Acero para Humanos Interludio: El Verdadero Veneno
-Queremos comida, alojamiento y cerveza para el invierno, y tenemos buen oro para pagar- dijo Letho de Gulet mientras se bajaba la capucha sobre su enorme cabeza calva.
-Aquí no servimos a los vuestros, brujo, márchate por donde has venido- respondió hosco el tabernero.
-Este es el cuarto pueblo donde no nos queréis recibir y la nieve que cae fuera lo hace en demasiada cantidad ya. No se pueden recorrer los caminos hasta el siguiente poblado y esta es la única taberna de la localidad- intervino Jules al lado de Letho.
-Ese es vuestro problema, no el mío. Este es un establecimiento decente y no atendemos a los mutantes- respondió con una sonrisa de lado el tabernero, despertando las risas de varios de los parroquianos.
Sin duda, aquel antro donde el techo a duras penas se sostenía distaba mucho de ser un negocio decente. El alcohol era de baja calidad, la comida pobre y la compañía poco digna y de menor alcurnia aún.
-¡Tú díselo bien claro Jarrick!- gritó uno de los parroquianos al tabernero, levantando la jarra brúscamente y salpicando con ello los naipes de cartón que había en la mesa y las monedas que estaban apostando- ¡Aquí somos todos buenas gentes y no como esos monstruos!-
-Si no queréis nuestro oro, quizás prefiráis que paguemos en acero- respondió Wotjek del otro lado de Letho, desenvainando su espada corta y curva con una agilidad que los meros campesinos no podían igualar y lanzando la espada a través de la sala hasta dar con precisión en los naipes depositados sobre la mesa.
-Miren, no queremos problemas- intervino Letho poniendo la mano en el hombro de su amigo-. Tenemos buen oro y protegeremos el pueblo de lo que sea que vive en ese bosque si desea venir en estos meses. Y tan pronto la nieve amaine en primavera, nos marcharemos. Vosotros tendréis un buen dinero y nosotros regresaremos a nuestros asuntos lejos de aquí.-
El tabernero se inclinó hacia el frente, volcándose casi sobre el mostrador para responder a la cara del brujo.
-Aquí. No. Aceptamos. A. Los. Vuestros- sonrió con suficiencia, sus carrillos rojizos por la ira y la soberbia que se ocultaba bajo ellos.
-Igual tienes la errónea idea de que estamos ofreciendo una opción, tabernero- terció de nuevo Wotjek, su segunda espada en la mano, inclinándose sobre el mostrador desde el otro lado.
-Y quizás tú tienes la errónea idea de que me importa una mierda, mutante- respondió el tabernero sin amilanarse.
Varios de los parroquianos empezaron a ponerse en pie ante la creciente tensión, agarrando sillas y otros objetos del lugar para usar como armas en caso de que la inminente pelea finalmente se concretase.
-¡Aard!-
La palabra de Jules se produjo en el mismo momento que se desató la ola de viento mágico que la acompañaba, lanzando al suelo a los parroquianos más cercanos así como los enseres colocados encima de sus mesas.
-Nos quedamos todos tranquilitos- continuó el brujo, bajando el brazo-, solo queremos alojamiento y no queremos problemas. Ni para vosotros ni para nosotros.-
-¡Si no queréis problemas largaros por donde habéis venido!- gritó uno de los parroquianos mientras se ponía en pie, intentando disimular con su bravata el temor que sentía en su interior.
-Tabernero... ¿Jarreck, no?- empezó Letho.
-Jarrick- corrigió el tabernero, sin amilanarse.
-Jarrick pues. Este año hemos cazado a los generales del elfo Filavandrel en Cintra; en Cidaris hemos derrotado a un dios de los bosques; y en la campiña de Temeria hemos luchado contra nomuertos y otras bestias. Las cosas de las que tú te asustas y te escondes bajo la cama ante su nombre caen bajo nuestro acero y nuestra plata como un día más de la semana, un simple martes. Una veintena de campesinos envalentonados por su número no van a pararnos cuando no lo hizo un dios; pero, si os matamos, pasar el invierno aquí será complicado para nosotros que no podremos dormir y para vuestras familias que intentarán vengarse. Y acabarán muertas. Así que llegará la puta primavera y aquí habrá habido una masacre, el señor local vendrá a investigar lo ocurrido pero demasiado tarde para evitar que hayamos regresado a los caminos. Vosotros estaréis muertos por nada y a nosotros no nos van a castigar de ningún modo. Así que coge todo tu odio de mierda y tu desprecio y te lo callas, me sirves una cerveza a mi y otras a mis hermanos y un plato a cada uno de lo que haya para cenar. Y que tu esposa nos prepare una de las habitaciones de arriba para pasar las noches que vienen, porque los caminos son ya intransitables.-
Letho habló con calma todo lo que dijo, sus ojos fijos en el tabernero cuyo rostro se iba poniendo lívido a medida que iba imaginando lo que el brujo le contaba. Pero el miedo y el odio son buenos amigos, habituados a salir a festejar juntos, y cuando pasean las mejores soluciones corren a esconderse.
El primero de los campesinos en intentar algo se lanzó sobre Jules con una banqueta por arma y recibió un sonoro golpe del pomo de la espada del brujo antes de darse cuenta de que el otro había desenvainado. Con la nariz rota y la cara cubierta de sangre, trastabilló hacia atrás hasta que sus posaderas dieron con el suelo, con un golpe duro y sonoro. Un segundo parroquiano, armado con usu jarra de madera como poderoso objeto de combate, se arrojó sobre Wotjek, que enterró su espada en su costado, bañándola de sangre.
-No te morirás de esto- le dijo al parroquiano el brujo-, no he cortado nada que necesites. Pero puedo bajar mi espada y cortarte otro apéndice sin el cual puedes vivir y sin embargo echarás mucho de menos. Diles a tus amigos que paren de intentar nada.-
El hombre herido trastabilló hacia atrás, su jarra cayendo al suelo mientras se agarraba el costado entre gruñidos de dolor. Letho no se volvió a mirar lo que estaba ocurriendo, solo entrelazó los dedos y miró al tabernero a los ojos.
-Acabas de ver lo que pasa cuando se nos molesta. Pon comida y bebida en una mesa en la esquina para nosotros y terminarás el invierno con oro en tus bolsillos. No la pongas y esa no será la única sangre que se vierta en el suelo de tu taberna antes de la primavera. Yo no voy a permitir que mis hermanos mueran por el frío del invierno por tu insignificante vida... Así que, como ves, tú eliges...-
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