Paraíso Perdido 19: La habitación del ángel caído
Escucha la disonancia de la música, pareja al malestar del alma de la Humanidad en su encierro en el mundo. Ni siquiera la suave entrada del teclado cambia el hecho de que las calles de Nueva York están marcadas por el paso de los transeuntes. Mortales cargados con culpas y deudas contraídas mucho antes de que ellos o la mayoría de sus ancestros siquiera naciesen. Han convertido el Jardín en Ruinas, pero no es solo su culpa, sino también de aquellos que caminan entre ellos esparciendo el pecado a su paso. Aquellos que, con su mero Tormento, sacan sus peores instintos y deseos a la luz, siguiendo quizás el objetivo correcto por todos los senderos erróneos. Y para todos ellos, una misma pregunta, ¿qué harías si tuvieras una segunda oportunidad? Este no habría dicho aquello o no habría hecho eso otro, aquella habría hablado cuando calló o actuado cuando permaneció quieta. Pero los mortales no tienen segundas oportunidades, el juego está amañado para ellos, pero ¿y los inmortales y antiguos seres? ¿Qué hacen ellos cuando, a la salida del Infierno, tienen una nueva ocasión para vivir, para aprender, para enmendar o ahondar?
La Octava Avenida recibe a los demonios a su salida de la reunión en el Museo. Los viandantes festejan en el borde de Central Park, camino de discotecas y pubs donde poder encontrar algo de compañía fugaz y efímera, algo de consuelo, algo de olvido. Pero no los Caídos, ellos marchan a la guerra, una que se luchará como hizo antaño si todo bien, y también como antaño si todo va mal. Nuriel acompaña a buena parte de la Corte de la Gran Manzana, una plegaria en sus labios para poder redimir a aquel que todos creen que es irrecuperable. Pero ella tiene fe, aun cuando los demás esperan que fracase, ella confía en todos sus Hermanos y en la posibilidad de Redención. Absolución de todos los pecados, perdón de la culpa y todo eso, Amén hermano.
Los tres coches en los que viajan los demonios parten hacia el norte, hacia la Interestatal 87 que les llevará a su destino. Pero es antes de alcanzarla, parados en un semáforo en rojo en el Bronx, cuando todos sintieron algo sobrenatural ocurriendo en una de las azoteas cercanas. La curiosidad animó a la Críptica que reza el dicho (o algo así) y solo Violet y Dae-suo salieron de su coche para investigar lo ocurrido, pues el resto estaban demasiado enfocados en el inminente enfrentamiento con el Encadenado. Así que los dos avanzaron hasta encontrar una escalera de incendios a la que la deportista se encaramó con facilidad y alcanzaron así el silencioso techo donde un Caído lloraba en su oscura forma apocalíptica. Recién llegado a la tierra, sus lágrimas desconsoladas caían porque el mundo de los muertos estaba en ruinas, arrasado por fuerzas terribles pese a los sacrificios de los suyos. Pero de lo que había ocurrido entonces, y el papel de la Legión de Alabastro, el Caído no podía hablar, pero si murmuró que si sabían dónde se encontraba Caronte; todo el mundo sabía que sin duda, el poderosísimo Segador había debido morir en las batallas previas al encierro en el Infierno. Eso solo desconsoló aún más al miembro de la Séptima Casa cuyas lágrimas cayeron con fuerza, pero ninguno de los dos se podían quedar con él a consolarlo habida cuenta la misión que estaba ocurriendo aquella noche. Y aunque era tentadora la idea de llevarlo con ellos, finalmente decidieron no hacerlo, no parecía estar preparado. Así que Violet le convenció de que abandonase su aspecto angelical, revelando a un niño de ocho años, con las señales claras de una leucemia avanzada, llamado Darrell. Para poder localizarlo y explicarle con calma las cosas, Dae-suo le dio su teléfono, aunque tendría que esconderlo pues los padres del niño se negaban a permitir que tuviese un móvil siendo tan pequeño.
Dejemos pasar las horas y viajemos al norte y encontraremos a los demás Caídos reunidos en la salida que da al centro de internamiento de migrantes... o quizás la fortaleza del Encadenado sería un nombre más adecuado. George preparó una semilla para que Jennifer pudiese avisar en caso de que hiciese falta un rescate o hubiese problemas y no pudiese hablar y Margaret llevó a las dos dialogantes hacia las cercanías de la prisión con el fuerte batir de sus alas. Y los demás permanecieron atrás, en la tensa espera de quienes auguran una batalla inminente que podría poner fin a sus eternas existencias... o peor. Pues los Caídos son capaces de sufrir destinos infinitamente peores que el sencillo punto y final de sus historias.
