Belle Epoque 2
On my travels, March 26th, 1905
La cama del hotel es de excelente calidad; blanda, eso sí. El desayuno como siempre delicioso, aunque de este lado del charco echo en falta los huevos con bacon de madre. Esos sí daban las energías necesarias para un día de trabajo con los caballos y las reses; o en este caso, en las reuniones. Con el periódico llegó la correspondencia, y en ella una oferta de negocios de parte de los escultores de la ciudad. Demasiado pronto aún para obtener contratos específicos para el petróleo, pero abriría puertas.
Oh God. He de reconocer que no sabía dónde me estaba metiendo.
Debía unirme a un grupo de artistas, variopinto y diverso, encargados de investigar lo ocurrido en los cines Lumiére. Mr. David, un cineasta, lideraba el grupo, que contaba con: Miss Dessendre (pintora), Miss Müller (escritora), Miss Lecat (cantante), Mr. Noued (arquitecto) y Miss XXXX (fotógrafa). Hermosas mujeres todas ellas.
Contribuí en la investigación en la medida en que pude; el metal del tren era real, aunque saliese de la pantalla. Pero sin duda mi trabajo en la empresa no me ha preparado para Marshall o detective como los Pinkerton. Sin duda el equipo de Mr. David demostró, con su trabajo en equipo, poder encargarse de la tarea sin fallo. Y con la llegada del director del film original conseguimos el acceso a los documentos que habían de llevarnos al culpable: Mr. Strauss. Aunque me adelanto.
Fuimos a la casa del pintor; como señalaron las damas, éramos muchos para entrar. Así que Mr. Noued y yo fuimos a un bar cercano donde hablar de negocios. Es un arquitecto muy interesante, un emprendedor que entiende el Sueño Americano aunque sea en su caso distinto, y el valor del dinero. Nuestra conversación se terminó antes de lo esperado, cuando Miss Müller nos hizo señas desde una ventana para que subiésemos.
La situación artística del piso del pintor era notable. El artista se encontraba, aparentemente, enfrascado en un cuadro de su creación. Un peligro seguirle al terreno donde su voluntad es la de un dios. Y sin embargo, los demás parecían decididos a adentrarse en el mismo detrás de él. Una actitud valiente, sin duda, pero también poco sensata. Así que guardé vigilancia sobre ellos cuando Miss Dessendre les llevó al lienzo, a la espera de la llegada de la policía.
Mi reloj de bolsillo señaló apenas el paso de cinco minutos cuando Mr. David regresó de la pintura. Su historia fue un relato de horror espeluznante. Pero igual de terrible acaso era su decisión de acabar con la vida del pintor, si eso no ponía en peligro al resto del equipo. La vida en la frontera sin duda es peligrosa y no soy un desconocido al tacto del revolver que Miss Dessendre me había entregado... pero asesinar en sangre fría a una persona durmiente me revolvía parcialmente el estómago. Y, al mismo tiempo, quizás fuese necesario. No eran pocas las maldades que ese hombre podía conjurar con sus pinturas, dentro o fuera del celuloide.
Así que acordamos bajar a la entrada donde el teléfono podría permitirnos preguntar a Mrs. Dessendre. Ella nos señaló que el resultado de matar a un pintor podría diferir caso por caso. Yo le hice entrega de la pistola a Mr. David; al fin y al cabo, solo soy un extranjero en París. Y los eventos se aceleraron a nuestro regreso al piso.
Todos se habían despertado de su viaje, y Mr. David decidió intentar disparar a Mr. Strauss. Intentó siendo la palabra clave, pues las señoritas lo detuvieron. Mr. Noued estaba histérico por lo vivido en el cuadro, habiendo perdido su autocontrol. Y la pelea fue breve, pero contundente. Sin duda París no es la cuna de la civilización que se describe, cuando se la compara con ciudades como Boston o Philadelphia, y rápidamente desciende a la violencia. Al menos sus poderosos artistas.
