Acero para Humanos Interludio: Mareas de Sangre


Lo he visto todo antes, soy perro viejo, pero no así de puto bestia. El año pasado fue un mal año, yo lo dije y lo noté en el viento pútrido que recorre la ciudad, pero este será peor. Se huele, como las heces de los caballos, el lento progreso del miedo. Paso a paso, día a día, conquista más y más corazones, se extiende como una enfermedad: invisible, imparable. 

Si prestas atención lo oirás en los susurros de los ladrones en el callejón o en las miradas huidizas del banquero que espera hacer buenos beneficios a costa de los demás. Mientras puedan. Porque ambos saben tan bien como la partera que bendice a los niños con el puto símbolo de las Tres Diosas, que el tiempo de bonanza ha terminado. Había un tapón que bloqueaba el ascenso del Imperio y explotó tal y como dije que lo haría.

No soy un profeta que ve el futuro ni un puto sacerdote que lea las vísceras de un ave. Basta con tener ojos en la cara y juntar las piezas de la historia que cuentan los mapas. Un Reino poderoso cuya Reina no tenía descendencia estaba condenado al colapso y así ha sido. Ahora, tras la bandera azul de Cintra se agitan las enseñas negras y doradas de Nilfgaard, los campos de sus ciudades abonados con los cadáveres y la sangre de los soldados muertos. Veteranos y niños por igual, alimento para cuervos y buitres.

Sin duda, 1263 no fue un buen año, pero lo peor está por venir. El miedo sube como la marea, sin detenerse, paso a paso, corrompiendo los corazones y llevando a la gente a los extremos. Porque cuando llega el tiempo de la supervivencia del más fuerte, la moralidad, la ética, el bien común... todos ellos son rápidamente sacrificados en el altar de la ambición o de simplemente ver otro puto amanecer. No puedo culparlos, yo hago lo mismo, sobreviviendo día a día como puedo en las calles y campos de este Norte corrupto. 

Pero no son las batallas del pasado las que deben preocupar a quien ve cómo los cuervos dan vueltas por el cielo en espera de su siguiente festín. Y lo van a tener, te lo puedo garantizar. Temeria se encuentra sola, debilitada, rodeada de enemigos. Como una doncella vendida a un burdel, sus pretendientes no lo hacen por amor sino por saciar sus deseos animalescos. Al sur el Imperio y su peón, al este las montañas de los enanos que cierran sus puertas cada vez más, al oeste la tierra de aliados perdidos y al norte su tradicional enemistad con Redania que ha tomado el control del Pontar; un río que lleva más sangre que agua, y más oro que sangre. Porque, al final, es el vil metal el que mueve a los hombres a los extremos, azuzados por sus bajos instintos. Oro, títulos, poder... esos son los verdaderos reyes del Norte, por mucho que los disfracen bajo palabras de fé, de honor o de lealtad. Disfraces sucios que ni las mejores lavanderas pueden limpiar de la cantidad de sangre que los cubre.

No solo Temeria se baña en la mierda, no. La Liga de Hengefors en el norte está cambiando los equilibrios de poder en esta parte del puto continente, sus ejércitos expandiéndose y controlando los pequeños reinos cercanos. Pero su expansión solo puede producirse hacia Jamurlak y ahí se encontrará con los intereses opuestos de Kovir y de Redania. Esterad Thyssen y Vizimir II no son los reyes con los que Niedamir está habituado a lidiar, están hechos de otra pasta, la clase que no tiene problemas en demostrarle al advenedizo que no pertenece entre la verdadera realeza del Norte. Porque, por mucho que Esterad quiera resolver las cosas pacíficamente, esa carta hace tiempo que se cayó de la baraja trucada que es la política de nuestros reinos. Tendrá que doblegarse o luchar y él no es la clase de hombre que se arrodilla, así que cubrirá la tierra de cadáveres.

Serán los campesinos e inocentes los que paguen el pato muerto de sus nobles, como siempre ocurre. Como el veterano tullido que pide limosnas en la Plaza de los Pasteleros, los que vuelvan a casa no lo harán en las mismas condiciones en que se fueron, y muchos no lograrán regresar. Como los hombres de Skellige, que huyen ahora por toda Cintra liderados por su héroe caído en desgracia, acosados y alejados de sus hogares. Como las víctimas de los scoia ta'el que sufren sus ataques desde los bosques, escondidos acechando el momento para dejar volar su veneno. Ya han saboreado la sangre de un Rey y querrán más, porque esa mierda es más adictiva que lo que se vende en las esquinas: la falsa esperanza que surge de la desesperación. 

No, el Norte está condenado, todo el mundo quiere sangre y es lo que van a tener. En cantidades ingentes. Porque el polvorín ha estallado y estos reinos se han dividido y enfrentado. Las ambiciones de Nilfgaard no se detendrán en la orilla del Yaruga ni las de Redania lo harán en sus propias fronteras. Y los hechiceros, en sus torres, ven el mundo arder y sonríen, codiciosos, confirmando que sus nefastos planes avanzan como estaba previsto. Todo es solo un juego, para ellos.

Ya lo dije, que el verdadero monstruo viste caras ropas, elegantes trajes, y maneja la espada y la magia con la soltura con la que insulta o injuria. Y esa bestia, sedienta de sangre, nota las aguas revueltas y sabe que ella es la única que pescará en ellas. Con cada lanzamiento del anzuelo, el cuerpo abotargado de un noble, de un caballero, un hechicero, un elfo o un campesino será pescado, su cadáver medio devorado por los engendros que recorren los fondos del agua. Pues el monstruo es un carroñero y todos estamos servidos en bandejas de oro para su disfrute. Bon apetit, bicho de mierda...

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