Detener a los Enemigos del Emperador
Los diez exploradores se bajaron del Rinho y se colocaron en formación bajo la suave llovizna. Crelus, el Sargento Veterano que dirigía la unidad, le dijo al conductor que les esperase dos días, y, si no habían vuelto de aquella, volviese al Puesto Avanzado de la segunda compañía. Luego, colocándose delante de sus hombres y ordenándoles que le siguieran, echó a correr por el camino.
Varios kilómetros más adelante, encontró el lugar idóneo donde tenderles una emboscada a los orkos. Era un camino de polvo recto que atravesaba el gigantesco bosque que era el Planeta Imperial Estvaan VIII. La floresta era densa, y los matorrales ofrecerían buena cobertura a sus hombres.
Abandonando el camino, ordenó a cinco de sus hombres ir al otro lado del camino y abrirse unos senderos entre la maleza. Él sacó su cuchillo y, con sus cuatro hombres detrás, se internó un poco en la floresta hasta que eligió el lugar donde se iba a colocar, un lugar desde el que se veía bien la carretera. Ordenó a sus cuatro compañeros abrirse sendos huecos circulares en la maleza, en el lugar donde iban a estar, y que les crearan unos cuantos caminos para poder moverse si eran descubiertos, y, con la maleza cortada, ocultasen más sus refugios de la vista de los pielesverde que se acercaban.
Una vez esto estuvo listo tanto a un lado como a otro del camino, ordenó a los tres demoledores acercarse. Portaban cada uno una mina imperial tipo Depredadora, que se activaba a control remoto. Les ordenó colocar las tres a lo ancho de la carretera, en línea recta, y conectar el emisor de señales para poder verlas en sus visores.
Mientras sus hombres cavaban en el camino para ocultar las minas, y los otros abrían las rutas en el bosque, Crelus abrió su archivo y observó las instrucciones: detener a la columna de orkos que avanzaba por el camino y, en caso de no ser posible, retenerla todo lo posible para que no pudiesen llegar a tiempo a la batalla que se desarrollaba en el tercer sector del planeta, y que decidiría la suerte corrida por los habitantes y complejos que había en el lugar.
Una vez todo estuvo listo, ordenó a cada hombre ocupar su lugar y entonar las salmodias previas a la batalla, para que sus armaduras y armas funcionasen a la perfección y para que el Benévolo Emperador les ayudase en el combate.
Tras las salmodias todo el mundo se quedó callado pensando en lo que iba a ocurrir. “No pienso cumplir el objetivo de la misión. Me niego a conformarme con detener el avance del enemigo, voy a aniquilarlos. Además, con suerte” pensó el sargento “me dan los Honores de Exterminador, o el Aura de Hierro...” El rugido, todavía lejano, de lo que inequívocamente era la horda orka lo sacó de sus cavilaciones.
-Prepararos- ordenó por el micrófono, a la vez que conectaba todos los indicadores y mecanismos de su armadura y su arma.
A su derecha, el Hermano Barg cargaba su rifle de francotirador, le había dado la orden de disparar contra el caudillo orko que dirigía la columna. A su izquierda podía ver al Hermano Drentes, con el lanzamisiles. Ordenó que todo el mundo se cubriera la cara y la armadura con la pintura de camuflaje. Había esperado hasta el último momento, y lo sabía, porque así los mantendría ocupados mientras los enemigos se acercaban y ninguno de los nuevos reclutas cometería un error.
Se pintó la cara, y continuó por tapar toda su armadura. Lo último que tapó fue su hombrera izquierda, con el emblema de los Ultramarines. Ordenó que todos se preparasen para el combate y empuñó su bólter con fuerza.
Lo primero que apareció en su ángulo de vista fueron dos buggies del culto a la velocidad. Las minas se encargarían de ellos. Detrás venían más buggies, motos y mototanques, y demás cacharros que los orkos usaban en sus carreras, y de hecho, la mayoría de ellos iba a las carreras, colisionando ocasionalmente entre ellos.
