La depravación
El ambiente de la sala estaba cargado, lleno con la fuerza del incienso, los matices del jazmín que se filtraban por la ventana desde los jardines, enriquecido con la fragancia de los tés que ocupaban la mesa baja rodeada de cojines. Perfumes fuertes, que variaban según soplase el viento, cambiando el ambiente en la sala según los designios del azar. Y, sentado en los cojines frente a su invitado, Selomoh removía su taza de té suavemente, oliendo profundamente su contenido. -Depravado, así es como algunos me llaman. Creen que porque participe en una orgía de sangre aquí o en los placeres carnales allí, soy un pecador y un alma perdida. Ignorantes.-