La Edad del Fuego 15: Pecados de nuestros padres

Los gremiales creen que la moneda que mueve el Imperio es el pájaro de fuego. La Iglesia que lo son las almas llenas de fe. La nobleza que se trata de cañones y espadas. Pero todos se equivocan. La única moneda que importa es el sacrificio. El de un padre que sacrifica su vida y familia para crear un Imperio. El de unos amigos que se sacrifican para crear 30 años de paz y estabilidad. El de una maestra que sacrifica su alma para crear guardianes que protejan durante un milenio. Y tantos otros. Tantos, tantos otros.

Y la pregunta, viejo amigo, sigue siendo... cuándo. ¿Cuándo tendrás suficiente? ¿Un sacrificio? ¿Un millón? ¿Un planeta entero? ¿Todos los Mundos Conocidos? ¿Todas las creaciones habidas y las que habrá? ¿Cuándo te mirarás contento y dirás que basta? ¿Dónde trazas la línea, en tu trono de silencio? Pero volvamos a nuestra historia, pues todos sabemos que esas preguntas siempre quedarán sin respuesta. 

A las puertas de la Emperador de los Soles Exhaustos, el grupo desembarcaba para hacer algunos preparativos en Byzantium Secundus para su siguiente objetivo: conseguir encontrar y hablar con el Patriarca Palamon, encerrado en contra de su voluntad en el Vaticano por decisión del Colegio de Éticos y su Syneculla su Eminencia Sigmund Drual. Lázaro descendió al planeta en compañía de Augustus, donde en la basílica de San Lextius el Caballero recibió su ordenación como Diácono. Su sabiduría impresionando a los presentes con sus palabras, pues como él mismo juró serían sus verbos los que actuasen como su espada en la protección y guía de los fieles en aquellos tiempos turbulentos. Astra y Rauni fueron a ver su padre, el antiguo Regente Imperial, que no trató de ocultar su influencia demoniaca. Y, pese a ello, la hija reconoció la bondad en el padre y, sin compartir su camino, fue capaz de comprenderlo y perdonarlo. Un paso que, como diría Lázaro más tarde bajo las lluvias del planeta, tenía una fuerza de un poderío ilimitado, pues el perdón de los pecados y errores es la más alta de las formas de seguir adelante. O algo así. Lo que no dijo el joven, acallado en su corazón, eran los sentimientos que se encontraban en el mismo. Mientras tanto, Yrina y Cornelius estuvieron entrenando con sus hermanos, buscando en la rutina un solaz, un momento de encuentro y equilibrio. Antes de hablar con Theafana al-Malik y comenzar a disponer los pasos para un encuentro con el Patriarca, a través de los Hermanos Rojos. 

Con esos preparativos dispuestos, contrataron a un camionero espacial, pues aquel rico y maleducado Charioteer no merecía otro apelativo, para que les llevase a Urth vía Sutek en su Potranco Cargado. Pero conseguir acceso a la radio para las comunicaciones que necesitaban demostró una extraña ordalía, pues el navegante no quería el dinero que Astra la ofrecía, sino que le consiguiese un encuentro con la más deseada cortesana de Djehut. Pero el horror que encontró la Talebringer no fue cósmico ni demoniaco, sino la maldad del corazón de aquel hombre mezquino, que maltrataba brutalmente a las prostitutas con las que se acostaba, esos "sacos de carne" que le habían vedado acceso a su servicio. Y si bien es difícil sacar la ira de Astra, aquel hombre lo consiguió, y fue con palabras cortantes como la chica lo puso en su lugar, regresando frustrada ante los demás. Ignorando que Lázaro, en presencia de todos, había solicitado a Rauni consejo para cortejar a Astra y, aunque lo recibió, la inocencia e inexperiencia del muchacho darían pie a bromas y chanzas amistosas entre ellos a partir de entonces, pues como primos distantes, las bromas también podían servir de vínculo. Todo ante el aprecio y bromas de los demás miembros del grupo y la ignorancia de Astra, más preocupada por otras cosas.