Yo no me inmiscuí, una vez más solo soy un visitante. Entiendo el deseo de libertad y la necesidad en ocasiones de solucionar los problemas con un revolver. Pero también entiendo el peso del crimen. No es mi lugar ni juzgar ni decidir, y al final todos fueron a comisaría a gestionar los eventos. Yo no les acompañé, mi testimonio no era necesario pues no había entrado en el lienzo y los eventos me habían perturbado. Informé a los escultores de lo descubierto, que en buena medida era la mayoría de la historia, y que ellos gestionen sus conflictos y problemas.
Lo que está claro es que la autoproclamada ciudad de la luz tiene muchas sombras. Y bajo la civilidad de las apariencias de los hoteles y paseos por el Sena, hay pasiones fuertes y volátiles, como la pólvora que se emplea para tender las vías del tren.
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Carta a Gaudí, 26 de marzo del año de nuestro señor de 1905
Mi muy estimado mentor
La llegada a la gran ciudad del norte con el tren de la mañana ha sido fascinante, ¡incluso abrumadora! Jamás había estado tan lejos de Sevilla la soleada, y con ello tan libre de sus cadenas asfixiantes y tradicionales. Como siempre, estoy en deuda contigo por haberme dado esta oportunidad, como tantas otras que me has dado a lo largo de los años desde que me tomaste bajo tu protección a mi llegada a Barcelona. Pocos me hubieran dado esta oportunidad de aprender y ser más que la madre de mis hijos y la buena esposa que mi familia desea que sea.
Ese primer día lo empleé recorriendo las calles de la Ile de la Cité, visitando la Catedral de Notre Damme, la Sainte Chapelle y tantos otros sitios. Y más allá los Campos Elíseos, la Torre Eiffel, el Louvre. Ni en Burdeos, ni Toulouse, ni Nantes ni las otras ciudades que he visitado en este viaje he encontrado nada comparable a esta ciudad que, día y noche, brilla con luz propia, como una estrella. ¡Tantos grandes arquitectos han decorado y honrado sus antiguas calles! Y aunque la situación de los nuestros (quizás es muy osado definirme así, ¡tanto me queda por aprender!) en la ciudad ha visto tiempos mejores, el rastro de las obras de tiempos pretéritos es algo que encuentras en cualquier giro en sus calles y plazas, en los lugares más inesperados. Belleza capturada para la eternidad en piedra, cristal, madera y tantas otras cosas.
Hoy, tras una mañana de paseos por el Sena, finalmente he reunido el valor para ir a buscar a Mucha, el maestro de la imagen y el espacio. Y resultó serlo también de la cortesía y quizás un poco del flirteo, ¡aunque este nunca ha hecho daño a nadie! Me dio la bienvenida en su taller, y por la Virgen de los Reyes que su obra es magnífica. Tanta belleza y detalle, tanto dinamismo y cuidado, ¡magnífica es una palabra que no le hace justicia! Me conmovió incluso sin intentarlo.
Y su buena disposición, incluso antes de leer tu carta de presentación, le llevó a recibirme bien e incluso invitarme a observar y aprender. Bueno, y posar, ¡el muy truhán! No tuve ni que seguirle y pedirle una y otra vez que me permitiese aprender, como si tuve que hacer contigo, ¡mentor bribón! Creo que hay mucho que podemos aplicar de su obra en las decoraciones y preparados que estamos planeando para el Parque Güell, aunque se que faltan años para que esté terminado, como la Sagrada Familia. Incluso es posible que a la catedral le pudiésemos aplicar también frescos y teselas a la hora de decorar sus espacios, especialmente en honor a la Virgen.
Estuve horas en su taller, fumando y aprendiendo, pero aun me queda mucho por descubrir de su arte. Espero poder volver pronto y que él pueda ayudarnos a llevar las obras que están abriendo Barcelona al mundo hasta un nuevo nivel.
Siempre tuya,
María Fallas
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In memoriam
Hoy el mundo de las letras se encuentra de luto. La triste muerte de Jules Verne nos aflige a todos con el pesar de saber que el mundo es un poco más triste y oscuro de lo que era apenas unas noches antes. Se nos ha ido un poco de la luz y esperanza, y ni siquiera es la única muerte que debemos lamentar pues la de Alphonse Allais le ha seguido en demasiado breve tiempo. No tuve el placer de leerle en vida, siempre absorto en mis trabajos y reflexiones sobre la ética y la moral, quizás ahora con tiempo pueda compensarlo.
