se responsabilizaría él de guardarlos a buen recaudo. Solo entonces empezó a ver los patrones que se repetían con lo ocurrido con la antigua Gran Cartophylax Nyana vo Dret, y las consecuencias de la complicada y bizantina política eclesiástica, pero sabía que esta vez al menos la responsabilidad sería suya y sólo él pagaría el precio si todo salía mal.
Astra, mientras tanto, preparaba la libélula para Lázaro cuando Rauni acudió a despedirse, pues pronto partiría hacia Hargard. Fue una despedida triste pero esperanzadora a la vez, pues aunque fuese peligroso, aquella era una senda de luz. Y, como solía ocurrir, salió el tema de la tecnología, y la vuldrok hizo partícipe a su hermana de su temor de que esa tecnología, la que Seth estaba intentando replicar, fuese demasiado peligrosa. Fue durante esa conversación que Astra llegó a una serie de conclusiones que la convencieron de que, en efecto, aquello podía ser fatídico y, tras despedir a su hermana, fue a convencer a su padre de que cambiase su hoja de ruta. La tecnología annunaki, a sus ojos, siempre estaba posicionada o del lado de la oscuridad o de la luz, y para que Seth lograse que funcionase haría falta imbuirla de la oscuridad que llevaba en su interior, lo cual lo corrompería aún más. El científico se negó en principio a aceptar esa explicación, la tecnología que él crease la entendería y sería quien de controlarla, y por primera vez Astra se encontró en la posición de defender que hay tecnologías que son demasiado para que la gente pueda gestionarlas. Pero había una tecnología que podía investigar el Gran Inventor, más antigua que la annunaki y que no se encontraba alineada con luz u oscuridad: el mundo cerebro de Prima Factoria. Le convenció de ir allí a investigar y, en el proceso, descubrió parte de las razones para el comportamiento de su padre: Seth sabía que no viviría para cuando llegase la Prueba pero que ya había nacido gente que la vería, su muerte era un hecho innegable científicamente, de modo que había dispuesto las piezas para que aquellas que lo viviesen pudiesen superarla, fuese cual fuese el examen.
Con la libélula ya lista, Jabir y los mercenarios del Muster escoltaron a Astra y Lázaro hacia la biblioteca de San Horace. En el antiguo y mastodóntico edificio, unos clérigos ortodoxos discutían seriamente con un eskatónico sobre la organización adecuada de la biblioteca. Y con sus palabras llevaron a que Lázaro tuviera que posicionarse a favor de la ortodoxia o de los eskatónicos en el conflicto; pero el joven, más astuto, se las arregló para convencerles de que, en vez de ir él a ver a los líderes de cada uno de los dos grupos, les esperaría en una sala y que fueran ellos quienes acudiesen a ver al enviado de la Inquisición. Y con eso encontró la tercera vía de la que siempre hablaba Yrina y en cuyo trabajo avanzaba lentamente con la escritura de sus argumentos teológicos.
Pero, hablando de la obun, es hora de ver cómo están ella, Macarena, Manuel, Adriana y Wulfgar, junto con Cornelius y el Sabio Fieedlum. De Moley era difícil de alcanzar, anclado en los riscos como una fortaleza inexpugnable, protegido por poderosas corrientes de viento y traicioneros pasos de montaña, ese monasterio era probablemente la defensa más poderosa de todos los Mundos Conocidos. Y su vista, alzándose entre paredes casi verticales de cientos de metros de caída, impresionó sin duda a aquellos que llegaban por primera vez, en especial a los dos Hazat.
La hospitalidad de los Hermanos de Batalla, sin embargo, era sincera pero austera. Y el ambiente rígido y marcial del lugar llamó particularmente la atención del futuro señor de la Casa Hazat, que no entendía cómo aquellos guerreros tan formidables podían tener tan pocos motivos para querer vivir. Así que Macarena tuvo que hacerle desistir de su idea de organizar un baile en los salones del monasterio montañoso, aunque la joven no se libró de las bromas sobre lo reglada que debería ser la vida sexual de los miembros de la Hermandad sagrada.
Mientras tanto, Yrina y Cornelius descendieron al Gran Salón de Jackson, la sala capitular del monasterio en las profundidades de los niveles subterráneos. Allá, el Gran Maestre y numerosos Maestres evaluaban la situación de las flotas Decados y las amenazas que podían suponer ahora que se habían movilizado. Escucharon con atención las palabras de la obun cuando les habló de sus viajes, de las virtudes de una alianza con la Casa Hazat, algo con lo que el Maestre Rafael Yotai estaba muy de acuerdo pese a su avanzada edad y creciente pérdida de salud. Era un tema sobre el que no había consenso, como no lo había sobre lo que había que hacer con la necesidad de ayuda de los Al-Malik, antiguos aliados de la Hermandad, asediados en Criticorum. Y fue a raíz de esto que Yrina les contó lo ocurrido en Stigmata, el extraño mensaje de los simbiontes y su oferta de paz temporal, algo que fue recibido con extrañeza e incredulidad por parte de los presentes.
