Llorando a Europa
Hoy me voy a la cama rodeado por las noticias sobre las peleas entre
los países acerca del presupuesto europeo. Sobre si este quiere esto, o
aquel quiere lo otro, que si se reparta de esta o aquella manera... y si
no es como quieren, veto. Dicen que las empresas las crean los abuelos,
las hacen florecer los padres, y las despilfarran los hijos... si eso
es cierto, nosotros somos los bisnietos, viendo a los hijos pelearse a
dentelladas por los fragmentos restantes del testamento a un sueño.
Me voy a la cama un poco menos completo de lo que me levanté. Un poco
más cínico, un poco más cansado. Un poco menos esperanzado. Europa
estaba destinada a ser un nuevo camino, una nueva forma de convivencia
entre los Estados. Se la llamó la Superpotencia Blanda, la comunidad
herbívora, por su énfasis en el uso del poder blando y no del duro. De
la negociación, la legislación común, la cooperación. ¿Dónde ha quedado
todo eso? ¿Dónde quedaron los sueños de Monnet de construir, paso a
paso, una comunidad entre todos? Aplastados bajo los portafolios de los
asistentes de Merkel, de los euroscépticos de Westminster y de Suecia,
bajo las deudas del sur y su incapacidad para hablar con fuerza... y,
sobretodo, del silencio de las Instituciones Europeas.
Como en el mito, Europa ha sido raptada, pero no por un Zeus
todopoderoso y exterior. No, ha sido raptada por sus propios líderes,
incapaces de ver más allá de sus propias necesidades electorales y
económicas, de sus propios intereses, de sus propias luchas. Encerrados
entre los árboles que les ciegan el bosque. Cegados por porcentajes, por
números, por estadísticas, que les han hecho olvidar que todo ha sido
siempre un sueño: el sueño de algo mejor, el sueño de la paz, el sueño
de cooperar. Un sueño por el que valía la pena luchar.
Hoy me voy a la cama, y Europa despierta un poco más. Me acuesto, y
cada vez me cuesta más recordar por qué he amado tanto a ese sueño, que
las brumas lentamente alejan. Se escapan los argumentos, destrozados por
realidades que contradicen esas palabras; se desvanecen las ideas,
sepultadas bajo las estadísticas demográficas que niegan las tragedias
humanas que ocultan sus números; se olvidan los discursos inspiradores, y
los grandes sacrificios que se han hecho dejan de tener sentido ante la
jauría de lobos, cada uno tratando de alcanzar la yugular de los demás.
Cuando hayáis hipotecado nuestros sueños, cuando la prima de riesgo
de la esperanza sea tan alta que nadie la pueda pagar, cuando el paro
del futuro sea total, entonces, y sólo entonces, descubriréis que Europa
no erais vosotros. Éramos nosotros. Y, lentamente, con cada recorte,
con cada nuevo empleo perdido, con cada decisión mal tomada, con cada
rellerta por el poder, la sangre de Europa se ha ido perdiendo, gota a
gota.
Dentro de cien años, mirarán atrás y dirán en sus libros de historia:
Europa, aquella que pudo ser, y que ellos mismos sabotearon en sus
propias luchas intestinas. Cuando el poder, de nuevo, le dio la espalda
al pueblo y sus necesidades.
Hoy me voy a la cama, un poco más viejo, un poco más destruido, un
poco más quemado. Un poco menos europeo. Y, como yo, tantos otros, que
miramos aquello que siempre defendimos y nos preguntamos, ¿para qué?
¿Vale la pena seguir luchando y soñando, mantener la fe?
En realidad, este no es un relato, sino un post que me surgió para mi blog de sociología anoche. Un amigo me dijo que casi parecía más un relato que otra cosa, así que lo incluí aqui por si acaso tiene razón. Aunque, en este caso, no tenga nada de ficción.
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