La depravación
El ambiente de la sala estaba cargado, lleno con la fuerza
del incienso, los matices del jazmín que se filtraban por la ventana desde los
jardines, enriquecido con la fragancia de los tés que ocupaban la mesa baja
rodeada de cojines. Perfumes fuertes, que variaban según soplase el viento,
cambiando el ambiente en la sala según los designios del azar. Y, sentado en
los cojines frente a su invitado, Selomoh removía su taza de té suavemente,
oliendo profundamente su contenido.
-Depravado, así es como algunos me llaman. Creen que porque
participe en una orgía de sangre aquí o en los placeres carnales allí, soy un
pecador y un alma perdida. Ignorantes.-
Con suavidad, sigue removiendo el te mientras observa las
reacciones de la joven inmortal sentada ante él, con gran atención. La belleza
de la dama es intrigante, misteriosa, oculta parcialmente por los velos propios
de las Ashirra.
-Pero la depravación no consiste en látigos y cadenas. O no
solo al menos. Consiste en la lenta caída por el pozo del placer, en degustar
las flores de la superficie, los légamos a medio camino, y el agua del fondo.
Como un buen libro, querida dama, puedes leer únicamente el final en busca de
algo que comentar con los demás, pero serás una ignorante en realidad si no has
leído todo su contenido. Con el placer, ocurre lo mismo.-
Sonríe, suave y poderosamente mientras sus ojos se fijan en
los de la Cainita con la que comparte el tiempo esta noche.
-Imagina que comenzamos la noche leyendo las Mil y una
Noches… ¡oh, no te escandalices bella dama, solo es un libro de historias de
Oriente, historias sin duda… interesantes, pero únicamente historias! Si, es
cierto que a menudo los cristianos lo consideran prohibido, pero solo es papel
con letras. Y de todas maneras, tanto vuestra religión como la cristiana no son
más que burdas deformaciones de la palabra de Yahvé.-
Selomoh sonríe con tranquilidad, mientras nota la ira crecer
en la Banu Haquim.
-Así empieza todo, preciosa. Esa ira que notáis, es la
puerta a placeres que desconoces. A conocimientos que otros no quieren que
poseas. A experiencias que a menudo se prohíben por ser demasiado fuertes. Sí,
sin duda soy un depravado, pero no por los látigos de cuero y los grilletes que
a menudo uso, sino porque estoy dispuesto a ir donde me han dicho que no puedo,
a donde me han prohibido que camine… a donde me pueda librar de los grilletes
que quieren rodear mis brazos.-
Sonríe, suavemente, provocadoramente, sus ojos centrados en
la mirada de la mujer, escandalizada y descolocada ante él.
-Depravado, sin duda, porque deseo la libertad.-
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