Edad del Fuego 38: In Sanguine Veritas
Ocho meses de violencia desatada cubren los Mundos Conocidos de sangre, de muerte, de sufrimiento. Una Cruzada que dejará intactos muchos de los planetas del Imperio, pero aquellos donde se desata el combate lo hace de un modo terrible, virulento, sin cuartel. La lucha fratricida entre vecinos, entre compañeros de trabajo, entre quienes difieren en la interpretación de las palabras del Profeta y dispuestos están a matar y morir por ello. Un tiempo de oscuros portentos, como el loco hechicero mutilado que surge de los picos de Hargard, el asesinato a manos de la multitud del primer seguidor de la Heresiarca Gaunn Audim y los rumores de la caída de vuelta a la oscuridad de las Casas más desesperadas de los Li Halan.
En su intento por frustrar los planes de su madre de casarla a la Casa Castillo, Macarena llega a Sutek y, más en concreto, al palacio de la Casa Castenda, uno de los más antiguos del Imperio. Gracias a su papel en el creciente comercio y plantación de alimentación de Kordeth en el planeta, lidiando así con los problemas de su enfriamiento de cara a poder alimentar a la población, para muchos la joven heredera Durán es una heroina y una salvadora. Pero el hambre solo es una de las muchas penurias del mundo, todavía bajo el yugo de la Muerte Gris, los alzamientos campesinos contra la nobleza, las penurias de la antinomia y la herejía.
Pero no es todo eso lo que lleva a la joven a reunirse con la Duquesa Elena Cindias, sino forjar alianzas que puedan ser útiles en sus planes, en cualquiera de sus fases. El ascenso Castenda, como el suyo propio y la Casa Durán, es una oportunidad que ofrece opciones interesantes y el primer paso es aquella negociación en el salón del palacio. En ella, tras discutir de regalos y deudas, surgió un primer acuerdo para asentar relaciones más prolongadas, sólidas y duraderas: parte del negocio de los hongos y alimentos que tenía Macarena a cambio de una persona de la Casa Castenda para incorporar al consejo privado de la Casa Durán en Hira, tan necesitada de aliados de confianza. Tres opciones fueron ofrecidas, primos todos ellos de la Duquesa, la eficiente contable Lucía, el potencial general David y la sociable Gumersilda. Sería esta última la escogida durante la cena con la familia Castenda esa noche, sellando con ello los acuerdos de esa nueva relación por las manos del consejero Reeves y sus papeleos legales.
El viaje desde Sutek a Hira dio oportunidad a que las dos mujeres se conociesen y empezasen a evaluarse y tratarse. Pero la prueba de verdad sería cuando, al llegar a la fortaleza de la Casa en el mundo conquistado, Macarena debiese lidiar con su madre. Pues, una vez más, la joven había actuado por su lado, imponiéndole su decisión a quien era la Señora de la Casa, la Duquesa por derecho de los Durán. Y la madre, que también tenía su genio y carácter, no estaba del todo dispuesta a que hija fuese haciendo y deshaciendo a su antojo tan pronto se alejaba un poco de las tierras familiares. Pero, finalmente, acabó viendo los beneficios de contar con una persona ajena a Hira entre su círculo de consejeros, con quien poder trabajar para comprobar la lealtad de muchos de los integrantes de su grupo de gobierno, heredados de tiempos en que la Casa todavía se llamaba Gonçalva.
Viajemos entonces a Criticorum, donde dos caminos han convergido. Tras la debacle oscura y terrible ocurrida en Gwynneth y la entrada de los Hermanos de Batalla en el combate por el planeta, es aquí a donde han dirigido los pasos de Yrina, que tras combates y discursos inspiradores, ha acabado herida en el campo de combate, su armadura dañada y necesitando graves atenciones sanitarias. Por fortuna, también el sendero de Astra y su Piedad de Amaltea la habían dirigido al planeta. Su nave hospital, ofreciendo sus servicios gratuitamente a quienes lo necesitasen y cobrando a quienes lo pudiesen pagar o fueran juzgados como inadecuados, se había ganado la enemistad del gremio de apotecarios en el planeta y, sin la Liga para mediar entre los gremios, el conflicto estaba escalando. Cuando la obun estuvo sanada, las dos jóvenes hablaron e hicieron sus planes y fue de la Hermana de Batalla de quien surgió un plan loco para intentar romper el equilibrio violento que se ceñía sobre el planeta con su opresivo puño cerrado.
El primer paso de ese plan consistía en convencer a la Maestre Theafana al-Malik de la necesidad de organizar aquella complicada y peligrosa maniobra. Pero las cosas en tierra estaban cambiando continuamente, según los informes de inteligencia, los grupos de fanáticos religiosos, o las operaciones de combate reajustaban las líneas de las fronteras, de los frentes y los equilibrios de la vida y la muerte. E iniciar un asalto a los suministros Hawkwood sería complicado sin exponer las posiciones propias a ataques enemigos. Conseguirlo dependería de la información e inteligencia que el Mutasih habría recolectado para el Príncipe Al-Malik. Así que juntas tendrían que encaminarse a su corte. Astra, sin embargo se encontró con que los heridos llegaban cada vez menos a su nave hospital, y decidió consultar a uno de los Obispos de las regiones que se negaban a enviar heridos. Lo que encontró es el odio y la superstición, pues fue acusada de llevarse a la gente a la nave para robarles sus espejos de alma y empañarlos por completo, de antinomia y pactos demoniacos y otras terribles cosas. Viendo que esa ruta no llevaba a nada, una conversación con la Arzobispo del planeta, recientemente convertida a la herejía audimita como buena parte de la corte del Príncipe Al-Malik, le reveló que estaban corriendo historias, rumores y habladurías entre las poblaciones de todo el planeta acerca de esos pactos oscuros y esas alegaciones. Y que si quería atajarlas, tendría que abandonar su torre de marfil en el espacio y descender de la Piedad de Amaltea para lidiar con las condiciones y las gentes en el planeta. Algo que, reacia, Astra finalmente aceptaría hacer.
