Paraiso Perdido 31: Convertirse en la bestia
Cuando abrió los ojos por primera vez, el Segador estaba desorientado. En el cuerpo de un niño que debería haber muerto, lleno de unas experiencias y sensaciones que no eran las suyas. Así que hizo lo único que podía, lo único que importaba: abandonar el dormitorio infantil e ir al mundo de los muertos, su auténtico hogar. Pero el reino más allá del velo estaba en ruinas, arrasado por razones y medios desconocidos, dejando a sus ocupantes desamparados. Y fue durante ese amargo llorar, ya de vuelta en las tierras de la piel, cuando Dae-suo y Violet lo habían encontrado, llorando en la azotea.
Pero regresemos al presente, donde ambos demonios, junto a Matt y Jennifer, están planeando el golpe contra los vampiros de la mafia. El ingeniero coreano ha intentado hablar con su pacto judío mientras los otros se encontraban en el interior del Templo Luciferino, pero cuando el otro supo quien le llamaba le colgó inmediatamente y, por mucho que debiera ser imposible, el vínculo que les unía no permitió que el Caído contactase con él.
Los preparativos para ir a enfrentarse a los Giovanni empezaban por conseguir armas, ya que el dominio de Matt sobre el fuego era insuficiente. La persona óptima para conseguir lanzallamas u otras armas para destruir sanguijuelas era Elías, pero aunque intentaron llegar a un acuerdo, las formas, la ambigüedad y el orgullo se interpusieron y al final no llegaron a un entendimiento. Así que acabaron yendo a una tienda de armas abierta 24 horas donde compraron dos ballestas, virotes y un par de granadas de humo. Allí se les reunió John Smith, que les acompañaría a esta batalla como forma de aclimatarse a la ciudad, o tal vez para ponerles a prueba como le había encargado la Tirana unas horas antes. Antes de que nada de eso fuese posible, Jennifer insistió en comprar unas latas de gasolina y papel que poder usar en caso de ser necesario, y los consiguieron en una gasolinera abierta a aquellas horas tardías.
La siguiente parada era el despacho desvencijado de Ángela, donde la Segadora discutía con Darrel por sus distintos puntos de vista sobre lo que había que hacer y lo que era importante. Mientras el segundo Segador se marchaba, los demás recorrieron lo poco que sabían ya que Matt tenía prisa y no había tiempo para investigar acordemente la mansión ni sus defensas. Finalmente cruzaron juntos el velo al mundo de los muertos, donde fueron recibido por las ruinas de la ciudad del otro lado y una terrible lluvia de cristales afilados. Bajo su acoso, avanzaron entre los edificios medio olvidados y entre espectros perdidos hasta llegar a una retorcida mansión victoriana que bien podría haber sido sacada de una peli de Tim Burton, protegida por espectros encadenados. Ese era su objetivo, y podían intentar ir en sigilo o ser directos.
Se escogió lo segundo, y adelantándose a los demás, Angela liberó a los suficientes fantasmas como para poder entrar en el mundo de la piel. Pero sin duda, los que no habían sido desencadenados habrían avisado a sus captores. Fue ante las puertas ya físicas de la mansión moderna y material que, antes de entrar, Angela les hizo prometer que no matarían ni harían daño a los inocentes si era posible evitarlo, pues no debían cometerse más crímenes de los requeridos.
Con eso abrieron las puertas y estalló el infierno pues ya en el recibidor de la mansión comenzaron los problemas. Un espectro distorsionaba el espacio en aquel lugar, y aunque su efecto se detuvo cuando Violet lo localizó y Angela pudo liberarlo, ya había ganado tiempo suficiente para que llegasen los refuerzos. Seis mortales, sus mentes controladas por sus amos vampíricos, irrumpieron con las armas listas para el combate, y llenaron la sala con el sonido de los disparos de sus rifles de asalto. Jennifer conjuró un muro de viento mientras Violet trataba inútilmente de convencerles, y las voluntades de lucha de los mortales quedaban paralizadas por la más terrible presencia de Matt. John corrió para apresar a uno, mientras Dae-suo probaba a atacar desde la retaguardia. En esas estaban cuando los primeros dos vampiros irrumpieron en el salón con violencia y, aunque uno rápidamente encontró su final ante un virote en llamas disparado por la ballesta de la regatista, el otro tuvo tiempo de, con terrible fuerza, partir en dos la forma apocalíptica de John y matar al mortal, dejando libre al demonio en su interior. Jennifer corrió a revivirle, mientras Matt extendía las llamas, Dae-suo comenzaba a arrebatar las armas de algunos de los guardias vivos y Angela terminaba de lidiar con los fantasmas en la sala. Una tercera vampiro irrumpió entonces, con dos nuevos espectros anclados a ella, uno de los cuales animó el virote fallido antes por Matt para arrojarlo contra los demonios, mientras que el otro ocupaba el cuerpo recién reanimado de John; Deeruth luchó contra el ánima hasta expulsarla del cuerpo, pudiendo así regresar a su morada y escapar de la llamada eterna y paciente del Infierno, que reclamaba su regreso a sus garras. El fuego se extendía por el recibidor, empezando por una lata de gasolina arrojada por Jennifer y potenciado por Matt, mientras un segundo virote de Violet terminaba con otro vampiro como si de Van Helsing reanimado se tratase. Mientras tanto los disparos de Dae-suo resultaban infructuoso y Angela daba cuenta del último nomuerto. Pero recién animado, iracundo y violento, John se lanzó contra uno de los mortales y lo destripó brutalmente cuando ya estaba casi anulado por Violet, lo cual llevó a una confrontación entre el Devorador y la Segadora por la muerte innecesaria, por mucho que Jennifer le devolviese a la vida.