Pese a las reticencias de los guardas, tanto la Diablo como la Guardiana fueron bienvenidas y en el patio del centro es donde salió el dueño a recibirles. Ignael era el origen y el centro de todo el Tormento del lugar, de una fuerza tal que corrompería y destruiría a cualquier mortal que pudiese intentar alojar al Caído. Los eones en el Infierno y lo vivido en la tierra en los siglos que llevaba en ella le habían retorcido la percepción del mundo y su lugar en el mismo: en su mente, solo continuaba la Guerra Eterna contra los Cielos y la Hueste, tal como el Primero le había ordenado durante el décimo día. Reunía a su alrededor un ejército mortal que dirigir contra el enemigo, pues a sus ojos las personas no eran más que herramientas que usar en el antiguo conflicto. Nuriel, Aislynn e Ignael discutieron largo y tendido sobre su papel como protectores de los humanos, los designios del Príncipe de las Tinieblas o el Plan Divino, de la existencia de una guerra cuando la Hueste permanecía alejada o si incluso la derrota de los ángeles podría acercarles a enfrentarse a Dios. La de la Segunda Casa seguía creyendo en el sueño y la promesa de Babel, mientras que para el oficial de la Legión Escarlata la guerra era la única senda y la otra Diabla creía que todos los Caídos podían aspirar a la redención y a regresar a ser lo que habían sido.
Ajenos a todo esto, esperando impacientes, los demás Caídos aguardaban. Dae-suo y Violet ya se habían reunido con ellos. George aprovechó la oferta de Pringles de Violet para intentar entablar una conversación sobre lo ocurrido antaño, lo que ocurría ahora, y otras cosas. Buscaba la información que le debía a Behemoth, pero con sus formas hoscas y descuidadas no fue capaz de enfocar la conversación adecuadamente y las respuestas distantes y algo genéricas de Violet o Clarke le acabaron siendo inútiles. Al final, con sus palabras mal elegidas, consiguió molestar a la Nereida que se marchó ofendida en dirección a la prisión, a ver qué ocurría que llevaba tanto tiempo de conversación. La curiosidad y la Críptica contraatacan.
Lo que la deportista encontró en el patio de la prisión fue que la conversación había progresado a virtudes, justicia, libertad. Al poderío del alma mortal para cambiar el mundo y derrotar a Dios, al deber de proteger y cuidar, frente al deber militar de obedecer a la jerarquía. Y Violet entrelazó sus argumentos con los de Jennifer, para abordar a Ignael desde múltiples puntos a la vez, compaginando el nuevo plan de las elecciones presidenciales que defendía la latina, con la posibilidad de que se entrenase fuera al ejército del Diablo o que se buscase la unidad de sus seguidores, y tantas otras piezas que, lentamente, fueron apilándose hasta crear un argumento vencedor. Y no solo el antiguo oficial de la Legión Escarlata dejó libres a los presos, sino cuando en agradecimiento la Guardiana le abrazó (pese al daño que podría causarle su brutal forma de llamas solares) notó como ligeramente el Tormento del otro había decaído, igual que el suyo propio o el de la Nereida. Nuriel solo sonrió con la tranquilidad de quien nunca había dudado de que este camino era posible.
Y allí se separan sus caminos por entonces. Nuriel e Ignael permanecieron en la prisión conversando, mientras Jennifer se adentraba en la misma en busca de sus hermanos de la banda y Violet regresaba al exterior donde el resto de Caídos esperaban noticias. El relato planteaba una pregunta, ¿había aquello evitado el enfrentamiento que Jordan había visto en el Patrón del Porvenir? Dae-suo fue quien se adentró en las sendas de lo posible en busca de la respuesta y lo que encontró fue más extraño de lo esperado, la peor respuesta que Violet podía imaginar: el conflicto seguiría ocurriendo en el futuro, contra un enemigo más poderoso y despierto, pero podía no ser un enfrentamiento violento. No en vano, esa era la forma de resolver los desacuerdos antes de que Caín les mostrase a todos que había otro camino. Margaret no estaba nada de acuerdo con todo aquello, a sus ojos tolerar el mal era ser cómplices del mismo, pero acataría la decisión de la Corte como había jurado hacer.
Ese es el final de la primera batalla de Nueva York, una disputada con palabras y argumentos, pero no por ello menos terrible o consecuente. Una amarga victoria pues el futuro aun aguardaba con el enfrentamiento, pero tambien una dulce derrota que abría la esperanza a otro tipo de resolución que no repitiese los errores del pasado. ¿Pues de qué sirve esa segunda oportunidad si no se ha aprendido de las equivocaciones de la primera? Y en el silencio del trayecto de regreso a casa, cada uno de ellos se cuestionaba sus vidas, sus decisiones, sus prioridades. El tiempo con una esposa recuperada, la necesidad de respuestas, la búsqueda del amor que a todos había guiado, y tantos otros senderos que se abrían.
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