La corte del Príncipe Al-Malik estaba bajo asedio y como tal se comportaba. Y mientras Theafana informaba de la captura de un Barón Hawkwood que podía ser intercambiado por otros rehenes que el enemigo había tomado, a Yrina se le aproximó el joven Lucius Castillo, el hermano menor de su Casa convertido hacía casi un año en consejero del Príncipe. Quería poder estudiar la armadura de la obun, fabricada por Astra, para poder replicarla y equipar con ella a caballeros de la Casa y a miembros de la Orden militar. Sin embargo, la Hermana de Batalla no estaba dispuesta a permitírselo, y las negociaciones acabaron en un fracaso que eventualmente tendría sus consecuencias. Lucius no era alguien que aceptase una negativa, pero a diferencia de sus hermanos era paciente y artrero y su poder en Criticorum era mucho mayor que el de la guerrera sagrada. También fueron infructuosas las negociaciones de Astra cuando llegó a la sede de los Voceros del Pueblo de uno de los muchos servicios de noticias del planeta. Si bien afirmaron no saber quien se encontraba detrás de las coplillas, sonetos y versos satíricos que circulaban, estuvieron dispuestos a ofrecer un precio por sus servicios para deshacer esos rumores... un precio sin duda exhorbitado. Pero tras la muerte del Gran Inventor, el peso político y diplomático de los Talebringers estaba rápidamente reajustándose al tamaño que les correspondería realmente, y muchas de las puertas que antes se abrían ahora ya no lo hacían con la misma facilidad, rapidez o comodidad. Y si eran las rotativas de los Voceros las que estaban imprimiendo las coplas que ridiculizaban y calumniaban a Astra, estas seguirían funcionando pese al enfado de la joven, dispuesta a tomar medidas más severas en el asunto. Conseguir que una compañía de mercenarios del Muster al servicio de los Hawkwood aceptase darles palizas si se cruzaban con campesinos compartiendo historias y coplas satíricas fue fácil cuando se puede ofrecer medicina gratuita y de calidad. Y quizás sirvió para que la joven dejase salir su ira en "golpes pero tampoco pasándose", aunque las consecuencias o el éxito de ese plan eran complicados de evaluar.
Cuando la Maestre terminó de hablar, cedió su lugar a Yrina que expuso su plan de atacar a los convoys de suministros Hawkwood. El plan, si es que tal podía ser considerado, era como mínimo arriesgado, usando una nave para fingir un ataque pirata contra la escolta mientras una segunda nave cortaba la huida de la primera y apresaba a las naves cargadas de recursos. Un plan arriesgado, sin mercenarios que poder contratar en las cercanías ni naves disponibles para esa misión, ni coberturas claras y funcionales. Al final, la consejera militar del Príncipe ofreció el yate de recreo de su familia, incluyendo a la orquesta musical de la pista de baile, para ser una de las naves, pero aún quedaba por encontrar una segunda nave. La obun ofreció a la Suddenhammas pero aún haría falta rutas y pilotos capaces de escapar sin ser vistos de Criticorum para poder tender la emboscada. Mientras tanto, Astra iría en busca de los Hawkwood para ver si aceptarían sus servicios de nuevo y si podía deshacer el daño que su reputación había sufrido. Lidiar con los guardias de los barracones, crédulos a supersticiones y rumores, fue viable pero en última instancia irrelevante, y fue finalmente a hablar con el noble encargado del control de aquella ciudad ocupada. Pero este estaba asesorado, aunque con una relación complicada, por un inquisidor insidioso que claramente se oponía a la joven por ser hija del demonio y negarse a ser sometida a un interrogatorio de verdad de la Inquisición. Pese a los choques, y la falta de interés del Hawkwood por los temas religiosos, fue posible llegar a un cierto acuerdo en que el noble recordaría a su gente que ni se obligaba ni se prohibía ascender a la Piedad de Amaltea cuando se sufrían heridas.
Fue a la salida de ese encuentro que el camino de ambas mujeres se cruzaría de nuevo, cuando Yrina llamase a Astra por la radio. Y, pese a lo descabellado del plan, la convenciese de ser ella la que pilotase la Suddenhammas y se uniese a la misión de atacar los suministros Hawkwood. Algo que sin duda arriesgaba su neutralidad, la cobertura de estar en una misión humanitaria, su posibilidad de espiar para el Ojo e incluso su propia vida en una misión loca. Pero quien soy yo para juzgar las demenciales ideas de los mortales, no sería la primera vez que una de las absurdas ideas de la obun llevaba a eventos gloriosos o terribles.
Y Lázaro, ¿a dónde le habían llevado sus pasos? Ya ordenado sacerdote, había pasado esos meses intermediando entre las facciones e intereses eclesiásticos de Byzantium Secundus. Y ahora, frente al coro dirigido para la ocasión por Jabir, había organizado un simposio ante distintas autoridades eclesiásticas del planeta capital para presentar su nueva teología, el tercer camino entre mahayanas y hinayanas. Con todos sus nervios e inseguridades, su gran obra, meses de viajes, pensamientos, reflexiones y escrituras, debería enfrentarse a las dudas, a los intereses y las opiniones dogmáticas de aquellos que podían compartir o no su propia opinión. Y en aquellos seminarios sería donde buena parte de la obra presente y futura del joven sacerdote se decidiesen...
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