La Edad de Plata 12: Fantasmas
La ira de los Dioses es terrible de contemplar y vivir, pero hay algo peor que ella: el hambre de los Dioses. Como niños habituados a tener todo el poder y los recursos, que lloran cuando tienen hambre, los Dioses son capaces de exigir hasta lo más terrible cuando eso va a saciar su apetito. Y las consecuencias no les importan.
Kairos debe matar a Aegeus, a quien respeta y quiere proteger, porque su padre enfadado lo ha ordenado. Io intenta revivir las polis griegas, arrasadas en los combates y guerras. Y Elektra debe sacrificar a su amigo de la infancia, enamorado de ella desde hace años, porque su padre así lo exige.
Y es que los Dioses no negocian, no pactan, no respetan. Los Dioses exigen obediencia y fe, ciega y completa, sin sombras. Una vida entera de servicio y fe puede verse empañada por completo por una única falta, un único agravio, una única ofensa. Y el resultado es un mundo habitado por los fantasmas de los que quisimos, de los que odiamos, de los que conocimos, de los que lo intentaron, de los que respetaron, de los que quisieron hacer las cosas bien.
Porque, al final, el bien y el mal son subjetivos, líneas arbitrariamente trazadas según los intereses de cada uno. Si haces lo que Zeus quiere, ofendes a Poseidon, si no lo haces le enfureces a él. Si marchas con los extranjeros ofendes a los propios, si cambias las cosas enfadas a los que quieren que todo siga igual, si defiendes una vida incurres en la ira de quien la quiere ver muerta. No hay bien, no hay mal, solo hay Dioses. Y en sus juegos y luchas, todos somos sus peones.
Así eran las cosas al final de la Edad de Plata y el comienzo de la Edad de Bronce, cuando el mundo se acercaba al final predicho por el Oráculo de Delfos, cuando todo hubiese ardido. Pero al final, como en la Caja de Pandora, siempre queda espacio para la última y más absurda de las esperanzas... porque al final del viaje del héroe llega la hora más oscura, y solo aquellos que puedan ponerse en pie pueden llegar al final del camino.
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