Crelus entonó mentalmente el canto por la salvación de su alma y, mientras lo hacía, identificó al caudillo. Era un orko musculoso y de piel oscura. Llevaba una Pistola Bólter en una mano y un Puño de Combate en la otra, y gritaba enfurecido duras órdenes a sus hombres. Le indicó a Barg quién era su objetivo, y apuntó hacia el primer buggie con su Bólter.
Al pasar los dos primeros coches por encima de las minas, los tres exploradores las detonaron, haciendo a los vehículos volar en pedazos, bloqueando así la carretera. Mientras miraban a su alrededor sorprendidos, los bólters y escopetas de la unidad llovieron sobre los transportes abiertos, eliminando a los artilleros y a los transportados. El lanzamisiles destruyó al buggie que cerraba la columna, impidiendo así su posible retirada, y el Hermano Drentes se apresuró a cargarlo de nuevo. Mientras, el Hermano Barg disparó sobre el caudillo, que cayó de espaldas con un hueco que le cruzaba la cabeza. Esto aumentó la confusión de la columna, que no supo reaccionar hasta que el segundo misil destruyó un vehículo cargado de pielesverdes. Los orkos respondieron con una descarga de proyectiles, mas iban mal apuntados al no saber dónde se ocultaban sus enemigos. La segunda andanada de los orkos fue más precisa, y, de hecho, una bala alcanzó al Sargento Crelus, mas su armadura evitó las heridas. Un lanzallamas pesado montado en un arrasador disparó sobre el bosque, achicharrando malezas e su intento de alcanzar a los atacantes.
Viendo esta amenaza con la que no había contado, el sargento ordenó al operador del lanzamisiles que acabase con los arrasadores cuanto antes, y al que manejaba el rifle de francotirador, que disparase sobre los artilleros mas, al volverse para comprobar que el hombre había recibido la orden, el Sargento Crelus vio que el Hermano Barg había sido llamado al seno del Emperador.
Los orkos, viendo la inutilidad de sus ataques, abandonaron los vehículos y se lanzaron a la carga a través de la maleza, mas fueron detenidos por los proyectiles de bólter que dispararon los defensores. En una segunda oleada llegaron más cerca, y, aunque sus bajas eran muchas, estaban a punto de llegar al combate cuerpo a cuerpo, donde su superioridad numérica se demostraría imposible de superar por los Exploradores.
En el breve descanso antes del ataque de la tercera oleada, el sargento ordenó a sus hombres huir en dirección al Rinho. Gracias al Emperador, ellos estaban mucho más habituados a correr por el bosque que el enemigo, y, con la ventaja que le sacaban, tenían tiempo para volverse y disparar un par de veces antes de tener que volver a correr.
Una explosión de misil hizo volar a un buen número de orkos, pero avanzaron más, y lograron alcanzar al Hermano Drentes, silenciando el lanzamisiles. El Sargento repitió la orden de huir, y se volvió a disparar, atravesándole el pecho a un enemigo, y haciéndole estallar la cabeza a otro.
La maleza le golpeaba en la cara, en las piernas, y las gotas de lluvia le resbalaban por la cara. Pero esto no le importaba al Sargento Crelus. Lo que sí le importaban eran los proyectiles de pistola bólter que le disparaban sus perseguidores, y varios de ellos le impactaron en la armadura.
Al final, vio el Rinho ante él, tenía la compuerta bajada, y un Explorador disparaba desde la entrada una Escopeta, acompañando al bólter de asalto del exterior del vehículo. Otro Explorador alcanzó el vehículo, y luego llegó el Sargento. En total había tres hombres en el transporte, y se volvieron para disparar a sus enemigos que se acercaban.
Otro Explorador apareció de entre la maleza mas, mientras intentaba cruzar el camino, un proyectil le atravesó el cerebro. El Sargento, viendo que no podía aguantar más, ordenó al conductor acelerar, pero no cerraron la compuerta para disparar y por si aparecía algún otro superviviente.
No apreció. Sin embargo, la misión estaba cumplida y, aunque no habían aniquilado la columna, podían estar orgullosos del combate.
Creo que esto lo escribí en plena euforia de Warhammer 40k, quizás en torno a los 14 años. Lo cual debió ser en el año 1997 o así.
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