La Edad del Fuego 9: El Descenso de Gracia

Desde el centro del universo, el Empíreo, la Gracia divina desciende a través de sus emanaciones hasta llegar a los Mundos Conocidos. Y allí, entre reflejos de los espejos alma, destierra a la Oscuridad que se retira entre sombras a los recovecos de Iehannum. Pero entre las cosas de la carne y la piedra, la historia puede ser más compleja, como atestigua la partida de guerra de los Hermanos de Batalla que se adentra en territorio simbionte. Dirigidos por el Adepto André Theryvan que una vez rescató a Theafana Al-Malik de las garras de los simbiontes de Chernobog, se enfrentan a las monstruosidades creadas por una de las semillas que cayeron, décadas atrás, del árbol mundo. Luchan del mismo lado que una misteriosa mujer de la Orden Eskatónica que, cuando la batalla ha terminado en costosa victoria, envenena a los Hermanos de Batalla porque era lo que tenía que hacerse. Y así, la controvertida Antonia de Cádiz se vuelve a cubrir con su capucha y desaparece del refrectorio sin dar explicaciones de la extraña contradicción. Pues en los Mundos de lo mortal nada es blanco o negro, sino que las cosas existen en el limbo entre luz y oscuridad.

Lejos de allí, en la sagrada Urth, Yrina despertó para ir a conocer a los Hermanos de Batalla de la Guardia Roja, encontrando a los defensores del Patriarca preocupados por el cariz de las cosas, por el cisma, y por la falta de información de lo que ocurría en Grail. Macarena aprovechó ese día para contactar con Gurney en Madrid, y descubrir que la Princesa Hazat sabía parte de la información revelada y le devolvía el conocimiento de que Lisandro Castillo había partido hacia Sutek, aparentemente parcialmente calmado. Astra y Rauni prepararon todo para el viaje, al día siguiente, a las islas del norte donde buscarían el misterioso monasterio. Mientras tanto, Lázaro y Orion se adentraron de nuevo en la biblioteca de documentos prohibidos del Vaticano, accediendo a los textos que faltaban por leer, de una primera expedición de la Iglesia que había buscado Balantrodoch sin éxito, y una de la Inquisición que había repetido búsqueda años más tarde, acabando perdiéndose en la Oscuridad. 

Esto dio para conversaciones en la cena, en especial la petición de Orion a Lázaro de que mantuviese el espíritu alto de la comitiva y los mantuviese centrados en la pureza de propósito y los demás requisitos necesarios para superar las pruebas de fe que Jackson había descrito que protegían el monasterio. Y también conversaciones con Yrina sobre la necesidad de ir sola siguiendo la estela del primer Gran Maestre o acaso ir en grupo igual que el Profeta había recorrido las estrellas. 

Al día siguiente, un avión los llevó a Londinium, donde Gurney se unió de nuevo a la comitiva. Pero su llegada no había pasado desapercibida y la embajadora Hawkwood en Urth, la Dama Claudette Duchamp Hawkwood, les invitó a comer juntos. Fue una conversación amena y agradable sobre sus motivos de viaje, y el peregrinaje que usaron como cobertura, pues en vez de contarle que buscaban Balantrodoch, Macarena le dijo que pensaban visitar el antiguo círculo de piedras que las gentes habían olvidado que, en otro tiempo, había sido conocido como Stonehenge. Pero ese es el precio del tiempo, al fin y al cabo, y de la escasa memoria de los mortales cuando no se trata de las cuatro cosas que les importan.

De allí viajaron en otro transporte aéreo menor a la ciudad de Aldcastle Upon Tyne, rodeada de la verde floresta y de sus granjas. Bucólica, recluida, como la mayoría de las posesiones humanas en la Tierra Sacra. Yrina abandonó el grupo esa noche, mientras los demás conversaban y descansaban en una taberna de la ciudad, para adentrarse en la floresta a entrar en armonía con la naturaleza. Igual que el Profeta hiciese cuando se encontró con Ven Lohji, esa armonía con lo natural era de especial significatividad para los Voavenlohjun y parte de sus enseñanzas las había obtenido la Ur-Obun durante el año que había pasado en Velisimil. En comunión con lo natural, sintió que se encontraba donde debía, primera muestra de confianza de que recorría el camino correcto en dirección a su meta de Balantrodoch.

El peregrinaje real comenzó con la salida del sol, a lomos de los caballos, pusieron rumbo a la floresta y las montañas. Las conversaciones se produjeron, sobre los lugares que visitaban o las mariquitas posadas en una hoja. Pero también hubo fuertes silencios, tiempos de pensar y reflexionar sobre el viaje, la naturaleza del Pancreator, virtudes y pecados, y tantas otras cosas. Pues un peregrinaje no es solo un trayecto por bosques o montañas, sino una exploración del alma y su reflectividad ante la luz divina.

Estas reflexiones siguieron durante el camino hasta que, al tercer día, a Orion se le ocurrió comentarlo con los demás. Y encontró que todos estaban pensando exactamente en torno a las mismas cuestiones al mismo tiempo. Usando sus poderes, Macarena notó la influencia psíquica sobre ellos y desmontó con agilidad, espada en mano, preparada para luchar contra un enemigo invisible. La calmaron con palabras de claridad y guía, pero la amenaza permanecía pues la Hazat sabía que para usar esos poderes, quien fuera el que los estaba empleando, tenía que estar viéndolos. Al fin y al cabo, ella misma disponía de esa capacidad. Si bien Lázaro sugirió detenerse a celebrar una misa, no era el momento pues aún había viaje por realizar antes de que se pusiese el sol e Yrina y Cornelius no se habían detenido y continuaban avanzando por la floresta.