Estaban discutiendo así, recargando las armas y preparándose para lo que quedase en la mansión, cuando los hombres-lobo aparecieron junto a ellos. La manada, liderada como siempre por Heredera de la Luna, no había obtenido permiso de los ancianos para ayudar a los demonios contra los vampiros, pero habían decidido que no iban a escuchar e iban a luchar junto a los Caídos. Así que, como una horda imparable, avanzaron por los pasillos de la mansión, destruyendo a cinco vampiros más y dejando inconscientes a una docena de matones de la mafia que se interpusieron en su camino. Luchando hasta llegar al lugar donde Violet intuía que se encontraba el líder de los vampiros de la mafia, aquel que había intentado extorsionar a Matt: Lucca Giovanni.
En efecto, el antiguo chupasangre se encontraba en una sala de rituales oscura y macabra, rodeado por su guardia personal de otros de su calaña así como espíritus. Pero algunos no tuvieron ni tiempo de reaccionar antes de que John saltase sobre ellos y les recordase la razón por la que la Hueste Divina misma temía a los miembros de la Sexta Casa. Y a su lado, enfurecidos por sus cánticos y en sus formas de combate, la manada de hombres-lobo se arrojaron contra la línea con la furia primordial de los suyos, desatada y violenta. Mientras las líneas frontales chocaban, desde la retaguardia la ballesta de Violet consiguió herir superficialmente al jefe que fue engullido por las llamas de Matt, pero Don Giovanni era claramente más resistente que los suyos y, con tensión, fingió una risa para ignorar el fuego que crecía a su alrededor. La violencia del frente crecía, y si bien varios vampiros eran cenizas a sus pies, el cuerpo de John de nuevo fue partido y destrozado por la violencia de las espadas y la fuerza sobrenatural de las criaturas de la noche, forzando de nuevo a Jennifer a reanimarlo. La fe, consumida a espuertas, comenzaba a escasear en aquel momento para muchos, pero más escaseaban los enemigos. Y bajo el asalto de Angela, Violet y Matt, el capo mafioso cayó en las llamas a sus pies, empujado por Jennifer, mientras John y los hombres lobo daban buena cuenta de los últimos vampiros de su guardia.
Pero incluso de eso el vampiro se reanimó, alzándose y huyendo al mundo de los muertos donde esperaba que no le pudieran perseguir. Se equivocaba. Con la excepción de John, al que habrían tenido que esperar para poder cruzar, todos acompañaron a Angela al otro lado, un lugar de horror pues el reflejo de aquella cámara entre los muertos era uno de esclavitud y sufrimiento. Herido de gravedad, el vampiro no había huido lejos y rápido le dieron alcance, y Varadiel le dio recuerdos de Matt antes de colaborar a que el nomuerto encontrase, esta vez si, su final. Regresaron por un cuarto de baño, donde un sirviente acojonado se refugiaba en la bañera, para encontrar que en la sala principal del ritual la batalla había comenzado contra un nuevo enemigo. Y es que ante John, los hombres lobo habían invocado al corrupto espíritu de la habitación y el demonio, junto a la manada, estaban dando buena cuenta de la criatura espiritual. Los demás se unieron rápidamente al combate y, aunque el espíritu era increíblemente resistente, no era rival para el asalto combinado de todos y eventualmente fue derrotado, pudiendo ser purificado por el shamán de los licántropos.
Con la casa restaurada, pero sufriendo masivos daños por el fuego que se esparcía por doquier, era hora de huir. La manada desapareció el mismo modo que habían aparecido, mientras los demonios corrían a ponerse a salvo, con la excepción de Jennifer que primero corrió a poner a salvo al sirviente del cuarto de baño. Sin embargo, ni John ni Matt fueron suficientemente rápidos como para huir a tiempo, siendo parcialmente sepultados por el edificio que colapsaba sobre ellos. Violet se transformó en agua para entrar al rescate, apagando las llamas a su paso, y logró sacar a Matt de debajo de una viga, John se escurría con fuerza de una columna que había colapsado encima de él y Jennifer mantenía el viento con fuerza presente para evitar que nuevas partes de la mansión cayesen sobre ellos. Matt y Violet se marcharon entonces, sin importarles los otros mortales que pudiesen quedar atrapados bajo las ruinas, mientras Jennifer regresaba al interior en busca de revivir a quien hubiese que revivir y rescatar a quien lo necesitase, agotando con ello sus últimas reservas de fe; y, aunque no la conocía de hacía mucho tiempo, John siguiendo el motto de los marines, se negó a dejar a nadie atrás y entró con ella para ayudarla a rescatar a la gente.
Solo se marcharon cuando todos estuvieron confusos pero a salvo y las sirenas de la policía y los bomberos se escuchaban aproximándose con rapidez. La latina pidió al soldado que le acogiese esa noche pues no tenía domicilio en aquel momento y así es como aquel domingo llegó a su final, con cada uno viendo el amanecer de aquella larga noche desde su propia casa.
Y la sensación, latente y pulsante, de que algo pasaba.
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