Paraiso perdido 16: Tiempo de justicia

Las guitarras desgarran la demanda de justicia de un mundo que no la tiene. Puede sonar cínico decirlo así, pero mientras George desayuna con su esposa preparándose para un miércoles de trabajo, la televisión muestra la victoria electoral de la candidata republicana a la alcaldía, una peón de Trump y sus ideas retorcidas sobre la justicia y la necesidad de deportar a aquellos que le lleven la contraria. Porque justo, en aquellos Estados Unidos, era lo que el Presidente decidiese que lo era, a un buen precio en criptomonedas suyas o pagando los caros cubiertos de una cena en Mar-a-Lago. Aún tardaría unos días Mary-Anne Hawley en ocupar el cargo para el que había sido elegida, pero si las cosas ya estaban complicadas para los inmigrantes en la ciudad antes, el cambio de bandera sin duda señalaba un empeoramiento de ese y muchos otros elementos.

Pero dejemos que el futuro se encargue de si mismo, pues siempre lo hace, y regresemos al presente de esa mañana de primer día de octubre. George se iba a adentrar en la busqueda de los demonios en estatuas, con la idea de que si estaban en sitios que recibiesen adoración, ¿cual podría ser mejor opción que los ídolos de una iglesia? Primero, sin embargo, una visita a Joe's a enterarse de las noticias (¡rumores de fantasmas y gritos en el sótano del psiquiátrico!) porque una idea empezaba a formarse en su mente. Lamentaba la pérdida de Tunak y los pactos con los arquitectos no le satisfacían, quizás traer a la familia del hindú sirviese pero sino, acaso era hora de pactar con el dueño del food truck. Tras eso llegó a la pequeña iglesia católica del barrio, donde habló con el párroco, preocupado por la falta de afluencia de una juventud absorbida por las redes sociales y las pantallas. Como si un sermón pudiese competir contra un vídeo viral de Tiktok, el cura vivía en otros tiempos. Si bien en aquella capilla no había nada sobrenatural, el sacerdote le dijo que se había visto al demonio en las calles de la ciudad, y que el Maligno acechaba, pues lo había observado el párroco de una de las iglesias del Lower East Side. 

Jennifer, mientras tanto, se había acercado a la sede demócrata. Todavía le frustraba a sus planes el que no hubiera podido estar ayudando durante las elecciones del día anterior, por haberse perdido en las tierras del Ensueño. Un buen viaje de peyote, pero poco productivo, si es que con las hadas nunca se saca nada en claro. Y si se hace, pronto lo olvidan, aunque todo eso no viene ahora a cuento. El ambiente en la central de campaña era deprimente, lleno por el amargo sabor de la derrota, mientras los voluntarios recogían sus cosas y los técnicos desmontaban el equipamiento tecnológico. Pero la latina no se dejó amilanar y entre bromas y comentarios, fue elevando los espíritus de los presentes, varios de los cuales habían sufrido agresiones durante las manifestaciones y peleas en torno a la visita de Musk el lunes por la noche. Esa misma mañana, por sus principios, se había negado a aceptar el contrato de esclavitud que le ofrecía el millonario al que le había curado el cáncer, pero eso no la impedía de ayudar al prójimo y, con ese trabajo, ganó contactos que se esparcirían por la ciudad al perder el Alcalde la reelección y su equipo tener que reentrar en el mercado laboral.

Ahí es donde se cruzan los pasos de los dos Caídos, cuando George invita a Jennifer a seguirle a la iglesia que le habían sugerido. Cercana a Central Park, el templo tenía sus turistas y algunos lugareños, junto con el padre de la iglesia y una monja que bajo el hábito disimulaba un tatuaje templario. Y es que aunque la monja se vista de seda, guerrera se queda, aunque ya volveremos más tarde a ella. Porque a los Caídos lo que les importaba era el Padre Austin, un hombre muy mayor que estaba aconsejando a unos feligreses como lidiar con las facturas de un hospital y conseguir ayuda de los servicios sociales. Pese a su incipiente sordera, el hombre habló con tranquilidad con los dos demonios sin reconocer lo que eran y les contó cómo había visto unos días atrás al demonio volando por la ciudad... sin saberlo, su descripción era la de Dae-suo, el día del secuestro del Arzobispo, cuando iba alejándose del helicóptero policial. Escucharon su historia de la desaparición de los templarios en el siglo XIV así como la lentitud de la Iglesia a la hora de decidir quien sucedería al Arzobispo de Nueva York, el santo pederasta, debido a las luchas de politiqueo interno en la Iglesia de USA así como a la debilidad relativa de un Papa en Roma recientemente instaurado y que tenía preocupaciones más urgentes que gestionar. Poco más sacaron de aquel lugar, salvo que claramente no se notaba la presencia de nada sobrenatural, ningún demonio ocupaba aquellas estatuillas y santos.