Pero a Verne si que le pude leer con calma y pasión, un disfrute innegable durante mi infancia y mucho después. Su De la Tierra a la Luna fue publicado cuando yo apenas tenía un año de vida y tomó mi Lancaster natal al asalto con la fuerza que solo la prosa del gran literato puede tener. En mi educación como hombre de bien y provecho nunca tuve tiempo para la lectura de novelas e historias ligeras, mis padres siempre enfatizando que dedicase mi tiempo a los grandes pensadores: Locke, Hume, Smith, Bentham... Suya es la estela que ha seguido mi vida como literato, desde mis tempranas cartas durante mi tiempo en la India hasta mis más maduros textos presentes.
Pero De la Tierra a la Luna primero, y luego el resto de su obra, siempre tuvieron espacio en mi hogar y en mi vida. Siempre he creído que la literatura puede cambiar el mundo, los grandes filósofos lo han hecho una y otra vez. Y en estos tiempos de cambios acelerados, de avances tecnológicos inimaginables y donde todo parece ya inventado, Verne pudo iluminar la senda a todos al hacernos soñar con que lo imposible se volvía alcanzable. De su mano surcamos las profundidades del mar, viajamos bajo tierra o recorrimos el espacio hasta nuestra pálida Artemisa.
No hay nada más importante, más revolucionario, más mágico que hacer soñar a la gente. Por eso el mundo es más oscuro hoy de lo que era ayer. No me cabe duda de que otros escritores se alzarán con nuevos sueños, pero hasta que lleguen sus tiempos seguiremos vuestra estela ilustre creador de futuros impensables, en tratar de hacer de este un mundo más libre, mágico, donde la ética y el bien tengan cabida y sean capaces de eclipsar a la ambición y el mal. Como en vuestras historias.
Descanse por siempre en el panteón de los Ilustres, en cuya compañía no debe sentir vergüenza ni menoscabo alguno por mucho que los sabios, los sesudos y los doctos hayan pretendido con sus rebuznos hacer de menos vuestra obra.
Sir William Shawthorn
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Drahý otce,
Tras un día laborioso y complicado con los asuntos de la embajada tras los eventos de ayer, tuve la oportunidad de cumplir uno de mis sueños: asistir a la última representación de Frau Bernhardt como su personaje Gismonda. Como bien me enseñaron las cortes austríacas, a un evento tal no se asiste simplemente, de modo que a mayores de mis mejores galas ordené un kytice de flores, amarillas y negras como la bandera del Imperio, para que le hicieran llegar a la gran actriz en su camerino, junto con un mensaje de admiración y respeto a su gran obra.
Pero nada podía prepararme para lo que realmente ocurrió esta noche. Hermosa, frágil, sincera, honesta, la Gismonda de Frau Bernhardt no fue un personaje en un guión, sino un funeral en vida donde lo escrito en la página cobraba vida en las sensibilidades del adios de la actriz al personaje al que tanto tiempo ha encarnado. Trágica como la despedida de dos viejos amantes, de dos queridos amigos, un momento que se vuelve irrepetible, espontáneo, verdadero. Como debe ser el arte, libre de las cadenas de la expresión escrita que constriñe la creatividad y ata la imaginación, ella voló por los cielos y nos llevó con ella en ese trayecto como pasajeros mudos de su cruce del velo que separa lo vivo de lo muerto. Arrolladora en su humanidad, una expresión de rebelión contra todo lo que no fuera ella y su arte, un testamento de lo que la actuación debería ser: libertad, sinceridad, conexión con la audiencia y la finalidad de lo efímero que trasciende el momento para ser universal para aquellos afortunados para presenciarlo.
Y yo fui uno de ellos.