Fue el quinto día en el que se adentraron en el territorio donde el monasterio podría encontrarse, con la influencia de la psíquica y de la divinidad de una fuerza inusitada. Despertando o no en su interior, con susurros de demencia y portentos. Esa noche Yrina se separó de los demás para continuar el viaje a solas, como otrora había hecho el recorrido Jackson. Si bien Orion no compartía su enfoque, pusieron en manos del Pancreator que todo saliese bien y pudiesen volver a encontrarse. Con la guía de Astra, el grupo encontró un pequeño poblado, completamente en ruinas casi invisibles bajo árboles y tierra, que aparecía en los relatos de Jackson. El monasterio debía encontrarse cerca, de modo que crearon una pequeña fogata para que Yrina pudiese encontrar el camino hasta ellos. Pero la obun seguía a solas, el sendero guiado por los espíritus y fuerzas de la naturaleza que, en armonía, la llevaban al mismo destino que con observación buscaba Astra.

Llegar a la vez al lugar donde otrora se encontraba Balandroch quizás fue providencia divina, no sería la última vez que esa jugaría un papel en ese viaje. Pero del monasterio nada quedaba, sepultado bajo milenios de crecimiento de la naturaleza, las rocas estaban ocultas bajo las raíces y la tierra, olvidado su rastro y existencia para los mortales. Menos para los ojos observadores de Astra y los conocimientos de botánica que le sugería su espíritu máquina asistente, que le permitía identificar las distintas plantas y, con ello, donde se encontraban lindes y claros que correspondían a salones o murallas. 

Compartiendo sus observaciones con todos, fotografiadas por la cámara de Kamina, sus observaciones fueron contrastadas con el conocimiento de los monasterios de los Hermanos de Batalla que tenía Yrina. Junto a las observaciones de Orion, avanzaron de las murallas exteriores al que otrora había sido el patio de armas y entrenamiento, a los salones donde imaginaban que se hubo levantado dormitorios y armerías, a los verdes espacios donde una vez hubo capillas y pozos. Rastros casi invisibles, bajo hierba y tierra, raíz y árbol, que mostraban que Balandroch, si es que aquello lo era, había desaparecido muchos siglos (o incluso milenios) antes de que Jackson siquiera hubiera nacido. Era imposible que lo hubiese visitado y conocido a sus monjes, pero contrastando lo que describía Astra con lo encontrado en los testimonios del primer Gran Maestre, Orion no podía menos que darse cuenta de lo mucho que encajaban de no ser por la imposibilidad temporal. 

Ante la contradicción, la razón no ofrecía respuestas, pero la fe puede poner en armonía lo imposible. Así que Yrina, Lázaro y Cornelius iniciaron unas plegarias en busca de iluminación. Y, mientras los demás continuaban explorando el lugar cada uno con sus opciones y herramientas, la Luz en el Centro escuchó y respondió. 

Cada uno lo vivió de una forma distinta, pues tal es la naturaleza del inmaterial contacto de lo divino con lo humano. Pero vieron el monasterio como había sido otrora, ocupado por antiguos guerreros de un dios olvidado para la mayoría. Vieron la comunión con un caliz de gran antigüedad, del que todos bebían y pasaba de mano en mano. Y cómo este llegaba a las manos de Jackson, por imposible que fuese en el tiempo, que comulgaba con los guerreros olvidados de antaño y compartía votos y juramentos con ellos. Votos que aún hoy los Hermanos de Batalla mantenían, actualizados y cambiados, pero en esencia los mismos. 

Pero Lázaro reconoció el dios olvidado como Cristo, una antigua deidad de la vieja Urth, muy anterior al Profeta, cuyo paso aún quedaba en ciudades y lugares sagrados del planeta que él había visitado al completar sus estudios, en compañía de Augustus. Y tanto Yrina como Cornelius reconocieron el cáliz como una reliquia sagrada, protectora de Stigmata, que se guardaba en la fortaleza de los Hermanos de Batalla del capítulo de Sanitra Urnadir. 

El resto, como toda visión, desapareció y cuando regresaron a sus sentidos, la noche había caido tiempo antes. Comentaron lo vivido, aunque las palabras no pudieran expresarlo en realidad, y el shock anidaba en algunos como Kamina, mientras que otros buscaban explicaciones claras o cómo poner en práctica lo descubierto. Pues podían haber obtenido conocimiento, pero no pruebas. Y cuando cayó la noche y durmieron, todos soñaron con lugares y tiempos, personas y espacios, donde se sentían más queridos y protegidos y, en extraña hermandad, pudieron ver los sueños de los demás. 

Con la llegada de la mañana Astra comenzó las labores para escavar uno de los sillares para sus experimentos científicos, documentando todo con la cámara de Kamina, uniéndose los demás a las labores tan pronto pudieron. No fue hasta el mediodía que, con la tarea terminada, abandonaron el monasterio olvidado, oculto bajo el verde y el marrón. Llevando consigo el roce de lo divino, pero también una semilla de lo oscuro. Pues como he dicho en el pasado, no todo secreto debe ser descubierto. Los Mundos Conocidos no están preparados para ello y, como siempre, conocer la prueba es fallarla.

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