Pues la muchacha conseguiría, con la colaboración de otra Charioteer, acceso a las radios necesarias para que el Gran Maestre de la Orden de los Hermanos de Batalla aprobase su plan de intervenir a través de los Hermanos Rojos. Pero también dio la oportunidad para que Yrina conversase con su Eminencia Nyana vo Dret, la Gran Cartophylax de Urth, que sugirió otras formas de aproximación, bien a través de la Arzobispo Lanquetot o bien a través del Santuario de Aeon. Fue hablando con su Monseñora Fennil Hawley, abadesa del Monasterio de la Vista Restaurada, que vieron que para conseguir la ayuda del Santuario necesitarían una complicada cuestión gremial, pues la salud del Patriarca estaba contratada al gremio de Apotecarios en detrimento de sus tradicionales antenciones a cargo del Santuario. Y aunque Astra tenía un plan para seguir ese camino, podía acabar en complicados litigios legales con el otro gremio, las autoridades de Leagueheim y los enemigos de su gremio, el que otrora fuera la cuna de su padre, el gremio de los Reeves, Y acudir a la Arzobispo Lanquetot suponía otros riesgos, como oveja negra en la Iglesia por su enemistad con el Syneculla, quien fuera otrora su mentor, relacionarse con ella suponía ganarse notoriedad y enemigos entre los círculos influyentes de la Iglesia. 

Su llegada a Sutek, camino de Urth, es el punto en que nuestras dos líneas temporales comienzan a encontrarse de nuevo. Pues cuando Astra y los demás llegan, deciden hablar con Macarena para ponerse al día de lo ocurrido con ella y contarles sus propios hallazgos en Stigmata. Debido a la lentitud del viaje interno en comparación con los saltos de la Emperador de los Soles Exhaustos, cuando el grupo llegó a la puerta de salto de Sutek, la noble Hazat apenas llevaba unas horas en Sutek con su amiga Rosalía. Pero ya había comenzado a ver los problemas que se avecinaban con las tensiones entre Casas y el luto de Lisandro Castillo, reclamado por la Inquisición. Interesado en estos asuntos, Lázaro era particularmente partidario de retrasar el viaje a Urth para pasar primero por Sutek, y los demás estuvieron de acuerdo con ello, pues lo que ocurriese en el planeta podía tener vastas consecuencias para todos los Mundos Conocidos. 

En el futuro, un día antes de la llegada de los demás al planeta, Macarena preparaba su encuentro con la Duquesa Elena Cindias Victoriana. La señora de la Casa Castenda tenía su palacio en un antiguo edificio o palacio, mil veces reformado con los cambios y transiciones que había vivido en sus casi tres milenios de existencia, un legado de los tesoros del Segundo Mundo y su dilatada historia, solo más breve para los humanos que la de la propia Urth y sus vecinos. Entre duelos y movimientos de la corte, Rosalía había conseguido una entrevista para Macarena con la Duquesa, que habló con ella aquella mañana fría mientras tomaban café. Educada y cordial, Elena Cindias era una persona con la que era fácil dejarse llevar, pero no podía uno infravalorar su intelecto y su capacidad diplomática bajo sus palabras dulces. Hablaron del juicio, de la Inquisición, de los Castenda y los Castillo y de gárgolas. Y la precaución de la Duquesa en todas aquellas cuestiones eran prueba de lo mucho que había en juego en el conflicto entre nobleza e Iglesia.

No hubo compromiso de momento, pero si tentativas que Macarena quería explorar. Encontró la gárgola en uno de los jardines del palacio, donde raramente la gente visitaba pues la estatua daba mala suerte y estaba rodeada de supersticiones. Tales son las sensaciones que los humanos tienen a menudo ante objetos que preceden el tiempo en que los monos venidos a más abandonaron las cavernas. Con sus medidas tomadas, la noble se acercó a las instalaciones de la Inquisición en lo que otrora fuera el ayuntamiento de la ciudad, diseñando planes para intentar esconder la gárgola en el tribunal y así evitar que la Oscuridad susurrase en los oídos del Castillo. Pero sus planes eran poco realizables en el poco tiempo que quedaba, pues a partir del día siguiente, Lisandro terminaría su luto y podría presentarse en cualquier momento en Djehut o hacer cualquier cosa inesperada.

