La Edad del Fuego 16: La llama de la ira divina

Si algo se puede decir de Lisandro Castillo, Duque de Ptah-Seker, Almirante de la Armada Imperial y agente de la Oscuridad, es que sabe hacer una entrada. Y eso fue lo que hizo aquel frío 25 de noviembre en que todos los ojos del Imperio se volvían hacia lo que ocurría en Djehut. Pues aquellos que sabían que el héroe de guerra se presentaría ante el tribunal de la Inquisición sabían que cualquier cosa podía ocurrir. 

Por eso, nuestros protagonistas, se encontraban allí, para dar un empujón en la dirección a la paz. Algo que Lisandro no les iba a poner fácil, con su controlada ira y su egolatría, su complejo mesiánico en toda regla. Y la rigidez y firmeza de la inquisidora principal de Sutek, Heather Longshire, que pese a su habilidad para lidiar con la nobleza no pensaba permitir que el Duque se saliese con la suya, siendo un claro antinomista. Otros se encontraban presentes, desde miembros de la nobleza a prelados del clero o grandes gremiales de la ciudad, pero entre todos destacaba Luccana Iratia, la Gran Inquisidora para todos los planetas Hazat y una persona mucho más comedida y comprensiva que Longshire u otros miembros del Templo de Avesti. 

Pero, si bien ese era el escenario de nuestro pequeño drama humano, el contenido de ese se puso sobre la mesa desde el principio. Las acusaciones cruzadas entre Castillo y Longshire, los intentos de mediar del fiscal Willcar (de Frensho y Asociados), las bravatas y las amenazas. La tensión se cortaba con una espada, pues Castillo había llegado no reconociendo la validez de un tribunal eclesiástico y sus palabras solo consiguieron tensar más la cuerda con los miembros de dicho tribunal. 

Yrina tomaría la palabra durante este juicio, ante una mención a Theafana Al-Malik, con la cual Lisandro Castillo tenía un controvertido pasado, un lazo de unión en aquel mismo tribunal tantos años atrás. Habló de la remisión de pecado y cómo Theafana había cumplido su condena durante su servicio a los Hermanos de Batalla, en unas palabras que la obun no sabía la carga que tendrían horas más tarde. Pero me estoy adelantando. 

No solo la Hermana tomó la palabra, Lázaro también la tomó para poner orden y paz en la situación y participar en los argumentos teológicos. Macarena lo haría desde su posición, con la autoridad de una noble de la Casa Gonçalva, recorriendo las consecuencias que habría tenido la ausencia de Lisandro en tantas batallas del pasado. Astra argumentaría científicamente en torno al escaso y no inaudito impacto de Lisandro en el enfriamiento del sol del sistema. Esto llevaría a otra ruptura de la etiqueta y protocolo, cuando al ver a su sobrina entre los asistentes, el Duque se salió de su lugar para ir a hablar con ella, pese a las alocuciones de un tribunal que se encontraba dividido en torno a la diferencia semántica de ser un demonio o estar poseído por un demonio. 

Fue una mañana de discursos brillantes, como las palabras de Macarena animando a una resolución positiva a los presentes y las de Lázaro tratando cuestiones de fe. Las bravatas y las verdades de Lisandro Castillo, las acusaciones ciertas de Heather Longshire. Las palabras calmadas pero firmes de Yrina en los asuntos de simbiontes y de la fe. Los comentarios doctos y académicos de Astra, que hicieron que algunos de los presentes recordasen cómo su padre, en el primer concurso de poesía, había compuesto un poema a las reacciones nucleares en el centro de una estrella. Pues la sombra de Seth se sentía incluso en Sutek, a través de sus hijas, de las hazañas de Lisandro y su papel en ellas, y tantas otras razones.

Perdido el control de la situación y viendo la hora, la inquisidora principal convocó a un receso para comer antes de continuar el juicio horas después. Mientras hablaban todos de lo ocurrido y de lo que hacer de cara al futuro, Macarena fue llamada a parte por un caballero de la Casa Castenda pues la Princesa Hazat quería hablar con ella. Y es que el matrimonio de los Príncipes había abandonado sus asuntos en el concilio de Grail aquel 25 de noviembre, para ver cómo se estaban desarrollando los eventos y, al ver que se encontraban progresando mejor de lo esperado, se quedó algo más tranquila. No sin que antes su marido le diese a Macarena un arma verbal para que pudiese usar en caso necesario, y bien que lo sería cuando llegase el momento, pero de nuevo me estoy adelantando.

Mientras tanto, en una lanzadera de los Lycaones, los demás conversaban con Lisandro Castillo que ningún problema tuvo en reconocer que había pactado con Belzebu, pero que eso tampoco le preocupaba demasiado porque los demonios eran herramientas que usar para alcanzar fines, nada más. Como tampoco ocultó que, en realidad, había muchas cosas que él ignoraba porque era Seth el que pasaba tiempo discutiendo de filosofía y metafísica con demonios, no él. Pero quizás lo que más impactó en los presentes, Lázaro en especial, fue que su padre había descendido al infierno, que un demonio lo había traído de vuelta a la vida tras el juicio en Urth... que San Lextius, caballero sagrado del Profeta y uno de sus primeros seguidores, se encontraba postrado al servicio de Lucifer en el hogar de los demonios y que suya era la espada flamígera que Arcadia portaba.

