La Corona del Imperio: Bajo soles alienígenas

 

Las dos esferas binarias iluminaban aquel mundo con implacable fuerza. Su luz golpeaba con fuerza las arenas y aplacaba cualquier forma de vida que pudiese haber en millas a la redonda. De un vistazo, alguien podría haber dicho que existían similitudes entre este paisaje desértico y el de su propio planeta natal, pero solo de pasada. Las arenas amarillas de Tatooine contrastaban profundamente con la tierra rojiza y negruzca de Balmorra, aunque ambos fuesen igualmente estériles.  

Y no solo era la luz o el escenario. Andriia Sivaras se sentía a una distancia infinita del único mundo que había conocido durante toda su vida. Aún cuando el Imperio la había separado de su familia para controlar a la Tecno Unión, o cuando empezó a trabajar en el gobierno, todo lo había hecho desde el mismo planeta, con la misma tierra rojiza y el mismo sol. Y ahora, todo aquello había muerto, al menos para ella. Jamás podría volver a Balmorra, pues aun con la mejor de las identidades falsificadas, demasiada gente la podía reconocer fácilmente allí. Permanecían demasiados de sus fantasmas caminando por las calles de sus ciudades.

Ella tendría que haber sido la heredera de Industrias Sivaras y continuado el trabajo de sus padres. Pero en su lugar la habían intentado esclavizar, convertir en una pieza más de la maquinaria imperial por medio de la educación en los centros donde había estado internada, por medio del trabajo y la separación de amigos y familia. Había oído que cada uno en la rebelión tiene sus propios motivos para hacerlo y ella, sin duda, tenía los suyos. El Imperio le había quitado la gente que ella había querido, el futuro que le correspondía y ahora pretendían quitarle la vida en terribles interrogatorios.

Todo por haber advertido de la última de las atrocidades que estaba cometiendo el Imperio y, de ese modo, que se pudiese hacer algo al respecto. 

A veces maldecía el momento en que Tael, su amigo de la infancia, había regresado a su vida. Maldecía el momento en que había empezado a escuchar hablar de rebelión, de oponerse al Emperador y sus agentes, de hacer de Balmorra un mundo libre y mejor, como había sido en tiempos de sus padres y abuelos. Cuando escuchó a su amigo hablar apasionadamente de cómo sus padres habían luchado por restaurar la independencia y libertad del planeta, como lo habían arriesgado todo en un intento fallido de tomar el control y cambiar las cosas a mejor, y cómo habían pagado con sus vidas por ello... sus existencias, pero también las trayectorias vitales de sus hijos, tanto Andriia como su hermano Sindros, reducido a una figura de papel, un rehén en su propio hogar.

Ahora, todo aquello que había conocido quedaba atrás. Como si fuesen parte de otra vida que jamás hubiese sido la suya. Y lo que tenía por delante le causaba al mismo tiempo esperanza y terror, pues no sería un camino de rosas y festejos, sino una batalla día a día por cambiar las cosas y devolver la esperanza a una galaxia que la había perdido. Mientras la nave contrabandista se acercaba a su posición a recogerla como estaba establecido, se sentía como cuando de pequeña se la llevaron por primera vez al orfanato: arrancada de su mundo y lanzada a otro sin control ni conocimiento. 

Pero era necesario, era el único camino que le quedaba abierto. Fuera de ese pequeño círculo solo era una proscrita, una más de las muchas personas que el Imperio cazaba entre las estrellas. Ya era de interés para el ISB antes, pero tras su rescate sin duda querrían saber más y cualquiera se rompía bajo sus técnicas de tortura.

Ella lo sabía bien. Ella lo había vivido. 

Con un golpe seco, la nave se posó sobre las arenas de Tatooine levantando polvo y moviendo las dunas con su energía y sus motores. Y, como hiciera hacía unos años, la puerta reveló a Tael en la rampa de descenso. Ya le había destruido la vida una vez con su llamada a la rebelión y ahora se la destruiría de nuevo.

Con paso decidido, agarrando ropas nuevas y extrañas para ella, Andriia caminó hacia la nave. Hacia lo desconocido. Hacia el futuro. Hacia el dolor y la esperanza, hacia el sacrificio y el conflicto. Hacia la rebelión. 

Andriia moriría en el recuerdo, y solo Peque podría nacer, cual fénix surgiendo entre las llamas.

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