Es al día siguiente que las dos líneas temporales y sus historias convergen cuando Macarena y sus amigas recogen a los recién llegados al astropuerto de la ciudad. Sin noticias de que el Castillo haya abandonado aún sus tierras, decidieron volver al Condado familiar de los Velera, en la ciudad de Sirgast. De camino, Astra sugirió a Rosalía que se organizase una fiesta y la joven, encantada por la idea rápidamente preparó las cosas de camino. Los preparativos, ya en el feudo Velera, dejaron pequeños momentos memorables, como la cuestión de la armadura de Yrina y la ofensa que podía suponer para los huéspedes, o la pequeña conmoción que causó el atuendo de Lázaro entre quienes estaban habituados a verle de sotana y otras ropas eclesiásticas.

En la comida se intercambiaron cortesías y conversaciones amenas, en el buen ambiente familiar de los Velera así como su corte. Hubo flirteos y anécdotas, como Rauni convenciendo a Lázaro de que luego sacase a bailar a su hermana o que el joven rechazase sin darse cuenta las tentativas de una de las damas de la corte por llamar su atención. Y tras la comida el brindis, con el tradicional del señor de la Casa para dar la bienvenida a los invitados, y las emocionadas palabras de un Lázaro con su ensalzamiento de la historia de los Velera. Unos conocimientos y recuerdos que pertenecían casi a otra vida, cuando el futuro diácono todavía era un muchacho criándose en las apacibles tierras de su abuela.

Tras la comida llegó la danza. Macarena danzó con Rosalía y muchos de los invitados y presentes, incluyendo a Astra con la que compartió información valiosa. No sin que, antes de eso, Lázaro se atreviese a pedirle a la joven que le enseñase a bailar y demostrase su escasa pericia al respecto aún con la cuidada guía de aquella cuyos afectos quería obtener. Incluso Rauni, reacia a las danzas protocolarias y rígidas de la nobleza, acabó uniéndose tras un pequeño empuje, literalmente, de Yrina. Mientras los Hermanos de Batalla permanecían al margen, educadamente, Augustus contaba sus historias entre los nobles de mayor edad y Gurney acompañaba a los músicos con su laud. Incluso Lázaro, muy en línea con los habituales juegos de los bailes Hazat, sugirió disfrutar de un entretenimiento de colores y posiciones que dio lugar a ciertos roces y sensaciones, así como las risas de los miembros de la corte y otros presentes. Otras cosas pasaron en el salón, como un caballero que buscaba la mano de una de las damas, acabando en una aventura imposible para conseguirla, y otras intrigas y gestos entre la nobleza, en especial por el rechazo de Lázaro a la dama que había buscado su atención.

Y tras ello, una historia por parte de cada uno de los presentes. Astra contó de su primera expedición con Rauni, Augustus de sus viajes a lugares emblemáticos de Urth, Macarena un cuento de caballeros y setas, Yrina declamó un poema como una Al-Malik, mientras Gurney cantaba una de las canciones tradicionales de los soldados Hazat. Pero la historia que más gustó fue la historia dura y terrible del frente de Stigmata, relatada por Cornelius. Fue durante este tiempo que uno de los pajes trajo información a Macarena de que el detective confirmaba que sería al día siguiente que Lisandro Castillo viajaría a Djehut. La hora pronto llegaría para aquellos eventos. Pero aun había algo de tiempo de solaz, unas últimas horas de descanso en la cena, en la visita a las tierras donde eventualmente se plantarían los hongos y donde se pidieron bendiciones al Pancreator.

No sería hasta el día siguiente, ya en Djehut, que los pecados de los padres caerían sobre los hijos. Pues, viejo amigo, ¿cuánto tiempo deberán los jovenes pagar los precios por los actos de quienes les precedieron? Lo se, lo se, otra pregunta que quedará sin respuesta. Silencio. Siempre silencio.

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