Ese asunto, sin embargo, debería esperar, pues los capítulos debían reunirse en la sala capitular de la superficie con los enviados recién llegados, para debatir las propuestas de alianza. Los Hermanos se encontraban divididos en torno a la alianza con los Hazat pues la naturaleza de la razón por la que estaban en el mismo lado era, sin embargo, profundamente diferente para ambas facciones. Sin embargo, siguiendo perfectamente su etiqueta, Macarena hizo una brillante alocución y una argumentación sólida, en torno a no construir una alianza completa de momento, sino irla construyendo paso a paso, poco a poco, tendiendo puentes progresivos entre ambas facciones. Empezaría con una embajada Hazat en De Moley que permitiese poner en contacto y planear futuros pasos conjuntos que fuesen acercando cada vez más a ambos grupos. Una propuesta que encontró el apoyo de los partidarios de la alianza, pero también de una buena cantidad de sus detractores, pues lazos construidos de ese modo lento y cauto era algo con lo que muchos podían estar de acuerdo. Habría que negociar los detalles exactos, pero era una base sólida sobre la que construir.
Fue tras ese encuentro, mientras los Hazat pasaban tiempo con los Hermanos en el Refrectorio, oyendo hablar del torneo de espada que ocurriría pronto, que Yrina descendió de nuevo al Gran Salón y continuó fortaleciendo los argumentos de ese trabajo conjunto. Pero, acaso más importante, comenzó a plantar las semillas de un cambio fundamental en la Hermandad, pues permanecer a salvo pero encerrados en De Moley no les permitiría cumplir sus votos y juramentos, solo sobrevivir. Era necesario tener el valor de apoyar a los aliados fuera, incluso con el peligro que ello podía suponer. Los Al-Malik habían sido los aliados más importantes de la orden desde su fundación y ahora necesitaban ayuda en Criticorum y, si bien sus motivos para estar en contra de la Cruzada eran distintos pues estaban protegiendo a los seguidores de la hereje Gaunn Audim, como señaló la obun la definición de herejía era al final una decisión tomada por la misma Iglesia que ellos mismos rechazaban tras el cisma, y la herejía anidaba en aquellos mismos salones con los partidarios de la herejía de la estrella de Aurora. El mundo que pintó la joven guerrera era más complejo, lleno de los grises en el espacio intermedio, y encontró la comprensión en los ojos del silencioso Gran Maestre Claudius, que mucho tiempo había pasado lidiando con esas complejidades durante sus negociaciones de años para tratar de evitar llegar hasta donde ahora se encontraban. La discusión debería continuar más tarde, sin embargo, pues era hora de subir de nuevo a escuchar los múltiples testimonios sobre el mensaje inverosímil de los simbiontes.
Uno tendría razón para respirar aliviado con el avance de ambas historias, pero ajenos a ellos, dos eventos distintos impactarían en sus vidas de forma innegable. Primero, en Kish, Pietre Vladislav Decados iba a cambiar las normas de la guerra, al renunciar a abordar las naves enemigas como exigían los códigos militares. Al contrario, cuando cayeron los escudos de la corbeta Kusanagi, el resultado fue un continuo barrido de láseres que destruyeron la antigua nave, matando a todos sus ocupantes y lanzando en desbandada desmoralizada a las naves Li Halan ante la aberración que acababan de presenciar.
Aún más lejos de allí, la segunda tragedia ocurriría en Aragon, durante una cena en el palacio de la Casa Hazat en Castillo Furias. Todo empezó como una tos que no se iba y se agravaba, hasta doblegar en espasmos el cuerpo de María Celestra Justus, Princesa de la Casa. Antes de que terminase la cena los miembros del gremio de apotecario la llevaron a su dormitorio donde la dama terminaría de perder la vida antes de la llegada del amanecer. La voz de la tranquilidad y el ingenio se iba, y su marcha dejaba a un Príncipe desolado, furioso con todo y con todos, buscando culpables detrás de cada sombra y esquina.
Dos eventos distintos, aislados, pero cuyas consecuencias tendrían amplios arcos, como el aleteo de la proverbial mariposa que genera un vendaval.
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