Regresaron a la luz del día y a las calles de la Gran Manzana, la Gran Pecadora, sin tener muy claro qué hacer hasta que llegase la noche y fuesen a cenar juntos con la esposa de George, Jane Julia, a la que iban a curarle el cáncer. En esas dudas se encontraban, sopesando lo descubierto esa mañana, cuando un mensaje de Damian llegó a Jennifer para que la Caída se mantuviese al margen cuando fuesen a cazar al demonio que les había atacado unos días atrás. La Guardiana sin embargo no estaba dispuesta a quedarse de lado tan sencillamente y convenció al cazador de que se reuniese con ella y con George frente a la catedral de Saint Patrick. Aquella, digamoslo desde el principio, no fue una conversación cómoda ni normal en modo alguno, entre las pullas, las acusaciones, las amenazas, las medias verdades o lo que se decidía ignorar voluntariamente, la violencia estuvo a punto de estallar en más de una ocasión pues Damian puede ser muchas cosas pero inteligente y paciente son palabras que no están en su diccionario, como tolerancia, empatía o ser buena persona así en general. Antes de que se marchase enfadado, el Legionario de Cristo dejó escapar tres pequeñas pistas sobre la Caída a la que iban a atacar: sería esa noche, era mujer, y sería en Hell's Kitchen.

No era mucho con lo que trabajar, pero George y Jennifer se pusieron a ello igualmente. La Asharu fue usando sus poderes por todo el barrio, intentando con ello llamar la atención de su objetivo, pero no fue esa la atención que encontró. Caminando notaron en una de las ventanas un movimiento sobrenaturalmente rápido, cuando el sol todavía estaba alto a mediatarde así que vampiro no era, y George se las arregló para abrir la ventana con una de las flores del macetero y ver que dentro del pequeño piso había una única figura potencialmente hostil. Intentaban ver cómo subir cuando el susodicho hizo su ridículo descenso de puño al suelo, capa roja ondeando, traje de mallas ridículo y máscara. Todo el puto pack del nerd friki virgen que ha leído Marvel como escapatoria a no tener que hablar con un ser humano y en cambio tenía ahora superpoderes. Ridículo, lo se, pero no lo fue tanto cuando tras anunciarse como Justice Fist, le dio tremenda patada de karate a George que lo dejó malherido. Jennifer rápidamente le curó mientras intentaba hacer ver al hombre que no le deseaban ningún mal, algo en lo que colaboró el Rabisu pese a que el dolor del golpe le impelía a atacar de vuelta. Pero hubo, por una vez, paz, y pudieron seguir la conversación en la azotea, lejos de la vista de los viandantes. Justice Fist afirmaba ser un justiciero, pero sin duda era un mago, y había pensado que ellos eran de la Tecnocracia que venían a por él. Como defensor del bien se dedicaba a detener a los malhechores y a entregarlos a la policía para que se hiciese justicia, siempre sin matar y con respeto a la vida, tal como le habían entrenado en el antiguo templo milenario budista y todas esas cosas de maestro de artes marciales de cómic. Humilde y sencillo a su manera, se disculpó por el malentendido con una reverencia ante lo que él creía que eran espíritus (los demonios eran, a sus ojos, una movida rara de la conciencia colectiva de la humanidad o algo así) y trató bien a los dos Caídos, convencido de las buenas intenciones que tenían. Se despidieron despues de esa conversación sobre el bien y la justicia, con el dudoso honor de que el superhéroe fuese la enésima persona de la Gran Manzana a la que Jennifer le confiaba su Nombre Celestial y George su tarjeta de psiquiatra. A estas alturas, creo que ambas cosas eran más sencillas de conseguir que una caja de cereales, que con la inflación y las tarifas no hay quien se las pueda permitir.

Y con esas, viendo que su plan para encontrar a la demonio antes que Damian había fallado, juntos fueron al piso de George a la cita con su mujer. La encontraron recién llegada del bufette de abogados y se estaba cambiando mientras les contaba cómo el buffete estaba bajo presión de Trump, como tantos otros, para aceptar hacer horas pro bono por la cara; si es que el naranjito este es un caradura de no veas. Pero bueno, la cosa es que la conversación aquí si que fue agradable, aunque Jane era un poco escéptica a eso de que un cáncer se curase con unos ungüentos y un té, pero como George confiaba... Y sin duda no se equivocaba, lo que se llevó su enfermedad de su interior fue el don de los antiguos Saberes que Jennifer hizo a sus espaldas, para que ella no viese lo ocurrido. Compartieron unos vinos y, cunado la pareja de casados iban a ver una película, Jennifer les dejó para regresar a buscar a la Caída para intentar evitar una masacre en Hell's Kitchen. 

