Mado kara mieru
A través de la ventana veo la historia del Imperio Esmeralda, desde el brillante amanecer de la primavera hasta la oscura noche del invierno. Desde el primer rocío sobre las hojas del cerezo hasta las nieves de los campos, pasado y presente convergen frente al dintel de mi ventana. Y, con ellos, mi vida entera.
La primavera, el tiempo de los Kami, estuvo llena de esperanza, llena de inocencia, de valentía, de honor. De promesas por cumplirse como las sakura que crecen durante el hanami, de oportunidades infinitas como las olas del mar, de bellezas sin mácula como el reflejo de Amaterasu-no-kami. Un tiempo de torpes pasos pero llenos de la fuerza del destino todavía por cumplir.
A ello le siguió el verano, el tiempo de los Hantei de antaño, del honor y la gloria, de la lucha contra las Tierras Sombrías y los grandes Emperadores. De grandes riqueza como los campos de arroz, de grandes héroes invencibles como las cumbres de las montañas, de la sabiduría de los monjes tan profunda como los ojos de una doncella. Un tiempo de honor y amor, por todo, por nosotros, por lo que éramos, pues el mundo era nuestro.
Pero con el tiempo se ha asentado el otoño y, con él, la decadencia. De las ambiciones no de mejorar sino de prosperar como los leñadores talando los bosques, de demostrar fuerza como las katanas inflexibles, de convencer por la fuerza como los más dolorosos haiku. Atrás queda el anhelo de ser mejores, sustituido por la ambición de ser más.
Y finalmente, mi ventana muestra la llegada de la oscuridad, a medida que los copos de nieve se posan sobre el campo. El tiempo de las espaldas rotas por las promesas incumplidas, de los amores vencidos por las traiciones, del sake convertido en amargo por una mala conservación. Todo lo que pudimos ser, todo lo que logramos, arrastrado con la fuerza de un río que destruye el dique.
¿Vendrá otro amanecer después? ¿Una nueva primavera que siga al invierno? ¿Un nuevo comienzo luminoso tras la oscuridad? Lo desconozco, mi ventana se cierra y ya no muestra nada. Mi tiempo, como el del Imperio, llega a su fin y este invierno será mi último. Mi ventana ya no tiene nada más que ofrecer.
Watashi no mado wa ushinawa reta inoichi o shimesite imasu... mi ventana muestra una vida perdida.
Este relato me ha asaltado al escuchar con atención la canción de Christopher Tin que abre, en uno de mis descansos mientras trabajaba. Va sin pulir ni cuidar porque me toca seguir trabajando, pero quería dejarlo escrito tal y como lo he sentido en este momento.
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