La conversación, dramática e intensa como es Lisandro que no sabe tomarse una tila para reducir ni un poco el nivel de dramatismo de una escena, fue interrumpida con la llegada al palacio de la Duquesa Castenda y la reunión del grupo con Macarena. El objetivo, una comida con la nobleza entre ambas Casas que, pese a las evidentes tensiones del momento, parecían equilibrarse y entenderse, en buena medida gracias a las labores diplomáticas de la Duquesa Laureana Mejía del Alcázar mientras su marido estaba siendo juzgado. 

Y la comida fue un momento de solaz y desconexión tras las revelaciones y tensiones de la mañana. Un momento para que Lázaro buscase un acercamiento con Astra tras deberle un favor a Rauni, para hablar de otros temas e historias, para poder permitirse ser ellos mismos un poco. Aunque Lázaro, que había heredado la intensidad de su padre, no dejó que la comida fuera totalmente tranquila y sobre la mesa salieron temas también de fe, de doctrina religiosa y muchos otros de calado. Y también un plan. Pese a la discusión prolongada a la salida entre Lázaro y Macarena en torno a la propuesta de Astra, finalmente llegaron al consenso de intentar tratar con la Gran Inquisidora, que podía ser una inesperada aliada en toda esta situación. Pues dos de los miembros del tribunal, como muchos de los integrantes de la Iglesia, buscarían ascensos y reconocimientos por sus labores y la Avestita tenía eso en la mano, además de una larga serie de conflictos y encontronazos con los complicados tribunales de Sutek y Varadim. 

Hablar con ella, casi por providencia divina, fue algo que consiguió Yrina, y entre todos discutieron con ella las sentencias posibles a la situación. Pero especialmente rica fue la discusión entre Astra y Luccana en torno a la posibilidad de que todo acto influenciado por demonios fuese inevitablemente negro, o de resistir a esa influencia, o de que incluso pudiese haber espacio a la redención. Pues, en línea con lo argumentado por Yrina con respecto a Theafana, lo que las palabras de Macarena y Lázaro buscaban convencer a Luccana era de que, en vez de quemar a Lisandro Castillo, se le impusiese un servicio a la fe y a la Iglesia bajo la supervisión de un conjunto de Hazat y miembros del clero que le guiasen por la luz. Y convencieron de ello a la Gran Inquisidora, lo cual llevaría a que ella convenciese a los miembros accesibles del tribunal cuando llegase el momento.

Pero de vuelta al auto de fe, la sesión de la tarde fue más controlada, pese a que Kamina les avisó de que el Duque había disperso a sus propios hombres entre la concurrencia por si había problemas. Pero esta sesión, más tranquila, a quien más sorprendió fue a Lisandro que se encontraba con que no había la confrontación con la Iglesia que él buscaba. E incluso, cuando estuvo a un tris de imponerla, fue la firme palabra de Macarena la que le ancló a su silla y evitó que escalase la situación. Esto propició que, cuando los jueces se retiraron para deliberar, el Duque avanzase malhumorado hacia Macarena por lo que había dicho. Y esta respondió que era palabra de los Príncipes Hazat, algo que Lisandro no creyó, pero serían las palabras de su hijo Lázaro las que le sacarían de quicio y lo alzó por la pechera. Algo inaceptable para Yrina que, con su dominio mental sobre los objetos, le forzó a depositar al clérigo, pero su firme presa se rompería con la ira del principal Lycaon. A pasos lentos pero firme, apartando a quien se interponía, el Duque avanzó para matar a quien había osado controlar su cuerpo, que solo respondió que si esa era la voluntad del Pancreator se dejaría matar. Quizás no lo fue, o quizás simplemente fueron la intervención a tiempo de Astra llamando al Príncipe Hazat y de Macarena colocándole el auricular en el oído las que evitaron que el alterado noble destruyese a quien tenía delante. El Pancreator, supongo, actua de esa suave y sutil manera que imposibilita saber si ha hecho algo o simplemente se estaba rascando los huevos divinos mientras los mortales asociaban los hechos que ellos mismos desencadenaron a la providencia eterna del Empíreo.

El caso es que la crisis fue evitada, la sentencia emitida por el tribunal fue la que muchos deseaban, y el Duque la aceptó. Para el futuro quedaría el conflicto en torno a quienes ocuparían la labor de supervisar y controlar al antinomista, para guiarlo a causas justas y luminosas. Una tarea que sin duda, no tiene nada que envidiar para los demás. 

De camino a la salida, surgió la oportunidad para compartir notas y comentarios, y hablar con Arcadia en privado. Una conversación con la mano derecha del Duque que confirmó algunas cosas, pero desconocía otras. Pues ella solo era una soldado, aunque ahora tuviese el título de Baronesa, una guerrera al servicio de un Señor complicado pero digno de seguir, como había hecho, hasta el mismísimo infierno en Corona Mundi.

Una última información a la Princesa Hazat, una última cena de despedida con la Casa Velera y la joven Rosalía que, lentamente, empezaba a aprender a valerse por si misma. Y con ello, por ahora, podemos cerrar nuestro capítulo de Sutek, pues seguro que el planeta, de un modo u otro, volvería a cruzarse en sus caminos. Es casi un don que tiene. Pero de regresos iría la cosa, no de retornos a tierras Hazat sino a Urth, en una nave de peregrinaje de los Charioteer donde Macarena e Yrina se confirmaron mutuamente sus secretos compartidos, sus poderes psíquicos. Una nave que se posó bajo el calor menguado de un final de otoño en Cairo, donde comenzaría la andadura para tratar de liberar al Patriarca de la Iglesia de su encierro a manos del Syneculla.

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