La suerte y su buen oído le permitieron localizar la furgoneta donde iban Damian y los suyos, pero el Legionario de Cristo también la vio y se bajó para encararse con ella con duras palabras. Quería que no se inmiscuyese en lo que estaba por ocurrir, en cómo iban a acabar con la otro demonio y nada que la Guardiana dijese le podía hacer cambiar de opinión. De modo que finalmente Jennifer desistió y se alejó hasta que no la viesen, pero ella seguía escuchando y entre callejones fue hacia la cara trasera del edificio. Con sus cuatro fanáticos fundamentalistas... uy, perdón, qué desconsiderado de mi parte, sus cuatro fanáticos fundamentalistas y psicópatas... si, así mejor. Los cinco cazadores subieron al despacho de una detective y entraron a tiros, granadas y toda suerte de violencia que se les pudiese ocurrir usar en nombre del Altísimo (otro nombre que es más sencillo de conseguir que los cereales, y eso que la Biblia bien dice que no se debe tomar su nombre en vano... pero claro, vano es una opinión subjetiva). Cualquiera esperaría que cinco aguerridos y entrenados sicarios divinos acabasen con un demonio al que cogían por sorpresa y al que ya habían derrotado en el pasado... ¡vaya si se iban a llevar una sorpresa! Disparos, balas rebotando, frascos de agua bendita, explosiones de granadas y, mientras Jennifer se colocaba bajo la escalera de incendios, escuchó los heridos pasos de los atacantes batiéndose en retirada mientras la psicópata de las leyes les juzgaba y condenaba por sus crímenes. Condena a muerte, que se iba a cobrar a dos de los guerreros antes de que el resto lograse llegar a la calle ante Jennifer. Damián y la monja del tatuaje templario cargaban a una tercera cazadora inconsciente, mientras una pesadilla de película de terror de los 80 salía detrás de ellos en caza, y Aislynn reconoció a Dikael, acaso la última integrante del Coro de la Excelsa Justicia que quedase entre los Caídos.

La intervención de Jennifer cambió las tornas parcialmente, curando a la inconsciente y logrando atraer la atención de la Verdugo el tiempo suficiente para que los tres cazadores supervivientes montasen en su furgoneta y huyesen. Eso sí, Damian había perdido su brazo derecho, reducido a cenizas en ese portal. Abandonando su presencia apocalíptica, la de la Séptima Casa regresó a su forma humana y dejó las cosas en manos de su huésped Angela Dredd, pues blablabla que si derecho a la libertad y blablabla. En la oficina en ruinas, la detective encontró una botella superviviente de whiskey y ambas bebieron y hablaron. Quizás, en otros tiempos, en otras líneas temporales, en otros universos paralelos... da igual, da igual, solo tenemos este al fin y al cabo, que el resto de dimensiones se rompieron cuando Dios dejó caer su mano sobre el Eden. El Gran Cabrón, como lo llama Angela, que sin problemas reconoció que ella era quien había ejecutado al Arzobispo por abuso de menores, pederastia, abuso de confianza y tantas otras razones, y que había intentado infructuosamente ejecutar del mismo modo a Damian y los suyos por múltiples homicidios, incluidos los de los muchachos de los que el Arzobispo había abusado. Cínica, la detective no veía el bien en los hombres que Jennifer veía en cada uno de ellos, y conversaron largo y tendido sobre justicia, ley, bien y mal, sobre Dios y los ángeles, la Corte de la Gran Manzana, asesinos en serie, bandas y multitud de otras cosas. 

Pero la noche avanzaba y la Guardiana aún tenía una cosa que hacer, así que se despidió y acudió al Heaven's Lounge a la espera de la llegada de algún vampiro al local de Matt. Bueno, técnicamente, a la acera frente al garito de su amigo, para no meterle en problemas. Aquella noche post-electoral, la que llegó fue la ghoul Jane Helminth-Cole, que desconfiaba claramente de Jennifer desde lo ocurrido ese fin de semana en aquel mismo sitio. Pero la Caída logró convencerla de que era necesario avisar a algún vampiro porque otro de los suyos había roto la Mascarada. La mortal avisó a su señora, la Mujer del Vestido Caro, pero esta tardó en llegar y para cuando lo hizo Rebecca ya había cerrado el local y las calles estaban razonablemente vacías. Era miércoles a las tres de la mañana, y si bien Nueva York no duerme, no pasaba nadie por allí cuando la bellísima mujer descendió de la limusina, el olor de la sangre fresca suavemente percibible bajo su sutil y elegante perfume. La Asharu le habló de Dwayne, de cómo había pactado con un Caído para conseguir aquel arma sobrenatural (que le entregó, mira que deshacerse así de una pistola como esa...) y cómo no quería encargarse personalmente para no iniciar un conflicto con otros vampiros. La nomuerta asintió, diciendo que se encargarían de aquello, y regresó a la limusina donde tras unas palabras suaves se oyó un gemido mientras el vehículo se alejaba. ¡Bon apetit, madamme!

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