En un acto poco protocolario y de espontaneidad innegable, la propia gran actriz abandonó el escenario mientras en pie y con lágrimas en los ojos el teatro casi se venía abajo del estruendoso aplauso. Y se paseó entre el público, saludando y parando con todo el mundo. Mi palco, compartido con el matrimonio Weber venido desde Renania para presenciar el evento, fue honrado por Frau Bernhardt y tuve la inconmensurable oportunidad de hablar con ella. Me gustaría haber actuado mejor, padre, pero la emoción todavía embargaba cada fibra de mi ser. Espero no haber quedado en ridículo ante ella por los nervios y las lágrimas. Pero me interesé por sus experiencias y sus planes para futuros personajes y proyectos y me hizo saber que buscaba algo nuevo, ver más, expandir sus horizontes vitales e interpretativos. Quizás fui osado, pero me atreví a sugerirle que pocas cosas son tan inspiradoras como las altas cumbres y los valles de Bohemia y el Imperio. Y ella se mostró interesada, aunque si por sinceridad o por educación, no puedo decir.
Fue al palco contiguo, donde Herr Lefevre y Frauline Müller se encontraban. La proximidad me permitió escuchar que la chránený de Herr Zola podría quizás escribirle una obra para un nuevo personaje e historia a la ilustre actriz. Llevado por la emoción del momento, una vez Frau Bernhardt se hubo marchado, me presenté ante la pareja con mis disculpas ante la intrusión en su cita para ofrecerle a la joven la posibilidad de un mecenazgo para que pudiese escribir esa obra sin necesidad de preocuparse por las facturas y emplear su tiempo innecesariamente en sus labores periodísticas. No hubo compromiso, ni lo buscaba ni presioné, dejando a la muchacha y su novio el tiempo necesario para que llegue por si misma a la decisión de lo que quiere hacer.
Pero abandonando el palco del actor de moda en la ciudad y la estrella en ascenso de los escritores, caí en la cuenta de que acaso me había dejado llevar en exceso por el entusiasmo y la emotividad de la despedida y del momento. Me había inmiscuido en los intereses de Herr Zola sin consultarle pero, por suerte, se encontraba en el teatro. Así que fui en busca del gran escritor para disculparme por ello, dando pie a una encantadora conversación con el maestro de las letras que llegó a invitarme a la reunión que tiene con otros ilustres los miércoles en uno de los locales que usan para tales menesteres. Estoy anticipando la oportunidad de escucharles departir, con toda la sabiduría y aprendizaje que en Austria ha sido dejado pasar igual que la modernidad que nos abandona en favor de Prusia o Francia. Languidezcamos, querría el Emperador, en el suave abrazo del fantasma de un tiempo que ya fue y no debería volver.
Y otra sorpresa, acaso aún más agradable, al encontrar a Herr Mucha en el teatro también. Nuestro paisano es un hombre poco común y fascinante, que abandonó nuestra vecina Moravia debido al hambre, y encontró éxito tal en París que ahora se lo disputan arquitectos y pintores. Mucha historia tiene con Frau Bernhardt, pues de todos es conocida su capacidad como musa del pintor y, señalan los rumores, como visitante ocasional de su lecho. Herr Mucha tiene multitud de cualidades, y entre todas ellas está la de una mente inquisitiva e inteligente que tuvo la idea brillante de traer a París una producción de Libuse, de Herr Smetana, tal y como debió ser hecha cuando el Emperador debería haber honrado a nuestra nación con su visita para la coronación que nunca tuvo lugar. No olvido esa ofensa, como se que no lo hacéis vosotros, pero es posible que sea más viable usar el talento y la importancia de París como forma de hacerle atender simbólicamente a esa honra. Frauline Lecat, a quien escuché anoche durante la reunión del consejo, sin duda tiene una voz de una belleza innegable que podría dar voz a su reina protagonista, fundadora de Praga. El pintor incluso se ofreció a hacer los carteles y creo que podríamos hacer llegar uno al Emperador como invitación al evento. Es probable que nada de este plan llegue a término exitoso, con la renuencia de su majestad imperial y el descontento que llena la nación, además de las crecientes tensiones con los otomanos en el sur. Pero como dicen los sultanes en nuestras fronteras, "si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma".
El resto de la velada no es apropiada para contarla a un padre que espera decencia de su hijo heredero, así que quede oculta de esta carta.
A vuestros pies, padre
Maximilian Belcredi
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